Otras miradas

Su ley de desmemoria

Marta Nebot

Ascensión Mendieta, símbolo de la lucha por la memoria histórica. / Reuters
Ascensión Mendieta, símbolo de la lucha por la memoria histórica. / Reuters

Inspiro hondo e intento poner mi atención en el recorrido del aire que tomo y suelto. Imagino que entra de un color (1, 2, 3, 4) y sale de otro, y me tomo el tiempo (4, 3, 2, 1). 

Mientras los del otro lado de la mesa sueltan su perorata y la presentadora me mira, diciéndome sin palabras que ahora me da paso, medito intentando parar el torrente de emoción y de pensamientos que me hace incapaz de expresarme tranquila. 

Y es que vuelven a decir que a quién le importa ya lo que ocurrió durante el franquismo, que no hace falta ninguna ley de memoria, que los que quieren ya están sacando a sus muertos, que qué necesidad, qué cómo es posible que la aprueben con Bildu. 

Entra Azul: 1, 2, 3, 4. 

Sale Morado: 4, 3, 2, 1. 

Y entonces se me agolpan los recuerdos, los hechos, las historias. Todas las que están escritas en las caras de los ancianos que llevan media vida queriendo homenajear a los restos de sus muertos perdidos, queriendo erigir el modesto monumento que es toda tumba. Luchando por lo mínimo. 

Por favor, vean a Ascensión Mendieta, de 91 años, enterrando por fin a su padre en 2017, después de una búsqueda y una lucha de casi 80, incluyendo un periplo judicial en Argentina. Que la vean todos los que dicen que el que quiere encuentra a su muerto. 

Hay contabilizados más de 114.000 desaparecidos. Según el experto forense Francisco Etxeberría en veinte años se han recuperado 10.000 cuerpos y quedan otros 20.000 recuperables en un proceso de cinco años. Al resto los dan por perdidos. Al resto, los que todavía quieran buscarlos, ya les han condenado al encuentro imposible. 

Pero, más allá de esta necesidad tan obvia para la reconciliación con nuestra historia, de esta piedad mínima con nuestras víctimas, no creo que a estas alturas éste sea el problema, esto sea lo que subleva a la mitad derecha del Parlamento. 

El mismo Partido Popular que ahora se rasga las vestiduras porque esta ley se apruebe con un partido político tan legal como el suyo, votó en contra de la primera e insuficiente Ley de Memoria Histórica de 2007, cerró el grifo a los fondos con los que se buscaban a los desaparecidos reclamados por sus familias mientras estuvo en el Gobierno y se abstuvo en el decreto que exhumó a Franco, terminando en 2019 con el anacronismo que suponía tener al único dictador de Europa reposando en su monumento. 

Negro: 1, 2, 3, 4. 

Gris: 4, 3, 2, 1. 

Si no querían que esta ley se acordara con Bildu, ¿por qué no la acordaron ellos? ¿Qué desfachatez es esta de volver a la matraca del conchabeo con el terrorismo cuando su hemeroteca cuenta que ellos le perdonaron a ETA absolutamente todo cuando intentaron ser los que acababan con nuestro terrorismo? Excarcelaron a 200 presos, acercaron a 135, permitieron que más de 300 miembros de la banda volvieran a España mientras seguían matando, pocos meses después del asesinato de Miguel Ángel Blanco. ¿Si lo hacen ellos, bien, si lo hacen otros, caca? Pero si su portavoz en el Senado, Javier Maroto, es el alcalde vasco que más ha pactado con Bildu en toda la historia. ¿No será simplemente mal perder? ¿No será que no soportan que el final de ETA lo firmaran otros? ¿Qué problema tienen con que la democracia funcione? ¿Por qué les resulta intolerable que un partido arrime el ascua a su sardina y quiera investigar también los crímenes de Estado en el principio de la democracia? ¿Les parecen mejores los crímenes del GAL que los de Franco? ¿No le encuentran el sentido a que Bildu también quiera hacer memoria? ¿No será que no les da vergüenza defender que hay víctimas del Estado mejores que otras, que, en el fondo, creen que el Estado sí puede matar y que el GAL no estuvo mal del todo? 

Gris: 1, 2, 3, 4. 

Blanco: 4, 3, 2, 1. 

Quizá, más allá del oportunismo, atacan a esta ley con toda la artillería directa a las vísceras porque no soportan que se avance en la enseñanza de la represión franquista, como pide Naciones Unidas. Su relator, Pablo de Greiff, hace años que exigió a España que termine con la perpetuación "de la idea de responsabilidad simétrica" que defienden los que pretenden imponer la ley del olvido. 

Esta otra ley, la de la memoria, podría además terminar por la vía de las multas con el enaltecimiento del franquismo, con la humillación de sus víctimas, con el entorpecimiento a los investigadores y al derecho a la verdad, con los títulos nobiliarios de Franco y hasta auditar las incautaciones franquistas. 

Y, sin embargo, se queda corta para muchos; incluida la Asociación por la Memoria Histórica. Esta ley no dice ni una sola vez la palabra verdugo o victimario. No le pide cuentas ni papeles a la Iglesia católica, no aprueba un ente público que sencillamente se ocupe de una vez por todas de las exhumaciones, no forma a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado en historia del franquismo. Falta. Claro que falta. 

Y no hay más que ver a los Franco litigando por un Pazo histórico robado y, una vez perdido, por todos los tesoros históricos que allí juntaron. Hasta las puertas, el confesionario o la pista de tenis han reclamado. Quieren que se les pague por el mantenimiento desde 1975. No asumen que lo usurparon y dispusieron de su uso y disfrute sin ningún derecho. Habrá que hacerles bien las dos cuentas: la del mantenimiento y la de su uso. ¿Cuánto costaría al año alquilar tamaño castillo con todas sus joyas dentro? 

Con esta ley aprobada es posible que los Franco tengan que hacer más números y presentar más recursos en los juzgados que tan bien se les dan. Es posible que pierdan más patrimonio y también algo de impunidad. 

Rojo: 1, 2, 3, 4. 

Amarillo: 4, 3, 2, 1. 

Y volviendo al principio, quizá a lo más importante: ¿a quién le importa? Después de todas estas respiraciones, muchas más de las que da tiempo a hacer en una tertulia, me parece que debería importarle a todos los demócratas, a todos los que dicen querer a este país, porque si tanto lo quieren deberían querer que podamos quererlo todos, que la bandera deje de ser más suya que del resto. 

Blanco roto: 1, 2, 3, 4. 

Blanco blanco: 4, 3, 2, 1. 

En este debate sobre el estado de la nación hemos vuelto a escuchar en sede parlamentaria amenazas de golpe de Estado por la aprobación de esta ley, justificaciones de la ejecución a garrote vil de Salvador Puig Antich en 1974. Otra vez las defensas ciegas de unas víctimas por encima de otras. Así no hay reconciliación posible. Eso sí que es reabrir las heridas. 

Blanco blanco: 1, 2, 3, 4. 

Blanco impoluto: 4, 3, 2, 1. 

Ya no soporto tanta ignominia. Ya no me vale ni con las meditaciones, ni con los aires de colores. Necesito vacaciones de política.

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