Otras miradas

La clatellada

Oti Corona

@LaCrono__

Pixabay
Pixabay

Una clatellada se traduce como "colleja" pero no es lo mismo. Clatellada suena más musical, es una palabra grande, te llena la boca, se deleita una al pronunciarla. Si amenazan con darte una colleja, sabes que recibirás un golpe seco, rápido y no muy fuerte; la clatellada, en cambio, es apasionada y a mano abierta. La colleja es un aviso; la clatellada marca un antes y un después.

Fíjense, por ejemplo, en esta pareja con un recién nacido que ha quedado para comer con su grupo de amigos. Se sientan a la mesa y mantienen una animada charla en la que participan todos menos la madre, que anda ajetreada porque el bebé come, el bebé no duerme, el bebé ha ensuciado el pañal o el bebé necesita pasear. Al primer plato le sucede el segundo y a este los postres, sin que esa mujer consiga probar ni dos bocados. El padre de la criatura, por su parte, no recuerda que el bebé es suyo y, ajeno a esa dimensión de nanas y babas, se dedica a hablar por cuatro y a engullir como un gorrino.

Y ojo, que puede que este padrazo no sea ningún caradura; quizás aún no entiende la que tiene encima. Mientras la madre vivía su embarazo, el padre se limitaba a contemplar cómo le crecía la panza; mientras ella se desgañitaba en el paritorio preguntando qué coño (no qué narices, no: qué coño) estaba pasando, él se preguntaba si de verdad un parto sería tan doloroso. Ella ha experimentado el cambio; él solo lo ha visto. A ella no le hace falta una clatellada. A él...bueno.

Volvamos al restaurante, donde ya han pagado la cuenta y se disponen a irse. De camino a casa, ella se muestra un pelín irritable. Él sabe que le toca ser paciente; cree que son las hormonas. Ella no dirá nada. El cansancio no le deja fuerzas para discutir y está muerta de hambre. Eso sí: la comida de hoy no se le olvidará en la vida, y además se asegurará de que no se repita una situación semejante. ¿Por qué no dice nada? En parte porque no está acostumbrada a que su marido se escaquee de sus obligaciones, en parte porque no encuentra las palabras. No dice nada, sobre todo, porque una voz interior le advierte que no es el momento. Él, en cierto modo, se huele que algo sucede aunque por otro instinto, en este caso de supervivencia, no se atreve a preguntar.

Y así pasan los días hasta que se les presenta la oportunidad de comer con unos amigos de nuevo. Él llega al restaurante con ganas de fiesta; ella va en guardia, para qué negarlo. El bebé, que nunca defrauda, se pone a llorar en cuanto se sientan. En esta ocasión la madre, en vez de cogerlo, deja que transcurra un minuto, dos, a la espera de que su marido deje de masticar o de charlar y oiga a su hijo. Finalmente, rugirá algo como "¿Qué?¿Está bueno el entrecot? Porque yo todavía no lo he probado", seguido de un "Ese niño que llora es tuyo. ¿No lo oyes?"

Tras unos segundos de desconcierto, el padre pegará un bote y cogerá a su bebé en brazos. Pero no crean que acabe ahí la cosa. Este ritual se ha fraguado en silencio durante semanas y la madre aglutina demasiado rencor en su ser. Durante unos minutos que parecen eternos, y con sus amistades como testimonio, recitará cada una de las veces que él no ha hecho esto o lo otro, las noches en vela, la ropa por tender, los platos sucios, la lista de la compra, la play, el fútbol. Todo. Habrá disparidad de reacciones entre los presentes. Las que tienen hijos admirarán a esa joven madre que acaba de cambiar de etapa en su trayectoria vital y se pondrán en guardia por si alguien osa contradecirla. Los varones con hijos, a su vez, tratarán de transmitir aplomo a su amigo: ellos también pasaron por esa humillante aunque ineludible ceremonia. Quienes no tienen descendencia sabrán que les conviene mucho cerrar el pico. El padre atará cabos. El cañonazo de realidad disparado por su mujer estallará junto al recuerdo del vientre abultado meses atrás y al eco de los gritos en el paritorio y entonces, plaf. La clatellada.

Si bien hay padres que actúan como si no se hubiesen enterado de nada tras el guantazo –créanme: sí se han enterado–, la mayoría reaccionan y se implican mucho más en la crianza; unos pocos incluso asumen sus responsabilidades al completo de ahí en adelante.

Si conocen a algún padre reciente que anda desubicado, no desesperen. Ya llegará su turno. Aun así, si ven que el tiempo va pasando y la madre no reacciona, háblenle de la clatellada para que sepa que otro mundo es posible.

Más Noticias