Otras miradas

Ahora resulta que las sirenas y los elfos son negros

Guillermo Zapata

Ahora resulta que las sirenas y los elfos son negros
En "El señor de los anillos: Los anillos de poder", Arondir es interpretado por Ismael Cruz Córdova (Foto: Amazon Studios)

Decía Rubén Blades que la fama es un lugar al que se va de visita, como unas vacaciones. Nadie se queda a vivir allí. El mainstream es también un lugar. Un territorio. El centro de un universo simbólico atravesado por estrenos, plataformas y algoritmos como una tela de araña en tensión constante entre lo vertical y lo horizontal, entre los estudios y el fandom. Como territorio, se sostiene a través de la capacidad que tiene para escuchar y producir el imaginario del presente en una especie de frecuencia que va y viene de la sociedad al mainstream y vuelta. En los últimos años ha vivido sacudidas similares a las que han sacudido la sociedad y las ha incorporado de muy diversas formas. Esas sacudidas han tenido que ver con la crisis económica, con el auge del feminismo o las luchas antirracistas en EEUU y también con la reacción de la extrema derecha en clave reaccionaria, con el objetivo de restituir un pasado simbólico que -paradojas- los emparenta con las narraciones nostálgico-narcisista de los autores consagrados que han decidido que lo único importante del mundo es su infancia, su primer amor y el sitio dónde iban de vacaciones. Esa reacción, una suerte de Make mainstream great again, se sostiene sobre una fantasía doble de dominio masculino blanco y victimización permanente.

No podemos olvidar que a la par que se produce esta victimización, la película más taquillera del año (con muchísima diferencia) es un festival de imaginario masculino blanco y nostálgico: Top Gun: Maverick. Eso nos dice algo sobre las tensiones y transformaciones de ese lugar llamado mainstream, la diferencia entre éxitos en las taquillas y en el streaming (Los Anillos de Poder de los Elfos Negros arrancó 25 millones de visionados de su primer capítulo y ahí sigue)

Todo presente reescribe su pasado. Toda historia se mantiene a través de la remezcla y la reescritura, es cierto. No es menos cierto que la dificultad para expandir la imaginación lleva a embarrar el campo en historias incapaces de romper sus propios corsés. Star Wars, más de cuarenta años de franquicia, ha sido incapaz de ir más lejos que el tiempo de vida del padre y el hijo Skywalker. La galaxia es basta, pero el futuro no. Desde que Avengers: Endgame consiguió la madre de todas las batallas y el "crossover más importante del mundo", Marvel no ha sido capaz de elevarse por encima de su propio apocalipsis. Vamos a saber todo sobre los acontecimientos previos a que Frodo llevara el anillo al Monte del Destino, pero es imposible saber nada de lo que pasó cincuenta años después.

De la misma manera, a la vez que el mainstream se abre en términos inclusivos, también se cierra en términos de las historias que se cuentan. Es como si se abriera la puerta a que una mayor diversidad coloree las historias que los "hombres blancos heterosexuales enfurecidos" quieren mantener intactas, pero sigue siendo difícil incorporar a ese mainstream las culturas que acompañan esas diferencias o esos cambios de orientación sexual o de género. La historia de La Sirenita seguirá sin ser un ejemplo feminista en la que una chica pierde su voz por amor.  Visibilizar, en definitiva, un grupo, o una variedad de ellos pero seguir sin visibilizar una diversidad cultural.

Aún así, ya hay ejemplos de cambios algo más profundos con un éxito descomunal. El Black Panther de Marvel es un intento de imaginar una África que mantiene el control de sus bienes y se desarrolla sin el peso del colonialismo. El asunto no es que Wakanda tenga el mineral "vibranium", el asunto es que ningún blanco ha conseguido hacerse con él. Lo mismo pasa con los temas y la forma de representarlos de Red, la película de animación de Pixar, que además de tratar temas que jamás se habían visto en una película de animación, lo hace desde una mirada no blanca ni masculina.

Las nuevas versiones de los clásicos de Disney de los 90 son un intento de enganchar a nuevas generaciones a las historias que enamoraron a sus madres y padres y que pueden ir al cine sabiendo ya lo que se van a encontrar. Es decir, con seguridad. Partiendo de esa seguridad, que la Sirenita sea una mujer negra obedece a ese diálogo permanente que produce el mainstream. Igual que las chicas podían identificarse con los Cazafantasmas antes de que fueran 4 mujeres, los chicos blancos tenemos que aprender a identificarnos con quienes no son nosotros en la pantalla y celebrar que las niñas negras, tengan a alguien que, por fin, se parezca a ellas y sea la prota del cuento.

En el combate de estas posiciones reaccionarias se está construyendo una pedagogía que interviene también en el mainstream y que proporciona muchas herramientas a las generaciones más jóvenes para defender narrativas más ricas y complejas, que sirven para ver el mundo con mayor diversidad. Pero también creo que tenemos que poner el listón más alto. Los debates y la exigencia en torno a un producto cultural no se pueden quedar encerrados en el marco de discusión que proponen las masculinidades más reaccionarias. Hay que discutir sobre eso, pero no sólo sobre eso, porque sino el modelo de representación se quedara en un beso fugaz entre una pareja lesbiana  mientras cierran una puerta como pasa en Lightyear.  Habría, por cierto, mucho que hablar sobre el tipo de polémicas que producen las apuestas por la diversidad basadas en un momento, una imagen, más meméticas, frente a aquellas que producen un mundo completo de mayor diversidad o directamente desde otra perspectiva o mirada.

Tampoco es de recibo que el argumento sea "es una sirena (o un elfo), no existe, puede ser de cualquier color", porque eso lo que hace es legitimar por la vía de quitarle toda importancia. No. Es importante que el mundo de la ficción sea lo más diverso posible, en tipos de sujetos que representa y en culturas y también, por tanto, en los orígenes diversos de quienes crean los productos culturales.

Por último, creo que debemos exigirle más a las plataformas en su defensa de la diversidad. Cuando se abre esta discusión siempre hay dinámicas de odio. Siempre. Dichas dinámicas se dan en redes sociales y se vuelcan fundamentalmente con las actrices o actores que encarnan estas nuevas versiones. Lo que se está produciendo ahí es una socialización de usos y costumbres que luego se generaliza y se extiende para atacar a todo tipo de gente (especialmente a mujeres, personas LGTBIQ, racializadas, etc.) Esos usos son conocidos y alentados por el diseño mismo de los espacios de conversación social y redes sociales. No puede ser que empresas con el poder de Amazon o Disney se limiten a hacer un comunicado o una campaña con un hastag y unas camisetas. No puede haber diferencia entre poner a una actriz negra a interpretar a una sirena y defender a la chica que sufre bullying en la escuela porque este año ha decidido disfrazarse de La Sirenita o de El Elfo Negro (Se llama Arondir, por cierto).

 

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