Otras miradas

Ariel no existe, las niñas negras sí

Nagua Alba

Psicóloga. Exdiputada en el Congreso.

Ariel no existe, las niñas negras sí
Imagen combinada de un fotograma de la nueva película de 'La Sirenita' y una niña reaccionando al tráiler. - Twitter/TikTok

Debía de ser una niña de no más cuatro años y caminaba de la mano de mi madre por una urbanización de la periferia de Madrid cuando una niña de aproximadamente mi edad me miró y gritó con admiración "¡mira mamá, una negra!". La mamá en cuestión puso cara de pánico y reprendió a su hija pidiéndole que no me llamara eso, que yo solo era "morenita". Mi progenitora se apresuró a sacarla de su error y confirmarle que efectivamente, la criatura tenía razón, yo sí era negra.

Esto, en vez de tranquilizarla, provocó que agarrara a su hija y huyera sin mediar palabra, dejándonos a mi madre y a mí con una terrible sensación de desazón. Recuerdo a menudo ese pequeño episodio porque ejemplifica a la perfección lo que las niñas negras criadas en el norte global perciben y asimilan de su entorno de manera sistemática durante toda su existencia. Seguro que si hoy preguntásemos a esa mamá, nos aclararía que ella ni es ni ha sido jamás racista, pero aquel día, enseñó a su hija una lección: si llamar negra a alguien es motivo de reprimenda, es porque negra es un insulto, y serlo, una vergüenza.

Nunca volví a cruzarme con ella, pero no me cabe la menor duda de que, al igual que yo, durante el resto de su infancia, aquella niña pudo constatar que su madre no se equivocaba, lo de ser negra no molaba un pelo, y como tu mayor aspiración en la vida fuera llegar a princesa Disney (este fue mi caso desde los tres hasta más o menos los nueve años) ya podías tener el pelo liso y ser rubia (o al menos paliducha) porque si no, estabas soñando en balde. Por eso, cuando esta semana vi una recopilación de vídeos de niñas negras reaccionando al teaser del live action (que es cuando a Disney no se le ocurren ideas nuevas y decide rehacer con elenco humano lo que ya produjo en dibujos animados hace mil años) de La Sirenita me emocioné muchísimo.

Al poco de anunciarse que Halle Bailey sería la actriz protagonista de la nueva Sirenita de Disney, fueron miles quienes se sintieron profunda e irreversiblemente heridos, sus infancias (ya pasadas hace rato) habían sido destrozadas y todo aquello en lo que creían destruido. Estos adultos (blancos) supuestamente funcionales, que en absoluto constituyen el público objetivo de la película, corrieron raudos a defender el honor de Ariel ante el atentado que constituía que fuese interpretada por una actriz nada más y nada menos que negra.

El debate, lejos de verse superado, ha resucitado meses después al publicarse las primeras imágenes de Bailey interpretando una de las míticas canciones de la película (menudo vozarrón, por cierto). No han escaseado los argumentos para justificar la indignación por el color de piel de la protagonista (por supuesto, todos ellos enumerados tras un "no es por racismo, pero" o "yo no soy racista, pero"): que si fidelidad al relato original (que Disney ya se pasó por el arco del triunfo en la primera película sin generar escándalo ninguno), que si es una ofensa al dibujo de 1989 (todo el mundo sabe que las animaciones son muy sensibles y sus sentimientos pueden herirse con facilidad), que si las sirenas danesas son blancas (el pobre cangrejo Sebastián se debe de estar helando en el Mar del Norte siendo él caribeño, pero eso no parece preocupar a nadie) y un largo etcétera de mamarrachadas a cada cual más ridícula intentando disfrazar de conclusiones lógicas lo que en realidad son prejuicios.

Sinceramente, el debate sobre el rigor histórico de una película que habla sobre gente que vive debajo del mar no merece siquiera ser abordado. Quien considere que es más creíble que bajo el agua habite (y cante a todo trapo) una señora con cola de pescado que el hecho de que dicha señora sea negra, es simple y llanamente un racista. Fin de la discusión.

En cualquier caso, de todos los argumentos, el que mayor malestar y menos risa me ha generado es el esgrimido por quienes (también adultos blancos, por cierto) afirman que esto no es algo importante, que es el capitalismo lavándose la cara y que no hay que seguirle el juego a Disney celebrándolo. Es obvio que la industria del entretenimiento no la dirigen activistas antirracistas y que cualquier cosa que hagan es con el único objetivo de lucrarse más y mejor. Pero esto no invalida la importancia de que a partir de 2023 millones de niñas en el mundo podrán identificarse con una de sus heroínas, porque es como ellas, porque ha sido creada pensando en ellas, porque ellas, al fin, existen.

También que otras tantas, que no se parecerán a Ariel, mirarán con admiración a las niñas negras que se crucen por la calle, y por mucho que sus madres les digan que no las llamen eso, tendrán la certeza de que las princesas Disney también son negras, y que eso, mola.

Más Noticias