En dos libros publicados hace un año, "Identidades feministas y teoría crítica" y "Perspectivas del cambio progresista" analizaba, entre otros temas, la situación desventajosa de las mujeres, su dinámica de activación reivindicativa y expresiva en lo que se ha venido en llamar la cuarta ola feminista y el proceso de identificaciones colectivas en torno a un feminismo transformador de carácter igualitario-emancipador. Los dos grandes temas de la movilización feminista han sido: contra la violencia machista y por la igualdad en las relaciones laborales, sociales, institucionales y cultural-simbólicas, incluida la paridad representativa. A ello hay que añadir, también vinculado con los colectivos LGTBI, la libertad por el desarrollo de su propia sexualidad y su proyecto vital y de género.
En un libro reciente "Dinámicas transformadoras. Renovación de la izquierda y acción feminista, sociolaboral y ecopacifista" profundizo en el análisis de las desventajas de género y la activación feminista y, en particular, en varios de sus retos como frente a la violencia machista y por los derechos de las personas trans, así como en una reflexión más general sobre la formación del sujeto feminista. Además de esos textos, existen interesantes investigaciones sobre la desigualdad de género que no voy a comentar. Aquí me detengo solo en dos aspectos concretos: el énfasis en el protagonismo de las mujeres en su propia liberación respecto de la discriminación femenina, y en el carácter justo e igualitario de las demandas de la gran mayoría de feminismo, en particular frente a la violencia machista, sin que quepa la descalificación de victimista.
El avance feminista en la sociedad es una evidencia, tal como he señalado en los libros citados y confirman los últimos estudios sociológicos que, al mismo tiempo, expresan ciertas diferencias entre mujeres y varones y algunas especificidades por edad. Lejos de las explicaciones esencialistas hay que exponer la diversa realidad social. Hay más conciencia feminista en las personas jóvenes y casi en dos tercios de mujeres y un tercio de varones, incrementándose estos porcentajes en los últimos años.
Es decir, existe una proporción de dos a uno, favorable a las mujeres, en la vinculación colectiva con el feminismo en ese nivel básico de actitud favorable a la igualdad de hombres y mujeres. Pero si consideramos a la gente activa que ha participado en la acción colectiva feminista estos años, unos cuatro millones de personas que propiamente es la base directa del movimiento feminista en cuanto sujeto sociopolítico, la proporción de mujeres aumenta, y todavía se incrementa más si contamos solo las personas más estables y organizadas, de varias decenas de miles, con abrumadora mayoría de mujeres.
Por tanto, el feminismo tiene una composición mixta y es inclusivo respecto del sexo/género con aceptación de la cooperación de varones solidarios frente a las lacras patriarcales que también les afectan. Pero el protagonismo emancipador corresponde a las mujeres. Está derivado de su experiencia de padecer discriminación y la actitud crítica ante ella, así como del mayor peso cuantitativo y cualitativo de su conciencia y su participación feministas.
En consecuencia, tampoco vale un planteamiento abstracto, elitista o indiferenciado respecto de la realidad desigual y su supresión. Se combinan la experiencia desventajosa vivida como injusta, la oposición a la misma y la actitud superadora de la desigualdad de género (y entre los géneros). Luego viene, en su caso, la conexión democratizadora con una dinámica más multidimensional sobre el conjunto de los conflictos sociales y políticos. Pero ese proceso de identificación feminista se enraíza en una actitud de superación de esa discriminación por sexo/género a través de un comportamiento igualitario-emancipador; no defiende solo a una parte, aunque ya sea la mitad de la población, sino al conjunto de la sociedad.
Similar clasificación la podríamos constatar en el caso de los distintos colectivos LGTBI. Los grupos directamente afectados son los promotores de sus demandas colectivas y su mayor implicación expresiva. Reciben el apoyo y el reconocimiento de otras personas (heterosexuales y cis...) solidarias frente a su discriminación o simplemente sensibles con los derechos humanos.
Persiste la desigualdad de género
Se ha observado también una tendencia minoritaria de reafirmación machista, que ha adquirido mayor visibilidad e iniciativa desacomplejada al amparo de la cobertura mediática y política que va recibiendo de la reacción ultraderechista. Así, entre el 20% y el 25% de varones jóvenes es negacionista de la violencia machista y considera que el feminismo no está justificado y solo busca perjudicar a los hombres.
Se sienten víctimas del avance feminista de mujeres, así como de las transformaciones y las políticas igualitarias frente a su supuesto derecho tradicional de control y dominio en las relaciones interpersonales y sus ventajas en el desigual estatus productivo, social e institucional que no quieren reducir. O sea, reaccionan desde su prepotencia y su defensa de una situación privilegiada, y aunque el avance de la igualdad les suponga esfuerzos adaptativos no está justificada su percepción de injusticia victimista. Habrá que utilizar todos los mecanismos persuasivos y pedagógicos necesarios, pero con el machismo no se concilia sino todo lo contrario: hay que reforzar la dinámica feminista transformadora.
Ello implica, por una parte, dar más consistencia y expresividad a la parte activa, el movimiento feminista en sentido estricto, base del feminismo crítico y transformador y motor del cambio social e institucional, y, por otra parte, ampliar el nivel de conciencia y apoyo feminista, en las mujeres, desde los dos tercios actuales, y en los varones, desde el tercio actual. Y, al mismo tiempo, neutralizar y reducir el núcleo de apoyo al machismo, sobre todo respecto de esa minoría significativa de casi una cuarta parte de varones, a la vez que se gana credibilidad feminista ante ese amplio campo de personas intermedias o indecisas, casi la mitad de varones y un tercio de mujeres.
En los libros citados hago una valoración sociohistórica, especialmente con la crisis socioeconómica y las políticas regresivas impuestas, del agravamiento de las relaciones de desigualdad social en general y, específicamente, respecto de la situación de la mayoría de las mujeres del ámbito popular. E, igualmente, señalo los límites de las positivas políticas públicas puestas en marcha por el primer Gobierno socialista de Rodríguez Zapatero, en particular, la Ley de Igualdad y la Ley contra la violencia de género, y salvando el cambio más sustantivo en relación con el matrimonio igualitario.
Sus insuficiencias reformadoras, después de más de una década en vigor, han sido evidentes. Se han combinado algunas mejoras limitadas, beneficios simbólicos y culturales e incremento de la legitimidad institucional, junto con ciertos enfoques punitivistas contraproducentes y una falta de eficacia transformadora de las relaciones de desigualdad real.
La amplia ola feminista desde 2018, con una masiva indignación cívica y exigencia de cambios (en el contexto internacional del movimiento Me Too), cuestionó esa inacción institucional para dar una respuesta sustantiva, precisamente, ante dos nuevos hechos. En primer lugar, el agravamiento de las desventajas femeninas en los dos campos fundamentales: por un lado, la violencia machista (la movilización frente a la agresión de la ‘Manada’ en Pamplona fue un desencadenante de ese malestar y solidaridad feministas) y, por otro lado, las brechas laborales y la subordinación y los sobresfuerzos femeninos ante la crisis socioeconómica, la exigencia de cuidados y los recortes sociales. En segundo lugar, un nuevo contexto sociopolítico desde comienzos de esa década con la activación cívica y la articulación de un campo sociopolítico alternativo que favorecía la movilización popular progresista.
El nuevo Gobierno progresista de coalición ha abordado nuevas reformas legislativas e institucionales como a Ley de garantía integral de la libertad sexual, conocida como la ley del "solo sí es sí" y el proyecto de Ley de los derechos trans, ambas con ciertas controversias pero con un avance de medidas protectoras y derechos. Su efecto cultural y simbólico ya es importante, sus consecuencias relacionales y de cambio estructural se deberán notar a medio plazo.
No obstante, el reto todavía es el de la igualdad en los ámbitos productivos, institucionales y socioculturales. Se ha ido tratando parcialmente con medidas paliativas generales de efectos compensadores en distintos ámbitos, desde el salario mínimo, la igualdad salarial y la acción contra la precariedad laboral y la temporalidad, más beneficiosos comparativamente para las mujeres, hasta el apoyo público a las escuelas infantiles, la dependencia o los permisos familiares y la conciliación de la vida laboral y personal. Pero, no obstante, queda pendiente un impulso global a las políticas de igualdad de género, aspecto que no desarrollo ahora. Dada la actualidad y la polémica suscitada me centro en el otro aspecto.
La apuesta contra la violencia machista, el feminismo no es victimista
Todavía estamos asistiendo a la persistencia de la gravedad de la discriminación, la opresión y la violencia contra las mujeres y colectivos LGTBI. La acción feminista contra la desigualdad de género, en el doble campo institucional y cívico, es fundamental. El refuerzo de la identificación feminista, igualitaria-emancipadora, frente al machismo, opresivo-dominador, sigue siendo decisivo. Veamos solo unos datos recientes.
Según el Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial, en el segundo trimestre de 2022 han aumentado en un 12% los indicadores de violencia de género que se sitúan en torno a 45.000 (44.543 víctimas y 45.743 denuncias). Quizá la entereza femenina y el apoyo personal e institucional vayan permitiendo superar el miedo ante la persistencia de unas consecuencias de subordinación vividas desde la inferioridad; ello favorece el arrope comunitario y público, así como la denuncia judicial de estas agresiones (ninguneadas por la derecha extrema). Pero estamos hablando de denuncias formales, o sea, sin contar la existencia de maltratos, coacciones y agresiones machistas que permanecen sin judicializar y, a veces, ocultas en el entorno vital.
En todo caso, es una realidad evidente en los ámbitos relacionales y familiares, que expresa trayectorias de control y dominación machista con perjuicio para la estabilidad, seguridad y autonomía de esas personas afectadas, la mayoría mujeres (y un gran impacto en sus criaturas) y que siempre denota prepotencia masculina y estereotipos a desechar, como en el reciente ejemplo de las provocaciones e insultos machistas en un colegio universitario madrileño, elitista, segregado y religioso por más señas.
En ese sentido hay que huir de dos actitudes de apariencia contrapuesta que conducen a la misma inercia continuista. Por un lado, el blanqueamiento del machismo, su negación o infravaloración. Por otro lado, su ostentación y tremendismo con un impacto contraproducente de inducir pánico moral, apoyado en el puritanismo, con efectos de control social hacia las mujeres y su libertad sexual. El análisis realista tiene la función de procurar la transformación real, serena y persistente de comportamientos, costumbres y mecanismos institucionales igualitarios.
Así, con la media de los datos oficiales anteriores del último año, extendida a toda la década, nos encontramos que las personas víctimas directas de violencia machista llegarían, nada menos, a cerca de dos millones de casos registrados. Y como decía, quedan fuera multitud de hechos, gestos y actitudes prepotentes, quizá más leves, pero que en su conjunto constituye un acoso machista que genera una cultura autoritaria y un impacto regresivo contra la libertad relacional de las mujeres y la igualdad en sus trayectorias vitales. Es un hecho grave y masivo. Genera una pérdida de calidad democrática, convivencial y solidaria en la sociedad. Y la impotencia institucional no se la pueden permitir el feminismo y, en general, las fuerzas progresistas. El Gobierno de coalición, pienso, que es consciente de ello.
Los resultados de la reciente ‘Macroencuesta de la Violencia contra la Mujer’ confirman la amplitud de la violencia machista, en particular hacia las mujeres jóvenes: Un 38% de las encuestadas de entre dieciséis y veinticuatro años contesta que ha padecido violencia en su pareja y el 21% fuera de ella. La diferencia es significativa respecto de las mujeres adultas (de veinticinco y más años), cuyos porcentajes de haber sufrido violencia en la pareja y fuera de ella son, respectivamente, el 22% y el 12%. Si vamos al acoso sexual, la dimensión de los datos es también desigual por edad, pero muy altos: el 60% en las jóvenes y el 38% en las adultas han sufrido esa experiencia. No es de extrañar que sean las mujeres jóvenes, en las que se acumulan la coacción de la violencia y el acoso machista, la precariedad de sus condiciones laborales y las desventajas en sus trayectorias vitales las que abanderen la conciencia y la acción feministas.
La experiencia del feminismo en estos más de dos siglos lo confirma: la liberación y la igualdad de las mujeres la protagonizan ellas mismas, con la cooperación de varones solidarios y agentes sociales e institucionales progresistas frente a la reacción machista, autoritaria y derechista que constituyen el adversario principal. La principal trampa es caer en la retórica y el formalismo sin llevar a cabo un proceso reformador sustantivo que dé confianza a las capas subalternas en el avance de su bienestar y credibilidad a la representación social e institucional tras un proyecto transformador de progreso. El motor del cambio es el refuerzo del feminismo con una perspectiva igualitaria-emancipadora.
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