Otras miradas

Volar la cruz del Valle de los Caído: una imprescindible iconoclasia laica

Antonio Gómez Movellán

Europa Laica

Vista del Valle de los Caídos, situado en el municipio madrileño de San Lorenzo de El Escorial. EFE/ Ángel Díaz
Vista del Valle de los Caídos, situado en el municipio madrileño de San Lorenzo de El Escorial. EFE/ Ángel Díaz

La entrada en vigor de la nueva ley de memoria histórica debe conllevar, en aplicación del artículo 54 de la misma, la resignificación del monumento nacional católico fascista del Valle de los caídos y la disolución de la Fundación religiosa que está allí instalada, la Fundación de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, y que está controlada por los monjes benedictinos. Por supuesto que, en mi opinión, si se quiere resignificar el monumento para convertirlo en un centro de memoria histórica se deberá empezar por la voladura de la cruz que lo preside. Cuando se construyó el monumento se pretendía erigir la cruz más grande de la cristiandad y encontrar un emplazamiento natural que diera la apariencia de unir el fascismo cristiano con el cielo a través de esa gran cruz. Como dijo Diego Núñez, el arquitecto que la diseñó, "la cruz fue nuestra pesadilla" ya que incrustar una cruz en un risco espectacular pudiera dar la sensación de una cruz minúscula, pese a ser como es, la más alta del mundo.

Las destrucciones de monumentos e imágenes, históricamente, pueden ser civilizatorias o bárbaras. Por ejemplo, la destrucción de la Biblioteca de Alejandría por el obispo del siglo V Teófilo fue una obra bárbara del cristianismo, pero la destrucción de las imágenes de zares y emperadores fueron obras civilizadoras que acompañaron todo tipo de revueltas políticas y sociales emancipadoras; incluso la iconoclastia protestante, en el periodo de la reforma, fue una obra también civilizatoria o como lo es hoy en día la destrucción de monumentos y estatuas de colonialistas occidentales lo cual ha permitido abrir una  reflexión política y social más que necesaria  sobre el legado del colonialismo occidental. Así pues, la resignificación de ese monumento, si es que puede tener alguna, debería empezar por esa voladura de la cruz.  Conscientes de esto, el catolicismo de nuestro país ya se ha puesto en marcha para defender esa cruz de la aplicación de la ley y ya se han constituido varias plataformas de católicos para defender la cruz de la amenaza de su voladura. Incluso Vox, recientemente, ha registrado varias iniciativas parlamentarias para que cruces similares, repartidas por la geografía en España, sean calificadas de bien de interés cultural para eludir su destrucción. Muchas de esas plataformas se han fraguado entre los alumnos de los colegios concertados católicos y de los colegios mayores del tipo Elías Ahuja. Una gran parte de ese catolicismo ultramontano sale de estos colegios subvencionados donde miles de jóvenes combinan, sin ningún empacho, el machismo más casposo, como vimos en el colegio Elías Ahuja, con el sacrosanto derecho a la vida y la exaltación de una especie de neo franquismo. "Se reabren heridas", dicen todos al unísono como frase leitmotiv de su supuesta tolerancia esgrimiendo, agresivamente, banderitas rojigualdas.

En nuestro país la nueva ultraderecha se está forjando en un activismo vinculado íntimamente con un catolicismo juvenil movilizado con conexiones en las principales redes sociales donde la defensa de la familia natural, el derecho a la vida o en contra de la  diversidad en la identidad de género es parte del núcleo central de su discurso así como la defensa de un ultra liberalismo económico confuso y pueril. La crisis del partido político Vox parece estar relacionada con las desavenencias de estos grupos católicos ya que el que fuera uno de sus principales apoyos financieros, la denominada secta católica mexicana el Yunque con sus ramificaciones nacionales como la ONG "Hazte  Oír", parecen  ser los que han provocado la salida de la diputada Macarena Olona  y, en todo caso, constituyen hoy sus máximos apoyos.

Por lo demás la Iglesia católica en España nunca va a responder a las exigencias de Verdad Justicia y Reparación. El daño que ha hecho la Iglesia católica durante el franquismo es irreparable y ha contribuido a que los españoles tengamos una mentalidad retardataria para muchos asuntos. Lo que sí queda por delante es estudiar y divulgar el rol que la Iglesia católica tuvo en la represión y en la configuración moral de la sociedad ya que su papel fue lo más degradante moralmente y protagonizó humillaciones indescriptibles a miles de personas. Quizás un déficit de la ley de memoria historia sea precisamente este, ya que la Iglesia católica ni siquiera esta mencionada expresamente siendo, como fue, la institución que más daño moral causó a la sociedad. Ni demoliendo ese monumento católico fascista habrá reparación. La Iglesia nunca se va a arrepentir de su colaboración en la represión y Franco fue enterrado bajo palio; y lo más peligroso es que, en el fondo, una gran parte del catolicismo sociológico en nuestro país todavía defiende el legado histórico del franquismo y por eso huye de la reflexión histórica y social de este periodo histórico o simplemente divulga un revisionismo histórico inaceptable. Fue José Antonio Primo de Rivera, fundador del fascismo católico español, el que escribió esta frase premonitoria del monumento y que todavía hoy da escalofríos leerla: «La interpretación católica de la vida es, en primer lugar, la verdadera; pero es, además, históricamente, la española. Toda reconstrucción de España ha de tener un sentido católico».

Muchos dicen que, en el fondo, todo este asunto de la memoria histórica es una estratagema electoral para consolidar bloques sociológicos electorales. Nosotros no creemos que esto sea así, pero si se utilizara como un mero ardid electoral, entonces y teniendo en cuenta que la legislatura se está ya acabando, decimos al gobierno que se dé prisa y decrete urgentemente la voladura de la cruz Valle de los Caídos y den ultimátum para que los monjes benedictinos abandonen ese tétrico lugar que, con tanto fervor, han guardado. Muchos lo considerarán un acto electoralista, pero muchos otros lo consideraremos un imprescindible gesto iconoclasta laico.

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