Otras miradas

¿Y quién coño son los jóvenes?

Alicia Valdés

Politóloga y doctora en Humanidades

Varias personas protestan durante una manifestación en defensa de la salud mental de los estudiantes, a 27 de octubre de 2022, en Madrid (España). -Juan Barbosa / Europa Press
Varias personas protestan durante una manifestación en defensa de la salud mental de los estudiantes, a 27 de octubre de 2022, en Madrid (España). -Juan Barbosa / Europa Press

Hace unos días, las redes sociales y algunos medios de comunicación se hacían eco de las palabras que, tanto Isabel Díaz Ayuso como Arturo Pérez-Reverte, escupían en torno a la juventud. Las redes sociales, así como algunas instituciones políticas, se llenaban de críticas hacia las palabras de ambas personas. Sin embargo, lejos de revolcarme sobre esta controversia, esta columna busca indagar en la cuestión de quién coño son los jóvenes. Algo que nos preguntamos muchas cuando se nos presenta o invita a determinados espacios en calidad de jóvenes aun estando en la treintena.

Hace unos meses, en un congreso de investigación, nos planteábamos precisamente la relación entre juventud y precariedad en la universidad. La mesa la conformábamos personas que rondábamos los 30-35 años, unas edades que, no hace tanto, habrían sido tildadas de todo menos de jóvenes. La conclusión de la mesa fue que joven quería decir precario, no tenía que ver con la edad, sino con las condiciones de existencia.

Eres joven de manera continua e infinita cuando no puedes acceder a ofertas de trabajo indefinidas, sino que te mantienes en un limbo de existencia becada. Becas, prácticas no remuneradas o puestos de trabajo con la palabra junior al lado. Existencia becada: se te garantiza si aceptas tu condición de joven. Joven quiere decir también que no tienes un contrato indefinido, algo que tampoco debería ser negativo, porque, como decían desde la Secretaría General de Inmigración y Emigración en 2012, el joven ha de ser caracterizado por el espíritu aventurero que le lleva a migrar a otro país para conseguir un trabajo.

Los jóvenes, para la derecha, somos los pobres, los precarios. En otras palabras: los fracasados del sistema meritocrático y de la cultura del esfuerzo. Pero de lo que nunca se habla es de que la juventud, en tanto que precariedad, es algo impuesto.

La juventud se impone también cuando esas condiciones labores y materiales no te permiten dejar de vivir como un estudiante aun teniendo un trabajo. Cosas de jóvenes son compartir piso, no encender la calefacción por los gastos que generan o ni soñar el comprar una casa. Cosas de jóvenes o, mejor dicho, cosas de pobres que han sido condenados a una infantilización y un paternalismo donde la clase tiene mucho más que decir que la edad. También me llama mucho la atención que la única manera de poder salir de esa vida de estudiante que comparte piso sea mudándote con tu pareja. Divertido. Ahora ya entramos en el paradigma del adulto, pero para ello debes amoldarte a la idea de la relación monógama y tradicional.

Tronchante también es que Ayuso diga que los jóvenes están aislados socialmente cuando somos precisamente los pobres los que más construimos redes comunes para poder salir adelante, mientras los ricos, con su individualismo, cada vez están más aislados de la realidad que los rodea.

La juventud también se impone en la dieta. La pasta con tomate (eliminamos el atún por el precio del aceite para conservas) se coloca de nuevo en la punta de la pirámide cada vez menos nutricional que no solo azota a jóvenes, sino a familias enteras. Recordemos que "la tasa de riesgo de pobreza y exclusión afecta a un 28,3% de los niños y niñas en España, es decir, a 2,2 millones". Los jóvenes y los pobres tienen otra similitud, ¡aguantan lo que les eches!

Quizás sea porque la juventud no es más que un nuevo nombre para los pobres. En octubre, José Garamendi, presidente de la CEOE, afirmaba que no se podía hablar de ricos y pobres, pero no porque no los haya, sino porque decir pobres nos englobaría a muchas, y claro, eso no compensa, no vaya a ser que nos vayamos a revolucionar y a tomar las calles. Aunque para eso, el Gobierno debería de una vez por todas derogar la ley mordaza. Mejor vamos a dividirlos llamándolos de maneras diferentes, dividiéndolos sin un criterio claro, que no sepan ni ellos a qué categoría pertenecen. Llamarnos jóvenes en vez de pobres permite que la privilegiada princesa Leonor diga que la juventud, categoría que la que ella se engloba, es consciente de que la situación actual no es fácil.

El eterno joven, que es lo que vienen a construir las palabras de Ayuso y Pérez-Reverte junto a otras voces de la derecha, es el fracasado. Como decía el senador Pablo Gómez Perpinyà, lo que tenemos a un clic, no son precisamente recursos. Además, la dependencia hacia nuestros teléfonos muchas veces se desprende de la ansiedad que provoca la búsqueda incesante de una habitación-zulo o un trabajo precario o por tener que estar disponibles 24/7 ante algún jefe explotador. La angustia de quien vive un momento en el que una persona privilegiada, sin tesón, paciencia, que lo tiene todo y que vive aisladamente, puede dejarte sin derecho a las urgencias sanitarias o plazas de formación profesional cuando más le venga en gana.

En resumen, la cosa no va de que los pobres seamos jóvenes y los ricos unos niñatos, sino de que se niega la pobreza para volver a infantilizar, quitar autonomía y dividir a quien se ha de explotar.

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