Otras miradas

Sí es sí, 'Matrix' y la velocidad

Guillermo Zapata

¿Recordáis Matrix? La estrenaron en 1999 y nos voló la cabeza a todos. Matrix habla de muchas cosas: la relación entre realidad y simulacro, el poder tecnológico corporativo y la rebelión contra el mismo, la actualización de ciertos mitos judeocristianos encarnados en la figura de un nuevo Kal-El, un Superman manga que bebe de la cultura hacker y se llama Neo... Lo que se nos escapó es que además de todo eso era una metáfora sobre el proceso de transición de dos mujeres trans, las hermanas Wachowski, directoras de la película. Matrix nos hablaba de "ver el código"para poder interpretar correctamente e interferir la realidad que se presenta ante nuestros ojos, pero nuestra cultura, mucho menos inclusiva que la actual, muchísimo más masculinizada que la actual, no nos ofrecía las claves necesarias para leer correctamente una parte de lo que nos estaban contando.

Sin embargo, en Matrix, el código es la realidad. Cuando los hackers de Zion interfieren la simulación de Matrix y programan un arsenal gigantesco, unas gabardinas de cuero negro y unas gafas de sol guapísimas (entonces), lo que aparece en Matrix es exactamente eso. El código se acopla a la realidad de la simulación sin variaciones. Cuando Neo se inserta un programa para aprender artes marciales tarda apenas 5 segundos en aprender kung-fu, pero el kung-fu que aprende es la realidad en el interior de Matrix. No está sujeto a interpretación.

Llevo toda la semana intentando entender lo que ha sucedido en relación a la nueva ley del sólo sí es sí. Aún no puedo asegurar que lo entienda del todo. He leído siete artículos que lo explican en profundidad en varios medios de comunicación. He leído varios hilos en Twitter, algunos de juristas expertos y otros de mujeres feministas. Algunos con perspectiva crítica, otros puramente divulgativos. Lo he conversado en directo en varios grupos de Telegram con amigas y amigos que conocen bien el ámbito público, ninguno jurista. Hemos compartidos reflexiones y textos. Hemos cambiado de opinión varias veces. He visto también alguna intervención institucional al respecto. No he visto ningún debate televisivo. He aprendido algunas cosas que no sabía sobre disposiciones generales transitorias, derechos del reo, retroactividad de las penas y agravantes. Por ejemplo, sé que en uno de los casos el problema no es tanto la ley nueva cómo la ausencia de agravantes en la sentencia anterior. En los más divulgativos de esos textos he encontrado interpretaciones contrarias ante los mismos hechos.

Así que a diferencia de Matrix, el código de nuestras leyes no es "lo real". Esto, que supongo que es una obviedad, para mi ha sido bastante revelador, porque si el código jurídico es interpretable, decir que existe machismo en los jueces, por ejemplo, es hacer una interpretación sobre una una interpretación. Tú interpretas un código de una manera y yo interpreto tú interpretación de otra. Algo similar pasa con la perspectiva punitiva o antipunitiva, las dos pueden colocarse sobre el propio texto jurídico e interpretarse en una dirección u otra, especialmente cuando una ley nueva se introduce en el sistema. Es decir, que nuestro Matrix es un poco más complejo que el de la película y lo que las cosas son no es un acto automático, sino que depende de tres factores: tiempo, consenso y poder.

Tiempo porque hasta que la nueva norma no "se operativice" y se pueda evaluar no sabemos exactamente como se acopla a una complejidad que siempre será un poco mayor que el propio diseño político-jurídico.

Consenso porque jurídicamente es necesario llegar a acuerdos de uso para ir unificando el tipo de cosas que una ley puede hacer o no, pero también poder, porque en el campo jurídico dicho consenso se construye desde arriba hacia abajo. Por eso la Fiscalía habla de unificar doctrina o de resoluciones en el Tribunal Supremo. Por eso, el bloqueo de las instituciones judiciales en nuestro país es un enorme problema y por eso la prioridad para su desbloqueo y posterior democratización debería ser absoluta.

Pero todos esos elementos son contrarios a la velocidad mediática.

Vivimos en un Matrix que se rige por las interpretaciones, no por el código, y que se mueve a hipervelocidad. La forma de pelear contra esa dinámica, no es acelerar nuestros relatos, es socializar la lentitud. Es socializar la complejidad. Sé que parece contraintuitivo, pero no lo es, precisamente por el carácter de esa propia velocidad mediática, que requiere de constantes novedades para atraer nuestra atención. Defender la calma ante problemas complejos es la mejor (y quizás única) defensa que tenemos.

Mi conclusión de esta semana, quizás pesimista, es que no se puede ganar esta pelea intentando instalar una posición propia ante un problema complejo cuando tu capacidad de enunciación y atención es absolutamente asimétrica. No puedes ganar y sólo puedes alcanzar posiciones de visibilidad y atención exponiendo a tus figuras más mediáticas que, encima, tienen que ofrecer su versión más simplificada para intentar impactar. Necesitamos construir la costumbre de la calma en lo mediático. Podemos empezar por nosotros mismos, las y los lectoras. También porque en un contexto en el que el periodismo se alimenta, básicamente, de declaraciones, toda declaración sustituirá a cualquier análisis y una pelea de declaraciones a cualquier análisis complejo.

Hay otro motivo. La ley del sólo sí es sí hace referencia a algo que durante esta semana ha pasado a un sorprendente y terrible segundo plano: las víctimas. Las mujeres que han sufrido estas situaciones y que se ven revictimizadas en unos relatos en los que son un medio para un fin, atacar la ley.

Defender la calma, la ponderación, la complejidad, es también, creo, un mecanismo de cuidado.

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