Otras miradas

Hombres contra las violencias patriarcales: ¿qué hacer?

Antonio Aguiló

Homes Transitant*

Un grupo de mujeres sostiene pancartas en una manifestación por el 8M, Día Internacional de la Mujer, a 8 de marzo de 2022, en Valencia, Comunidad Valenciana (España). -Jorge Gil / Europa Press
Un grupo de mujeres sostiene pancartas en una manifestación por el 8M, Día Internacional de la Mujer, a 8 de marzo de 2022, en Valencia, Comunidad Valenciana (España). -Jorge Gil / Europa Press

Homes Transitant es un colectivo plural de hombres preocupados y disconformes con el modelo de sociedad patriarcal y heterosexista que cada día reprime, explota y mata tanto a las mujeres como a las personas LGTBIQ. Somos conscientes de que hemos sido educados en sociedades que nos han llevado a considerarnos superiores y en las que, por el mero hecho de ser hombres, disfrutamos de toda una serie de privilegios en el ámbito social, laboral y personal. Privilegios que, de tan normalizados, cuesta percibirlos.

Frente a ello, en el marco de los actos del 25N, lo mínimo que podemos hacer es condenar rotundamente toda forma de violencia contra las mujeres y pedir disculpas públicamente, pero sabemos que no es suficiente. Creemos en la necesidad urgente de reeducarnos individual y colectivamente, de desaprender el machismo, la misoginia y la LGTBIQfobia que habita en muchos de nosotros y de contribuir, junto con las luchas feministas, a transformar las bases de la sociedad que normaliza la violencia y la discriminación.

Sabemos que hay hombres dispuestos a reconocer las desigualdades entre hombres y mujeres, pero no a poner en práctica el feminismo, ya sea por prejuicios o por comodidad. Creemos en la posibilidad de aprender a ser feministas porque, como nos recuerda bell hooks, el feminismo es para todo el mundo. Un aprendizaje que va más allá de las declaraciones para conectar con la experiencia, con lo vivencial. Por eso, desde nuestra diversidad, y con la esperanza de que nuestra modesta contribución pueda ser de alguna utilidad para otras personas, nos preguntamos qué podemos hacer (o estamos haciendo) para combatir las violencias patriarcales.

Podemos dejar de abusar de nuestro poder y cuestionar los privilegios masculinos heredados: el privilegio de sentirnos protegidos de las agresiones sexuales; el privilegio de tener soberanía plena sobre nuestro propio cuerpo; el privilegio de gozar de mayor presencia mediática en los deportes; el privilegio de no ser, por defecto, los responsables de la educación y la crianza de nuestros hijos, entre otros.

Podemos romper el pacto de silencio patriarcal que calla, consiente y legitima la violencia (material o simbólica) contra las mujeres y las personas de género disidente. Podemos levantar la voz y dejar claros cuáles son nuestros límites ante un comentario o una actitud machista, tránsfoba, etc. Podemos ser el reflejo positivo para otros hombres, detener el ciclo, romper la cadena del desprestigio hacia lo femenino.

Podemos dejar de lado nuestras luchas egoístas y competitivas por ser los primeros, los más importantes, los más exitosos, y transitar hacia un mundo de igualdad, de dignidad y respeto donde poder amar, compartir, curarnos las heridas que arrastramos y celebrar la vida.

Podemos salir del analfabetismo emocional en el que hemos sido educados y que a la mayoría de nosotros nos enseña a reprimir las emociones relacionadas con el amor y la ternura y a expresar las relacionadas con la rabia y la hostilidad. En este sentido, podemos deshacernos de las corazas que nos recluyen en una masculinidad punzante y ser conscientes de la liberación y del placer de sentirlas caer.

Podemos gozar de nuestra paternidad responsable, de la alegría que supone cuidar de los demás y poder liberarnos de las cadenas impuestas por el hecho de tener que ser, supuestamente, hombres fuertes y ocupados que trabajan y no se preocupan de cuestiones domésticas.

Podemos dejar de regalar juguetes sexistas y exigir a los fabricantes y vendedores que fomenten una imagen plural, igualitaria, libre de estereotipos y de las identificaciones cromáticas (azul/rosa) preestablecidas por el mercado; juguetes que no reproduzcan los roles de cuidado, trabajo doméstico o belleza para ellas, y de acción, actividad física o tecnología para ellos.

Podemos aprovechar nuestra posición como docentes-investigadores para visibilizar en nuestro trabajo a las mujeres y las personas LGTBIQ, dar a conocer sus luchas y legitimar sus saberes para transmitirlos desde una perspectiva de género y de diversidad sexual.

Podemos consumir y recomendar la cultura hecha por mujeres: libros, películas, series, canciones y obras de arte que abordan temas de la realidad de las mujeres desde su propia perspectiva para equilibrar sus voces con la del hombre occidental, blanco y cisheterosexual del sistema antropocentrista.

Podemos escribir y hablar sobre feminismo como una muestra mínima (pero no por ello carente de valor) de respeto, solidaridad y admiración por todas aquellas personas que día a día se atreven a sobrepasar las barreras de lo personal y a enfocar su energía hacia la transformación social igualitaria. También como una forma de honrar la memoria de quienes han dado la vida por esta causa.

Podemos apostar por la diversidad en los modelos de masculinidad: celebrar a los hombres con sexualidades diferentes y no solo al hombre cisheterosexual; a los hombres racializados y no solo al hombre blanco; a los hombres con diversidad funcional, intelectual y sensorial y no solo a los hombres sin discapacidades; a los hombres que cuidan de personas dependientes; a los hombres que prefieren ser buenas parejas o buenos padres antes que buenos líderes en sus trabajos; a los hombres sensibles, que no esconden su vulnerabilidad, que saben que las personas somos interdependientes y que necesitamos que nos cuiden.

Podemos dejar de sentirnos satisfechos simplemente por no cumplir con los mandatos patriarcales. Es obvio que no todos los hombres somos maltratadores o feminicidas, pero sí somos espectadores. No ser machista no es ningún mérito. Lo meritorio es involucrarse, comprometerse, asumir el papel de agentes activos. El feminismo no es una opción individual, es el camino a recorrer en dirección a una sociedad más justa, más igualitaria y más humana. Podemos ser conscientes de que somos la principal parte del problema, pero también gran parte de la solución para conseguir la igualdad de género. Por eso, recordando el sugerente verso de Miquel Martí i Pol, "¿Quién sino todos?", hacemos un llamamiento colectivo a sumarse al cambio. Tenemos mucho que ganar.

 

(*) Antoni Aguiló, filósofo e investigador de la UIB; José Lorenzo, cocinero; Michael L. Muller, trabajador social; Juanjo Bermúdez de Castro, profesor de la UIB; Enrique Urbano, técnico de la Oficina de Igualdad de la UIB; Lluís Vidaña, artista visual y profesor de Secundaria; Pere Fullana, activista por la igualdad; Felipe Rico, realizador audiovisual; Sebastià Mascaró, mediador cultural.

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