Lucía no se llama así, pero no quiere que sepáis su nombre. Lleva décadas trabajando con mujeres maltratadas y con maltratadores. Sabe más por vieja que por diabla y está cansada, hastiada. No lo dice, pero sus manos, sus gestos, sus silencios la delatan. Está harta de ser la tirita en la hemorragia, la puerta a un mar que la desborda y que no para.
Le pedí una entrevista para hablar sobre maltratadores rehabilitados. Quería localizar, a través de ella, a unos cuantos para entrevistarlos. Sin embargo, después de nuestra conversación se me quitaron las ganas. En este pos 25N me acordé de lo que ella vive frente a lo que la burocracia relata.
El año pasado, según Instituciones Penitenciarias, 7.800 penados hicieron un PRIA–MA, un Programa de Intervención para Agresores de Violencia de Género en Medidas Alternativas. Es decir que 7.800 maltratadores sentenciados no entraron en prisión y a cambio siguieron una terapia semanal de unas horas durante diez meses.
Lucía cuenta que estas terapias no incluyen una valoración de riesgo de reincidencia, como pasa en Noruega, dónde además estos cursos no tienen un plazo específico, y también –y todavía más preocupante– que a ella no le consta que los informes que entregan las terapeutas que los imparten cambien en algo las penas ni la situación de los que cumplen o no tanto. ¿Da igual que falten o que asistan a todas las sesiones? ¿Es lo mismo que participen o que solo calienten silla? "De un tipo que solo habla para hacer lío, para negar de lo que se le acusa, se puede intentar sacar algo", me explica, "hay posibilidad de diálogo". De "un cacho de carne" dice gráficamente, no hay manera de sacar nada, sentencia mostrando su impotencia y su amargura ante todos esos que solo cubren expediente.
En 2021, 21.000 hombres fueron condenados por violencia de género. Los que entran en prisión no siempre son obligados a asistir a uno de estos cursos. Para los agresores sexuales no se dan cursos ni talleres de ningún tipo.
Además, Lucía y las suyas ofrecen terapias para hombres no condenados. Son terapias privadas, digamos, que tienen que sufragarse los interesados. A veces, Asuntos Sociales les contactan para solicitar una plaza para un padre maltratador o violento que puede perder la custodia de sus hijos, "como si el contacto con cualquier padre fuera beneficioso". "Esas llamadas me hacen gracia", dice Lucía con toda la sorna del mundo. "De nuevo suelen ser mujeres pidiendo ayuda para hombres que no quieren ser ayudados, como cuando nos llaman las mujeres pidiendo ayuda para sus maridos. Nosotras les decimos que tiene que llamar él. Muchas veces ellos nos utilizan para conseguir reconciliaciones peligrosas". Confiesa que ha pasado miedo por la falsa sensación de seguridad que puede dar a una maltratada el hecho de que su maltratador asista o diga que asiste. Ha descubierto más de una vez que alguno se hacía fotos en la puerta y se las mandaba a su mujer como prueba, sin llegar a entrar nunca.
"Es como trabajar con drogodependientes", describe. "Siempre en la desconfianza, siempre alerta, siempre con miedo por las víctimas".
Se niega a hacer terapia gratis para maltratadores. Son ellos los que controlan la economía familiar y son ellas las que están en las colas del hambre, me recuerda. Si se las ingenian para ir al bar o para fumar, no hay excusa para no pagar lo que vale una ayuda como ésta que les puede cambiar la vida, argumenta. Además, el dinero los obliga a comprometerse. "Cuando vemos compromiso, la tarifa es otra, pero casi nunca pasa". Muchos solo van hasta que les dan un informe de asistencia, como les ha sugerido su defensa antes de un juicio.
Lucía se muestra más esperanzada con los jóvenes. "Es imposible cambiar la cabeza de alguien con 70 años en unas horas", afirma rotunda. Y lo de ellas tampoco lo dulcifica: muchas maltratadas salen de los talleres buscando "otro príncipe azul" que les arregle la vida. Empoderar a una mujer y curarla del amor romántico tóxico tampoco es una tarea que se pueda hacer en unos días.
En este 25N, gracias a ella, he sacado algunas conclusiones: la educación en igualdad, en amores sanos, en relaciones de no dependencia, es la prevención ineludible; la terapia seria con seguimiento, con evaluaciones de riesgo, de avances y de retrocesos, es la única vía de reinserción de quiénes ya están envenenados. En otros países nos llevan la delantera y nos muestran el camino. Aquí falta comprensión y compromiso con la necesidad real e imperiosa de invertir en prevenir esta lacra cuatro veces más asesina que el terrorismo, en los últimos veinte años. Los presupuestos invertidos contra uno y otro terror son incomparables: el terrorismo se lleva 50 o 60 veces más dinero, pese a que es el terror machista el que ha matado un 400% más en las dos últimas décadas. La salud mental de los exmaltratadores y de las exmaltratadas está tan abandonada como la del resto, solo que en su caso en ello les va la recaída.
Además, Lucía dice que el presupuesto para estas terapias para rehabilitar maltratadores sale del mismo que se utiliza para tratar y ayudar a las maltratadas y que muchos organismos no están dispuestos a dedicarles ni un euro, en una especie de venganza descerebrada.
Aquí dejo sus reflexiones y las mías. Aquí siembro, como cada 25 de noviembre, una nueva esperanza en que hagamos mejor las cosas.
PD: Y para los que quieran ver en este artículo alguna crítica al Ministerio de Igualdad que lo olviden. Los PRIA Y PRIAMA son cursos que dependen de los jueces y de instituciones penitenciarias, es decir, si acaso de los ministerios de Justicia e Interior. Una vez más escribo que la lucha contra la violencia de género o es transversal y social o está y estará perdida.
Comentarios
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