Otras miradas

Atención Primaria: no te arregla quien no te conoce

Javier Padilla

Médico de Atención Primaria y diputado por Más Madrid en la Asamblea

Una mujer sostiene una pancarta que reza 'Médico en Huelga solo se atienden Urgencias' durante una concentración de los médicos y pediatras de Atención Primaria, frente a la Consejería de Sanidad, a 23 de noviembre de 2022, en Madrid (España). -Alberto Ortega / Europa Press
Una mujer sostiene una pancarta que reza 'Médico en huelga solo se atienden urgencias' durante una concentración de los médicos y pediatras de Atención Primaria, frente a la Consejería de Sanidad, a 23 de noviembre de 2022, en Madrid (España). -Alberto Ortega / Europa Press

No se puede arreglar algo si no se entiende.

Eso es lo que le ocurre a la Atención Primaria en muchos lugares de España y, muy concretamente, en Madrid.

En estas semanas en las que hay una huelga de médicos y médicas de Atención Primaria en la Comunidad de Madrid hemos podido escuchar a dirigentes varios (e incluso a un presidente de Colegio de Médicos) representar a la Atención Primaria de varias formas, pero con una característica que parecía sobrevolar todos los argumentos: Atención Primaria es donde pasan las cosas poco complejas, los problemas menores de salud o, sin llegar a decirlo, lo que tiene menos importancia.

El mero hecho de pensar eso muestra no tener absolutamente ni idea del asunto y, por ello, ser incapaz de solucionar lo que ocurre. Una Atención Primaria ahogada presupuestariamente desde hace lustros, y con una carencia crónica de profesionales (recordemos que Madrid es la comunidad con menor ratio de enfermeras de Atención Primaria y la segunda con menor ratio de médicos de Atención Primaria) es un nivel asistencial al que se maniata a diario para que no pueda hacer frente a lo que debería, esto es, a la mayor de las complejidades posibles: la del paciente complejo en su día a día y durante el paso de su vida.

Si lo que las administraciones quieren de la Atención Primaria es un conjunto de consultas de baja complejidad donde se hagan los papeleos y se traten (que no curen) los catarros, entonces lo de poner tablets o máquinas dispensadoras de recetas e informes puede llegar a ser un modelo adecuado a las pretensiones.

Si lo que se espera de la Atención Primaria es tener la capacidad de atender a pacientes con varias patologías frecuentes y complejas en su totalidad (no la diabetes por un lado, la artrosis de cadera por otro y la insuficiencia cardiaca por otro), contextualizados en su ámbito familiar y comunitario, en relación con los diferentes profesionales que atienden a ese paciente, acompañándolo a lo largo de su vida y además de una forma accesible, en tiempo y forma, entonces ya podemos ir desempolvando el proyecto de presupuestos generales de la Comunidad.

Dice el filósofo Norman Daniels que la función de los sistemas públicos de salud es mantener todo lo posible la funcionalidad del individuo como manera de garantizar la igualdad de oportunidades. En el caso de la Atención Primaria, esa función se muestra exitosa no cuando rellena el enésimo justificante para poder acceder a una subvención de un balneario (por decir solo uno de los informes que se piden en consulta), sino cuando logra que una persona evite un ingreso hospitalario que era evitable, cuando consigue evitar una interacción de medicamentos en un paciente frágil y polimedicado o cuando gracias a las curas realizadas en domicilio se logra evitar una infección de una úlcera por presión.

Nada de eso tiene que ver con los catarros, los informes u otros aspectos que, aunque tengan cabida en la Atención Primaria, no son lo que la definen ni, sobre todo, lo que muestra el valor social de esta.

En muchos sitios, y claramente en Madrid, no hay rumbo para la Atención Primaria desde los lugares donde se gestiona. Consejeros y viceconsejeros que han visto la Atención Primaria solo de lejos, se juntan con gerentes que hablan de lo que gestionan como si fuera su competencia pero no fueran competentes. Incluso puede haber profesionales que tras años trabajando en una Atención Primaria ahogada presupuestariamente y huérfana de liderazgo sientan que lo que les corresponde es lo de los catarros y los informes, y no lo de evitar hospitalizaciones en pacientes de alta complejidad, lo de atender en domicilio a personas encamadas cuya vida parece un castillo de naipes, o lo de las intervenciones comunitarias en salud.

La Atención Primaria que merece la pena defender es la que tiene sentido. La que alarga vidas. La que evita hospitalizaciones. La que mejora el día a día de la gente. Por eso, no puede defender ni mejorar la Atención Primaria quien no la entiende y conoce, porque lo más probable es que acabe convirtiéndola en un destilado algo caro e ineficiente de una expendedora de informes y recetas.

Para tener sentido, Atención Primaria tiene que ser un sitio donde la gente quiera ser atendida (todos, los de rentas altas, medias y bajas), y donde los profesionales quieran trabajar. Ambas cosas irán de la mano (la segunda precederá a la primera) y serán la condición de posibilidad para que todo esto merezca la pena. Ahora mismo, la cosa se encuentra en su peor momento de las últimas tres décadas. Toca revertir la situación. Ahora o nunca.

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