Otras miradas

Mundial Catar 2022: la insostenibilidad ambiental de los macro eventos deportivos

José Luis de la Cruz

Director de Sostenibilidad de la Fundación Alternativas

Mundial Catar 2022: la insostenibilidad ambiental de los macro eventos deportivos
El personal de limpieza limpia las calles de Catar.- AFP

Se acabó un nuevo mundial y Argentina consigue su tercera estrella en un partido espectacular. Y es que la final que vimos da la razón a todos aquellos que piensan que la Copa del Mundo de fútbol es el mayor espectáculo deportivo. Pero más allá del análisis deportivo, de organización, económico y de impacto social, llega la hora de revisar el impacto que un evento de estas proporciones tiene para el planeta.

Podría empezar este artículo diciendo que, conscientes de estos impactos, en los últimos años la FIFA ha empezado a implementar programas para reducir cada vez más su huella ambiental. Pero lamentablemente no creo que la FIFA se tome el impacto ambiental en serio, porque si así fuera nunca se hubiese celebrado un Mundial en medio del desierto, en un país que, en términos futbolísticos, atrae una asistencia promedio de tan solo 1.500 aficionados por partido del campeonato doméstico.

Eso sí, la FIFA presentó un documento llamado "Sustainability Strategy", en el que se comprometía a que la Copa Mundial de Fútbol emitiera cero emisiones de carbono y en la que haría un uso eficiente de los recursos. Pero la realidad parece haber sido otra. Y esto no es una sensación. Centrémonos en los aspectos básicos que actualmente marcan el desarrollo de las sociedades: cambio climático y uso eficiente de los recursos (o lo que es lo mismo: economía circular). Y a esto, y dado que recientemente ha tenido lugar la COP de Biodiversidad, sumémosle las medidas que han de tomar las naciones para la conservación del capital natural y la biodiversidad del planeta.

Los grandes eventos deportivos a menudo afirman ser neutrales en carbono. Pero esa afirmación es tan solo ‘greenwashing’ y la Copa del Mundo de Catar no ha sido una excepción. Si atendemos al informe publicado por Carbon Market Watch, el cálculo de huella de carbono realizado por la FIFA respecto de la construcción de los siete nuevos estadios ignoró enormes fuentes de carbono, ofreciendo unas emisiones finales ocho veces inferiores a las reales. La FIFA, en sus cálculos de emisiones de GEI, infravaloró las emisiones de la construcción, argumentando que los estadios tendrán una vida útil tras la finalización del Mundial. Pero a nadie se le olvida lo ocurrido en anteriores copas del mundo, o en las olimpiadas, con las nuevas construcciones una vez finalizan los eventos. Por tanto, debemos poner en duda estos cálculos y considerar que las emisiones han sido mayores que las calculadas en proyecto.

Pero incluso si atendemos a las cifras oficiales, la Copa del Mundo de 2022 ha producido 3,6 millones de toneladas de CO2, prácticamente la misma cantidad de CO2 que emite en un año la industria química española y la que absorben todas la tierras de cultivo de España, según el Inventario de Emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI). Y eso que los organizadores afirman que todos los estadios consiguieron cuatro o cinco estrellas del Sistema de Evaluación de Sostenibilidad Global (GSAS). Eso sí, en la categoría de ‘Diseño y Construcción’.

Pero la construcción de los estadios tan solo han sido el 18% del total de las emisiones. El Mundial de Catar ha provocado la operación de más 1.300 vuelos diarios hacia y desde el país durante el torneo, que en conjunto han supuesto más del 50% de las emisiones totales. Y aunque sobre proyecto se aseguraba que todas estas emisiones van a ser compensadas, surgen dos preguntas básicas: ¿quién va a hacer el seguimiento de los proyectos? Y, lo peor: ¿quién se acordará de ellos una vez finalizado el Mundial? Por tanto, en materia de cambio climático, como mínimo podemos decir que la contabilidad de carbono y mecanismos de compensación son cuestionables.

Las emisiones no son la única preocupación ambiental. El uso del agua es otro aspecto especialmente preocupante en un país como Catar, donde el 61% del agua procede de desaladoras. El Mundial de Catar ha necesitado más de 10 mil litros de agua al día para cada uno de los campos de fútbol que se han habilitado, incluyendo estadios y lugares de concentración de selecciones. Esto supone un incremento del 10% del suministro de agua desalinizada, lo que conlleva un gran impacto ambiental para el ecosistema marino del Golfo Pérsico, además de las emisiones que suponen desalinizar tanta agua.

Y es que la desalinización es uno de los peores factores de contaminación marina en todo el mundo, ya que produce salmuera, un fluido de desecho altamente salino que suele ser vertido al mar. Esta salmuera suele contener metales pesados y otros contaminantes químicos que, unidos a su alto contenido de sal y temperatura, pueden dañar las algas marinas, los arrecifes de coral y los hábitats de praderas marinas.

A todo esto le tenemos que sumar el reto de la gestión de los residuos que se generan en una Copa del Mundo. Tan solo teniendo en cuenta que en un partido del Mundial se puede generar más de 1.200 kilos de residuos y, por mucho que se implementen prácticas de gestión de residuos para garantizar la separación, clasificación y almacenamiento adecuados, el reto es enorme. La buena noticia es que la FIFA tenía un plan de ejecución muy detallado. En todos los estadios del Mundial de Catar se implementaron prácticas de gestión de residuos para garantizar la segregación, clasificación y almacenamiento adecuados, y se estima que el 60% de los residuos generados durante cada evento se ha reciclado, mientras que el 40% se ha utilizado para genera energía (más emisiones de CO2).

Pero el éxito de la gestión de residuos depende en parte de todas las partes participantes y, en especial, de que el público haga un esfuerzo por mantener el plan en funcionamiento. Teniendo en cuenta los valores de reciclado en Europa y España, debemos también poner en duda este dato, sobre todo porque tal como publica la FIFA en su web son los asistentes quienes tienen que contribuir a reducir la huella ambiental del evento, es decir, en gran medida este éxito depende del aficionado. Por tanto, parece algo arriesgado plantear objetivos de forma tan tajante cuando nos tenemos que encomendar a un público tan heterogéneo.

Lamentablemente, estos impactos no son un caso aislado. Si echamos la vista atrás, podría decirse que, desde Alemania en 2006, que podemos considerar como un caso de éxito, hemos ido de mal en peor. Desafortunadamente, cuatro años más tarde, la Copa del Mundo de Suráfrica produjo ocho veces más emisiones que las generadas en Alemania. Y en Brasil, ocho años más tarde, las emisiones fueron trece veces mayores que las emitidas por el Mundial de Alemania. Pero eso no es todo. En la Copa del Mundo de 2018, celebrada en Rusia, en donde por primera vez la FIFA desarrolló requisitos de certificación verde de los estadios, los impactos ambientales no mejoraron. En Kaliningrado, una isla conocida por el alto valor ecológico de sus humedales y con una elevada biodiversidad, en donde vivían un gran número de aves, se construyó uno de los estadios de la Copa del Mundo, produciendo un grave impacto ambiental que rompió el ecosistema natural de la isla. Eso sí, el estadio fue construido con los "más altos y modernos estándares ambientales".

Así pues, no es solo Catar: durante los últimos diecisiete años nos han vendido eventos sostenibles, cuando difícilmente pueden serlo si en la mayoría de los casos los anfitriones deben construir nuevos estadios en menos de una década. Si queremos que los eventos deportivos sean sostenibles, debemos de empezar por que en el futuro se elijan anfitriones con la suficiente infraestructura existente como para reducir, al menos, los impactos ambientales producto de la construcción de estadios.

En definitiva, organizar una Copa Mundial de fútbol puede ser bueno para los aficionados, los jugadores y los patrocinadores, pero rara vez es bueno para el planeta. Y, sin embargo, podrían ser una gran oportunidad para lanzar al mundo un mensaje de acción frente a los grandes retos globales.

Pero como he dicho antes, no solo es un problema de Catar o del fútbol. Todos los mega eventos deportivos, tal como se organizan actualmente, son insostenibles. Se han vuelto cada vez más grandes y sus impactos más severos. La mayoría son desastrosos para el medio ambiente. Por lo que, finalmente, me surge una pregunta: ¿veremos unos juegos olímpicos en medio del desierto? Sinceramente, espero que la ética y la racionalidad ambiental estén por encima de los intereses de unos pocos.

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