Otras miradas

Demagogos contra el hambre

Federico Herrera

Jefe de laboratorio de estructura y dinámica celular. Instituto de Tecnología Química e Biológica (ITQB-UNL)

Federico Herrera
Jefe de laboratorio de estructura y dinámica celular. Instituto de Tecnología Química e Biológica (ITQB-UNL)

Hace unos días, más de un centenar de premios Nobel firmaban una carta en la que se clamaba a los cielos: "¿Cuántas personas pobres en el mundo deben morir antes de que consideremos esto [la oposición de Greenpeace y los ecologistas a los transgénicos] un 'crimen contra la humanidad'?"

Esta carta es de un oportunismo, una demagogia y una mezquindad estratosféricos.

Es una carta oportunista porque se ha hecho pública sospechosamente cerca de la publicación de un documento larguísimo de la Academia Nacional de las Ciencias estadounidense que minimizaba los riesgos de los alimentos genéticamente modificados en base a 600 estudios científicos, como si los estudios científicos fueran dogma de fe, indiscutibles e inmunes a conflictos de intereses; y en medio de las negociaciones del tratado trasatlántico, que abriría (aún más) las puertas de Europa a los transgénicos.

Es una carta demagógica porque el hambre no es un problema tecnológico, sino social. No es un problema de cantidad de comida ni de exposición a catástrofes naturales o ambientes extremos, sino del terrible desequilibrio en la distribución de la riqueza, de las guerras, de la corrupción y de la explotación masiva de los recursos de países subdesarrollados por parte de países desarrollados. La humanidad ya tenía la tecnología suficiente para evitar el hambre en el mundo antes de llegar los transgénicos, lo que ha faltado siempre es voluntad política por parte de los países desarrollados para evitarla. Decir que producir más comida va a erradicar el hambre es tan inocente —o mezquino— como defender que aumentar los salarios de los políticos va a mejorar su calidad y su honestidad. Decir que las multinacionales van a ayudar a erradicar la pobreza es tan ingenuo —o mezquino— como asegurar que McDonald´s va a ayudar a curar la obesidad universal sirviendo refrescos sin azúcar.

Es verdad que se predice que el problema de la alimentación mundial se va a agravar hasta 2050, por causa del aumento global de la población y la sobreexplotación del mar y la tierra. El problema de la superpoblación y la falta de comida ya asustó en el siglo pasado. Entonces, la ciencia descubrió una forma de fijar el nitrógeno atmosférico y otros elementos esenciales para las plantas por medio de una simple reacción química, sin necesidad de bacterias. Estos abonos y fertilizantes artificiales aumentaron considerablemente nuestra capacidad de producir comida, pero no han erradicado el hambre. El reciclaje de aguas residuales como agua de cultivo, los cultivos hidropónicos y otras tecnologías para cultivo en zonas desérticas permitieron a países como Israel cultivar comida con mínimo gasto de agua potable, pero no han erradicado el hambre. Y eso que se tira a la basura un tercio de la comida que se produce. Producir suficiente cantidad de comida en condiciones adversas nunca ha sido el problema, el problema ha sido permitir que los países subdesarrollados se desarrollen, se emancipen en libertad y dignidad, y vivan en paz por tiempo suficiente como para implementar las tecnologías que ya existen hace décadas. Si no se ha hecho nada hasta ahora en este sentido, es más que razonable dudar que los transgénicos vayan a cambiar las perspectivas alimentarias de estos países.

Los transgénicos son sólo una de muchas alternativas científicas en las que se está trabajando actualmente, la mayor parte de las cuales entrañan menores riesgos y un mayor respeto por el ambiente y las poblaciones más desfavorecidas. Una moratoria de 50-100 años para la implementación de los transgénicos a nivel global daría tiempo a desarrollar y optimizar dichas alternativas. Si se hubiera hecho con la energía nuclear, como defendían los ecologistas, nos habríamos evitado muchos problemas. Nos hubiéramos arreglado perfectamente sin energía y armamento nuclear entonces, y nos arreglaríamos perfectamente sin transgénicos hoy. Las multinacionales son las únicas con prisa. Al resto —incluídos los pobres del mundo— nos es indiferente esperar 50 años más, porque los transgénicos no van a parar guerras o reducir la corrupción y la explotación. Pero me apuesto el cuello a que van a enriquecer aún más a los que ya son ricos.

Y creo que, gracias a organizaciones tan impecables como Greenpeace, no soy el único.

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