Otras miradas

Liberad a la realeza

Nagua Alba

De izquierda a derecha: Nicolás de Dinamarca, Felipe Juan Froilán de Todos los Santos de Marichalar y Borbón y el Príncipe Harry de Inglaterra
De izquierda a derecha: Nicolás de Dinamarca, Felipe Juan Froilán de Todos los Santos de Marichalar y Borbón y el Príncipe Harry de Inglaterra

Los últimos días de navidad son algo distintos al fin del verano, quizá menos tristes, se reciben incluso con cierto alivio y tienen también algo de mágicos. Estoy segura de que influye el Día de Reyes, esa mañana única en el año, en la que durante unas horas tenemos legitimidad para sentir una felicidad infantil, intensa, sencilla y plena que se había ido evaporando a partir de la adolescencia y que solo regresa con un buen roscón mojado en chocolate. Pero este año han tenido algo de amargo, de felicidad solo parcial, porque no puedo evitar pensar que hay quienes lo están pasando mal.

Nicolás de Dinamarca sufre estos días. Hace pocos meses, su despiadada abuela (y reina danesa) decidió arrebatar todos los títulos a sus nietos para, según ella, liberarlos de los pesados quehaceres reales. Nico (digo yo que sus amistades lo llamarán así), a los 23 años, dejó de ser príncipe este 1 de enero. Su padre Joaquín, sexto en la línea de sucesión y digno defensor de sus polluelos, llegó incluso a preguntar públicamente por qué debía borrarse así "la identidad" de sus inocentes hijos. Tremenda crueldad. Pobre Nicolás.

También Harry y Meghan están pasando por una etapa dura tras el estreno de su docuserie en Netflix. En ella, los duques de Sussex se sinceraban sobre todo lo ocurrido desde el comienzo de su amor hasta su ruptura con la familia real británica (aunque soy más de ficción que de documental, me reconozco como potencial e incondicional público de cualquier producto audiovisual sobre la realeza, y con ésta no pude pasar del primer capítulo, menudo empalague). En la serie, la pareja se abre en canal y llega a mostrar sus vídeos más íntimos donde, en modo selfie, confiesan sus sentimientos y lo dura que es la vida de un (ex)royal. El problema está en que tras este enorme ejercicio de humanidad y transparencia, la nieta de Nelson Mandela, Ndileka Mandela, ha tenido la poca sensibilidad de acusarlos de querer lucrarse utilizando frases de su abuelo en su nuevo proyecto y de comparar su historia de liberación de la casa real británica con la lucha por la libertad de Mandela. La pareja tendrá que invertir ahora su comienzo de año en defenderse de tamañas acusaciones en vez de, no sé, revolcarse en la alfombra con los 100 millones de dólares de su contrato con Netflix (solo hay que trabajar duro para conseguir tu pequeña autonomía económica, ¿eh?). Pobres Harry y Meghan.

También en casa tenemos (muchos) ejemplos de sufrimiento real. Desde el pobre Felipe soportando estoicamente los disgusto que le da su padre, que si viene que si va, hasta Cristina teniendo que aguantar los escarceos públicos de su ex, pasando por Juan Carlos, invadido por la añoranza (y el lujo) en vísperas de su cumpleaños, que tendrá que pasar en Abu Dabi. Pero entre todos, el sufrimiento que más me pesa es el de Felipe Juan Froilán (Pipe para los amigos), siempre recordado como aquel que se pegó (literalmente) un tiro en el pie. Pipe sufre. El mundo se le queda pequeño y tiene que abrirse paso a golpes (a veces también literalmente) mientras sus guardaespaldas le cortan las alas. El primogénito de Elena está inestable. El 25 de diciembre se vio implicado en una pelea con navajas a la salida de una discoteca, poco después descubrimos que él y su hermana influencer habían estampado su coche contra varios vehículos aparcados en el barrio de Salamanca. Ya lo decía Froilán en el programa de Sonsoles Ónega "Yo, si soy algo, soy una víctima", para luego añadir con humildad "Y ni eso. Soy un testigo". Pobre Froilán.

Y yo, que ya no puedo soportar todo ese sufrimiento, solo pido que liberemos a los royal del yugo de su realeza. Poco margen tenemos en Dinamarca y Reino Unido, pero aquí sí. En realidad ya no queda mucha gente que quiera someterlos a este suplicio, la mayoría de la población actual no votó esa Constitución que los enmarronaba (entre quienes se abstuvieron y quienes no habíamos nacido, ya no quedarán muchos síes por ahí). Hay una solución a todos sus dramas y disgustos, porque la corona es muy pesada. Bastaría con preguntarnos, y seguro que una amplísima mayoría respondería gustosa que claro que sí, que vuelen libres, que aprendan a ser autónomos, que lo de elegir en las urnas al Jefe o Jefa del Estado en realidad es un planazo y así ganamos todos.

Mientras esto llega, me quedo con Baltasar, Gaspar y Melchor, que durante unos pocos años de mi vida me hicieron soñar que la magia existe y que el mundo es justo, que a quien se porta bien, le va bien, y a quien no, no. Y además, no viven a nuestra costa.

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