Otras miradas

El derecho al 'beef' de las madres

Mar García Puig

Diputada de En Comú Podem y vicepresidenta segunda de la Comisión de Igualdad

La cantante colombiana Shakira a su llegada a la proyección de la película 'Elvis' en la última edición del Festival de Cannes. AFP/LOIC VENANCE
La cantante colombiana Shakira a su llegada a la proyección de la película 'Elvis' en la última edición del Festival de Cannes. AFP/LOIC VENANCE

Ayer nos despertamos con el vendaval originado por la canción de Shakira con BZRP, y todos esos beefs que le lanza a su ex y su actual pareja. Yo desperté también con las palabras que le dedicó el periodista Jordi Basté a la canción y a su compositora. El presentador del programa de radio más escuchado en las mañanas de Catalunya centró su editorial diario en una composición, según él, llena de odio y venganza. Pero lo que me hizo atragantarme con el café fue la siguiente afirmación: "Es una canción que en cualquier juzgado podría ser motivo para fruncir el ceño sobre la custodia de los hijos" o "¿escribiendo esta canción ha pensado Shakira en sus hijos?". Acto seguido acusaba a la cantante de machista, sin un mero titubeo ni percatarse probablemente de que acababa de blandir con soltura una de las armas más potentes del patriarcado para desacreditar a una mujer. Una ojeada a las redes sociales me lo confirmaba: el mito de la mala madre, de la madre despechada que castiga a sus hijos, volvía a materializarse, esta vez no en forma de Medea asesina, sino de cantante que tiene la desfachatez de tirarle unas líneas al padre de sus hijos.

Porque eso es lo que es Shakira, además de madre y supongo que tantas otras cosas. Cantante, y para sus obras, como ha pasado siempre en el arte, usa experiencias personales. Si eso lo mezclas con el género musical de la canción, tienes como resultado esos beefs y una demostración de empoderamiento que la lleva a equipararse con objetos de lujo. Shakira ha hecho lo que tantos otros antes: ha convertido su desamor y despecho en arte. Ya han salido los especialistas a citar a tantos otros cantantes masculinos que han hecho lo mismo y no se han medido por el mismo rasero. Pero a ella no se le perdona. Porque es madre, y como tal debe anteponer siempre a sus hijos, y porque es mujer, y la ira y la rabia ya se sabe que no están bien vistas en nuestro género. En mi experiencia en política he podido constatar con creces eso que dice la autora y activista Soraya Chemaly en su imprescindible libro Enfuerecidas: "Estas chicas, a quienes se etiqueta de ‘furiosas’ y ‘disruptivas’, a menudo actúan de formas idénticas a los comportamientos que en los chicos blancos jóvenes se consideran ‘rebeldías’ y como signos de ‘liderazgo potencial’".

Sorprende poco que estas críticas vengan de una parte de la sociedad, que por cierto hasta ahora había mostrado poca preocupación por los hijos de la célebre pareja en el torbellino mediático en el que se halla inmersa. Al fin y al cabo, el patriarcado, como bien apuntó la feminista Adrianne Rich, consiste en el poder de los padres y en la construcción por parte de los hombres del estereotipo de la buena mujer y la buena madre a lo largo de siglos de historia. Lo que sí me ha sorprendido es que desde el feminismo se haya corrido también a desacreditar a Shakira. No es la intención de este artículo juzgar la canción, a su autora como persona, ni el desempeño moral de los protagonistas de este célebre triángulo amoroso, sino la misoginia y reduccionismo que se esconde detrás de muchas de las críticas vertidas. Porque a Shakira, por mujer, se le exige ser una feminista intachable, incluso en el dolor y en la creación, sin contradicciones y, sobre todo, no debe nunca, jamás, criticar a una mujer. Y todo esto en nombre de la sororidad.

No entiendo la sororidad como la prohibición de criticar a otra mujer, de lanzarle un beef, y pienso que si lo hacemos le quitamos todo su potencial político y convertimos el concepto en la caricatura a los que muchos la han reducido. Porque la mujer no es por naturaleza un ser bueno incapaz de hacer daño; la mujer, como el hombre, también puede tomar malas decisiones, y no hay nada más machista que negarlo. Pero es que además se la critica por su falta de sororidad, y entonces, digo yo, si no es poco sororo no comprender su debilidad en este momento, si no es poco sororo contribuir a los discursos machistas que la critican en tanto que mujer ya casi en la cincuentena que se atreve a desafiar los roles de género. Y así podríamos entrar en un laberinto de sororidad que reduciría el concepto casi al absurdo, donde tendríamos que convertirnos en las defensoras acérrimas de quien nos haya podido herir o quien se encuentre en las antípodas de nuestros principios solo por ser mujer. Yo sí pienso que Shakira puede criticar a otra mujer sin convertirse en machista, con o sin razón, eso lo desconozco, y no voy a ser yo quien reduzca la calidad de una canción a eso.


Y aquí entraríamos ya en otro tema, polémico y apasionante, que es la necesidad de leer todo el arte de forma literal, de moralizarlo sin fin, de pasar sobre los y las artistas y sus creaciones un juicio que nadie se pasa de forma tan dura a sí mismo en la vida real. La historia del arte se ha construido sobre los pilares del amor y el desamor, de las traiciones y las venganzas, del afecto pero también del odio. A él le debemos algunas de las obras con las que más nos hemos deleitado. E incluso así, podemos criticarlo, cuestionar su origen y sus consecuencias, faltaría más. Solo pido que al hacerlo no lo hagamos con el mismo rodillo machista que obligó a nuestras madres a vivir su despecho en silencio.

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