La Oficina de Víctimas del Terrorismo del Gobierno vasco atribuye ocho atentados terroristas con víctimas mortales a la Alianza Apostólica Anticomunista, organización de extrema derecha activa entre 1977 y 1982 en el País Vasco tanto español como francés. El primero, septiembre de 1977, fue una bomba que estalló en la redacción de la revista El Papus, matando al conserje Juan Peñalver. Poco después asesinaron al taxista David Salvador en Andoain. En julio de 1978 ametrallaron al matrimonio formado por Agurtzane Arregi y Juan José Etxabe, dirigente de ETA. En mayo de 1979, secuestraron y asesinaron a José Ramón Ansa. En julio de 1980, a dos adolescentes que recogían cartones y un empleado de limpieza municipal que trabajaba en las inmediaciones del lugar del barrio bilbaíno de Amézola en el que hicieron estallar dos kilos de goma dos, con el objetivo de reventar una guardería propiedad de un concejal de Herri Batasuna. En agosto de 1980, asesinaron a Jesús María Etxebeste; y el 2 de enero de 1982, a Pablo Garayalde. La Alianza Apostólica Anticomunista era más conocida como la Triple A, nombre que también había recibido antes una organización argentina gemela, y recibiría después una colombiana.
La Triple A española reivindicó también una acción cometida en enero de 1977: el asesinato del estudiante antifranquista madrileño Arturo Ruiz durante una manifestación proamnistía, desencadenante de una serie de hechos que culminaría, dos días más tarde, con la terrible matanza de los abogados laboralistas de Atocha. El asesinato de Ruiz —de cuyos perpetradores, uno permanecería entre diez meses y poco más de un año en prisión, según la versión; y el otro huyó al extranjero y se le perdió la pista— provocó una manifestación de protesta en la que murió Mari Luz Nájera por el impacto de un bote de humo; y unas horas después, un comando ultraderechista irrumpía en el despacho en el que segaron la vida de cinco letrados. Aquella semana negra o trágica fue, en 1977, la misma del año en la que estas líneas se escriben en 2023. Ruiz fue asesinado el 23 de enero. Sobre por qué Alberto Núñez Feijóo, líder del Partido Popular, ha escogido esta semana, precisamente esta semana en que se cumplen los cuarenta y seis años de aquel hecho, para hacer, en un mitin, la gracieta de que hay una triple A que, desde Madrid, debe conquistar España en este año electoral (Almeida, Ayuso y Absoluta), hay varias explicaciones posibles, y ninguna libra al gran partido de la derecha española de una imagen espeluznante.
Las redes sociales debaten estos días —sería la primera explicación— si estamos ante un dogwhistle. Tal es el nombre que se ha dado a una triquiñuela retórica que practica en nuestros días la extrema derecha en su intento de engrosar su bolsa de votantes sin perder a los de toda la vida: deslizar, en un discurso, referencias que pasen bajo el radar de los no iniciados, pero revelen discretamente una determinada simpatía a los sí iniciados. Una forma de decir «sabed que soy de los vuestros, aunque tenga que mostrar moderación de cara a la galería». Un ejemplo español lo dio Santiago Abascal cuando, en el debate televisado de la campaña electoral de las últimas generales, hizo en su discurso final una cita literal de Ramiro Ledesma, sin nombrar a este padre del fascismo español. En otras ocasiones, el dogwhistle ha consistido en un juego con los números 14 u 88, o en ir a ver un partido del Rayo Vallecano y colgar una foto en redes justo en el momento en que entra al campo el futbolista Roman Zozulia, de acreditadas simpatías neonazis. En realidad, no es algo nuevo, sino que ya formaba parte de algún modo del despliegue táctico del fascismo clásico. Escribía Theodor Adorno que
«Una de las características intrínsecas del ritual fascista es la insinuación, a veces seguida por la revelación real de los hechos insinuados, pero la mayoría de las veces no. [... L]a ley o al menos las convenciones vigentes excluyen afirmaciones abiertas de carácter pro nazi o antisemita, y el orador que quiere transmitir tales ideas tiene que recurrir a métodos más indirectos. Parece probable, no obstante, que la insinuación se emplee y disfrute como una gratificación per se. Por ejemplo, el agitador dice "esas fuerzas oscuras, ya sabéis a quién me refiero", y el auditorio entiende sin más que las consideraciones van dirigidas contra los judíos. Los oyentes son tratados así como una camarilla que ya sabe todo lo que el orador desea contarle y que coincide con él antes de que se dé explicación alguna. La concordancia de sentimiento y opinión entre el hablante y el oyente, que se mencionó anteriormente, está establecida mediante la insinuación. Ello sirve como una confirmación de la identidad de base entre líder y seguidores».
Con respecto al dogwhistle que el discurso de Feijóo podría ser, lanzaba este sarcasmo en Twitter el periodista Álvaro Corazón Rural: «Korazón, Kabeza y Konsideración. Esa será la política para las migraciones subsaharianas. KKK, griten conmigo KKK». Nadie consideraría tal cosa una inconsciente torpeza, sino una trampa retórica. En el caso que nos ocupa, llamar triple A a algo no parece una forma inocente de hablar; una coincidencia casual: el habla corriente no llamaría triple A, sino las tres aes, a una convergencia de tres cosas que empiezan por esa letra. Es cierto que tampoco parece verosímil, ni siquiera pensando en su pugna con Ayuso y Vox, que el líder del PP oriente su estrategia a captar voto neonazi: antes bien, durante los últimos meses ha tenido el objetivo claro de seducir al votante felipista del PSOE, lisonjeando regularmente a González («yo voté a González en el ochenta y dos»). Numéricamente, hay bastante más que rascar por ese lado, lo que tal vez acabe incluyendo fichar y hacer candidato del PP a Emiliano García-Page, pródigo últimamente en cantosos elogios al expresidente gallego; aunque cabe recordar que elogiar a una organización terrorista de extrema derecha financiada por el Estado y al felipismo no son, ay, elogios contradictorios: la Triple A fue uno de los afluentes del río de los GAL.
De cualquier modo, la mención de la Triple A por parte del líder del gran partido de la derecha española puede ser siniestra de otro modo: constituyendo uno de esos signos que revelan a qué mundo pertenece uno, qué imaginario lo ha rodeado, cuál es el agua en la que ha nadado el pez que es. Qué cosas ha vivido escuchando nombrar, formar parte de la conversación cotidiana, quien las pronuncia. Pueden ponerse ejemplos de cualquier ideología. Si quien esto escribe menciona, por ejemplo, en un artículo que hay que hacer análisis concretos de la realidad concreta o caminar hacia la victoria siempre, o bromea con que en algún sitio llegó el comandante y mandó a parar —la última vez, ayer, a una amiga que se presenta a unas elecciones a la junta vecinal de su pueblo, donde hace buena falta desplazar a quienes ahora la lideran con dejadez e incompetencia—, trasluce una educación sentimental de la que formaron parte la formación leninista, la admiración por el Che Guevara o las canciones de Carlos Puebla sobre la Revolución cubana sin necesidad de que se mencione a Lenin, al Che Guevara, a Carlos Puebla o a Fidel Castro. Esas menciones ni siquiera tienen por qué ser deliberadas, pensadas como tales: se hicieron parte de la manera de hablar diaria de quien creció respirándolas. Feijóo no diría de nadie que es el comandante que llegó adonde fuere y mandó a parar por más que, en principio, la frase no revista connotaciones ideológicas en su literalidad, y pueda aplicarse a cualquier comandante de una causa cualquiera.
Que uno bromee con la triple A revela un mundo, una educación sentimental, de la que formó parte la simpatía hacia la Triple A; y si no la simpatía, la consideración de los pistoleros de la Triple A como miembro de la trinchera en la que uno mismo se ubicaba. La duda es si la referencia es cosecha de Feijóo o de quien le escribe los discursos, pero ambas opciones son para echarse a temblar: en cierto modo, es más inquietante la imagen de un partido trufado de simpatizantes o convecinos ideológicos de la Triple A —el escribano de los discursos de Feijóo, pero también las bases de las que supuso sin miedo a equivocarse que celebrarían la broma— que la de uno en la que solo lo fuera el líder.
Vox decae en los últimos meses, y probablemente encare un año electoral jalonado de desastres. Pero tal vez lo haga, no significado ello una derrota, sino una victoria: el objetivo siempre fue, no tanto un partido ultraderechista fuerte como ultraderechizar los demás; instilar en los otros, como una hegemonía triunfante, el discurso de ultraderecha; en la derecha tradicional y también en la izquierda, vía virus rojipardo. Hay una Triple A de (a)biertos fascistas, (a)salvajados conservadores y (a)rtera bazofia parda con engañoso topping rojo. Y hay que hacerle frente con la a luminosa del ejemplo de (A)rturo y los (a)bogados de (A)tocha.
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