Otras miradas

Religión sí, religión no

Javier Sádaba

Filósofo y miembro del Grupo de Pensamiento Laico

Pixabay
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A propósito del asesinato en Algeciras del sacristán Diego Valencia a manos de Yassine Kanjaa, que dijo haberlo cometido en nombre de Alá, se han abierto dos debates. Uno es el de si las religiones alimentan la violencia; el otro se concreta en si en el núcleo del islamismo anida la violencia.

Para responder a lo primero convendría hacer varias distinciones. Así, habría que fijarse en las religiones en sentido estricto, con sus dogmas y mandamientos. Y es que abrimos mucho el concepto de religión, cualquier cosa podría serlo, y pierde su sentido la discusión. En este punto es donde tendríamos que centrar la polémica, que viene de lejos, sobre el islamismo y la violencia. Por mi parte, y sin entrar en posturas que nada ayudan, como las que bendicen dicho islamismo, creo que podemos utilizar dos criterios. Según uno de ellos, la cuestión recae en si los textos sagrados del islam, como el Corán y los Hadices, fomentan la violencia.

La exégesis de textos de este tipo no es fácil porque, como se ha señalado tantas veces, con mucho cariño, gran comprensión y excesivo interés, podemos hacer decir al texto lo que nos dé la gana. Por eso convendría ser más modestos e imparciales. Y en este sentido, es muy difícil desligar esa religión de un apoyo explícito a la actitud violenta. Tanto por la concepción de un Dios con poder absoluto sin fisuras como por la idea de su proselitismo e imposición. No olvidemos que su fundador Mahoma, quien recibiría un mensaje escrito en el cielo fue, además de Profeta, Guerrero.

Otro criterio a tener en cuenta es cómo se ha plasmado esta religión en el mundo de hoy. Por un lado, se puede observar que países como Bosnia, parte de Albania, Indonesia o Filipinas no usan el islamismo para cohesionar a sus súbditos. Pero otros, por el contrario, con su teocracia y la ley que basan en la religión, son opuestos a lo que entendemos por tolerancia, respeto a la libre acción humana y apertura a otras ideologías, religiosas o no. Casos como Irán o Arabia, por no hablar de los movimientos internacionales que operan sobre todo en África, son ejemplos extremos de tiranía religiosa. Se podría objetar que las llamadas democracias que nos son cercanas abundan en militarismo, capitalismo feroz y entontamiento de unos súbditos a los que llaman ciudadanos. O que los líderes de tales Estados son unos corruptos que se aprovechan de la religión cuando su objetivo es el poder y el dinero. Todo eso es verdad. Solo que el análisis más completo de la relación a la que nos referimos no anula la conexión entre islam y violencia. Como no anula, valga la analogía, la conexión entre la venta de armas y una democracia que se convierta en una farsa.

Acabo haciendo dos observaciones. Una es que hay que repudiar todo intento por unir religión con inmigración. Y otra, que los que en España y en Europa luchamos a favor del laicismo queremos que esa lucha se extienda por todo el mundo. Queremos sabor a tierra.

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