Otras miradas

La ley del solo sí es sí y mi amigo Luis

Jesús López-Medel

Abogado del Estado

Mi mejor amigo, Luis, tiene un disgusto. Pedro Sánchez también. El disgusto hondo de mi amigo tiene un carácter vital. El de Pedro Sánchez es básicamente electoral. Os cuento.

Luis (nombre de ficción) tiene una hija que fue violada siendo menor de edad hace cinco años. Sufrieron mucho él y, sobre todo, ella. Esta tuvo que pasar por la ignominia de la tutora del instituto que no le hizo caso (no había protocolos ni nada). Después tuvo que ver cómo el violador manipulaba y tergiversaba la realidad en el juicio, donde intervinieron sorprendentes testigos, que mintieron, y aceptar que el tribunal admitiese la tremenda mentira de que ella, su hija, no había sido lo suficientemente resistente a la agresión sexual del violador (Luis le llama el hijo de puta).

Le revolvía las entrañas saber que el agresor y su defensa especulaba con la indiferencia de los magistrados, como si su hija hubiese llegado a consentir tal barbarie. Ella mantuvo siempre la misma versión y el equipo de especialistas había dictaminado, tras las pruebas oportunas, que ella decía la verdad. Pero de nada sirvió. Pudieron más los enredos del agresor y su letrado junto a las malas caras de los jueces que la verdad.

Aún con ello, el sentimiento de Luis se tornó en ira cuando hace sólo unos meses se enteró de que el mismo violador había repetido la hazaña con dos chicas más. La absolución del violador en el caso de su hija hizo que él repitiese, siempre mediante el mismo modus operandi, incluso el lugar, las agresiones sexuales con otras chiquillas. Un violador contumaz, decía mi amigo.  A ver qué dicen ahora los jueces, añade.

Todo esto le revolvió y a mí me llamaba por teléfono furibundo. Decía que, si hubiesen condenado al hijo de puta con ocasión de la acción de su niña, otras jóvenes se habrían salvado. Pero no, esos magistrados, como en casi todos los asuntos que llegaban a esa sección de la Audiencia (se lo advirtió su letrada, me dijo entonces), metieron la pata y no hicieron justicia.

Hace tiempo Luis escuchó en televisión que el Gobierno había elaborado una ley llamada del "solo sí es sí". Amplió información en prensa y radio y siguió con ilusión esa noticia. Pensaba que si hubiese estado en vigor esa norma entonces no se habría podido cuestionar ni enmarañar la verdad de que su hija jamás consintió esa agresión sexual ni tampoco que no se resistió lo suficiente al violador. Más vale tarde, pensaba.

Hace poco, tras una polvareda de noticias sobre algunas rebajas de condena, lee en la prensa que el presidente del Gobierno quiere cambiar esa ley. Me dijo que Pedro Sánchez tenía un problema, pero muy diferente del suyo.

El problema del presidente era puramente electoral, me expresó. Le escuchaba yo también apenado, cuando me razonaba que con esa marcha atrás lo que le preocupaba al presidente eran más los votos que las víctimas. Mi amigo no sabe sobre Derecho, pero sabe que la entrada en vigor de esa ley había generado muchas publicaciones de noticias de rebajas de pena o excarcelaciones. Y que en cuatro meses hay elecciones para elegir a los gobernantes locales y autonómicos. No cree que tenga que ver esto con una ley estatal, pero Luis sabe que todo vale en la política... fundamentalmente para unos, los de siempre, según dice.

La inquietud de mi amigo, desde su experiencia personal como padre con una hija menor de edad violada cuyo agresor no fue condenado porque decían que no expresó el suficiente rechazo a este, le abrasa. Yo le escucho y entiendo su pena. También su decepción.

Luis se considera de ideas progresistas, muchas veces votante del PSOE. Pero se sintió tan identificado con esa ley, que estaba madurando votar al partido de la ministra Montero por valiente, aunque ella y otros ministros hubiesen metido la pata sobre alguna cuestión técnica; no obstante, considera que, en ese espacio político, quien sería la mejor candidata es Yolanda Diaz (la rubia le llama él), pues cree que sumaría votantes de todas las tendencias progresistas y combina mesura y capacidad de dialogo con firmeza. No le llevo la contraria.

Mi amigo Luis se ha volcado en informarse sobre esta ley y sus efectos. Y me cuenta cada descubrimiento que hace. A veces debo de tener una dosis de paciencia importante pues habla y habla. Conoce a alguien que es profesor de Derecho y este le explica cosas. Mi papel es diferente. Yo soy su gran amigo. Son muchos años ya. Como antes dije, sobre todo, le escucho y hago una labor de acompañamiento y cercanía. Le comprendo mucho humanamente y aunque matizaría su entusiasmo con la ley y su decepción con la pretendida reforma, quiero hacerle ver que hay otras personas que pueden sentirse tristes por razones diferentes. Lo hago sin ofenderle, pues, sobre todo, me pongo en su pellejo.

Así, las personas que han visto que en algunos casos han visto reducidas la pena de sus agresores condenados o en algún caso han podido ser excarcelados. Me dice que lo entiende, y que cada uno es un mundo. Que a algunas víctimas les gustaría que sus agresores se pudrieran en prisión pero que otras -es el caso de su hija- han superado su etapa de rencor. Me insiste en que, sobre todo, lo que quiere es que otras mujeres no tengan que pasar por la tortura o calvario judicial que pasó su hija de reiterar sin éxito que no prestó consentimiento alguno. Y eso, me insiste, es lo que busca esa ley que aprobó el Gobierno en pleno.

Él mismo, ofuscado por el asunto, se puso a rebuscar datos oficiales sobre los efectos perniciosos por la rebaja de penas a los actualmente penados. El número, me cuenta, es de más de 4.000 por sentencia firme. De ellos, me añade, solo son un porcentaje pequeño los beneficiados por la rebaja, en torno a 200 y menos de un 1% los excarcelados, no llegando a 30.

Yo le digo que esos datos, aunque son imprecisos, pudieran, bien agitados, desembocar en una alarma social. Luis lo comprende, pero me resalta cómo eso se ha magnificado y que, sobre todo, han sido los abundantes medios escritos, radiofónicos y los telepredicadores muy de derechas quienes han insistido. Mi amigo Luis no entiende que en unas provincias los jueces hayan sido generosos con los delincuentes y en otras no se haya producido ni una sola revisión. Y añade que, ante ello, preocupado por los votos, el ala socialista del Gobierno (a pesar de haber intervenido en la elaboración de la ley) ha dicho ahora: tenemos que hacer algo con la ley, lo que sea. Y se han puesto a ello pensando en los votos más que en las mujeres. Está muy dolido Luis.

Me pregunta si en el Derecho Penal lo fundamental es el puro castigo o el conocido como derecho punitivo. Le explico que no, pues no por mayores penas en algunos delitos (en algunos casos los de violación superan al delito de homicidio) se consiguen que haya menos violaciones y que hay otras medidas muy importantes para conseguir efectividad como crear más juzgados especializados y formar mejor a los jueces.

Pero Luis vuelve a los datos y todavía aceptando lo que le expreso de cierta alarma social, aunque incrementada como un suflé, él insiste en cómo la derecha mediática hace un papel de distorsión y que eso ha generado otra alarma, la electoral, en Pedro Sánchez y sus cocineros, que se mueven a golpe de instintos e impulsos.

Me añade que, aunque la ley pudiera tener algún error o efecto no deseado, la cacería frente al Ministerio de Igualdad ha sido muy grande. Yo le pregunto que si es contra su titular, Irene Montero, y él cree que hay algo de eso en el feroz odio personal y político que siempre han sufrido los dirigentes de ese partido, pero que todo es desmesurado. Yo le digo que esa ministra fue torpe en su reacción inicial a las primeras críticas y él lo acepta, pero no comprende la manera tan poco dialogada por el PSOE de dejar y colocar a esa ministra a los pies de los caballos. Yo le digo que deben hacerse algún retoque, pero salvaguardando y liderando aquella la esencia muy positiva de la ley.

Comprendo muy bien a Luis y deseo que él entienda mis razonamientos. Creo que no estamos lejanos, aunque él tiene esa experiencia vital tan dura, por lo que yo puedo entender su deseo de que se mantenga el consentimiento como eje central de las denuncias por agresiones sexuales. Es esencial, remarca. También me expresa que reintroducir la existencia de violencia e intimidación es una distorsión para las víctimas pues en el caso de su hija existió una gran intimidación, pero que no se pudo probar. Cuanto menos margen interpretativo se deje a los jueces, añadió, mejor. Yo le escucho y callo porque sé que tiene razón.

Anteayer volvimos a hablar sobre el asunto y al final le pregunté con delicadeza sobre cómo estaba su hija cinco años después de aquello. Me dijo que tenía una vida más o menos feliz, pero que seguía con pesadillas recordando esa violación cuyas imágenes se mezclaban con los recuerdos horribles del juicio y los trajes negros de quienes dudaron de ella. Me añadió que no le contó a su hija que aquel pájaro había repetido, hasta en dos ocasiones, lo mismo que había hecho con ella pues no quería que sufriese más.

Aunque me dejó desasosegado, solo fui capaz de darle un abrazo muy fuerte y recordarle que siempre estaré ahí a su lado.

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