Otras miradas

La España incel

Israel Merino

Periodista. Autor de 'Más allá de la noche' (Akal)

Hace ya muchas semanas, cuando en Madrid hacía calor y este frío espantoso no congelaba la savia de los matorrales, estuve con mi colega Pancho (esto es un pseudónimo, aquí no hemos venido a chivarnos de nadie) tomándome unas cervezas en una terraza de mi barrio.

Para poneros en contexto, os describiré muy brevemente a Pancho: este colega, que debe rozar los dos metros y pesar más de 100 kilos, es un tipo tan tranquilo como su propio nombre inventado indica; sin embargo, el tipo intimida. Intimida mucho.

Los dedos de Pancho, que además están tatuados, son como destornilladores de mecánico, y sus piernas, morenas y con mucho pelo, parecen palés de yonkilatas atadas con precinto. Mi colega es grande (muy grande), pero también tranquilo (muy tranquilo). Su oficio, pues él es traketero desde bien chiquito, le hace ser un tipo discreto y de cabeza agachada al que solo le importa la pelotita oculta en el calcetín y que no le llegue ninguna carta de Delegación de Gobierno a casa.

El caso es que estábamos en esta terraza, hablando de nuestras cosas, cuando una conversación bastante extraña nos hizo catarnos de dos chicos que estaban a pocos metros de nosotros. Estos dos chavales, que iban casualmente vestidos con camisetas beige (creo que me acuerdo de esto solo por su ropa), estaban hablando de ligar. De no ligar, para ser exactos.


Uno de ellos, así sin cortarse ni un pelo, le reconoció al otro que era misógino, que odiaba a las mujeres. En concreto, le dijo algo así como que odiaba a las mujeres modernas, perdonadme que no recuerde exactamente la expresión. El caso es que eso hizo que Pancho y yo activáramos nuestro modo cotilla y empezáramos a escuchar la conversación con mucho más detenimiento.

Básicamente, los dos chicos aseguraban que ligar hoy en día con una mujer era poco menos que pegarse un tiro en el pie. En su argumentario, esgrimían cosas mazo raras que las mujeres querían sobreponerse a los hombres y que aprovechaban su supuesta posición de poder para manipularlos y hacer lo que quisieran con ellos. Que te la podían jugar, que su palabra valía más y que ni siquiera podías entrarlas en una discoteca con libertad porque podías ser señalado públicamente.

En un principio –no voy a hacer la del hipócrita que se cuelga la medalla de santo– me hicieron bastante gracia por ser teorías de gorrito de papel de aluminio en la cabeza, sin embargo, rápidamente me di cuenta de que había un germen político muy turbio tras sus chaladuras.


Mientras los de atrás seguían con su charleta (recuerdo también que uno de ellos dijo algo así como que todas las mujeres eran unas subiditas que se creían demasiado para cualquier hombre), mi colega Pancho empezó a ponerse tenso. Como os decía antes, Pancho es un tipo absurdamente tranquilo al que le da igual todo; ni sabe de qué va la política ni le interesa lo más mínimo aprender. Él está a lo suyo.

El caso es que, en un momento determinado, mi compa le pegó un golpe a la mesa, se dio la vuelta y con su profundo acento madrileño les soltó:

- ¿No os habéis planteado que a lo mejor el problema lo tenéis vosotros?

Los dos chavales, intimidados ante la presencia de Pancho (deberíais verlo, de verdad, es que es un tipo muy grande) se callaron y no volvieron a decir nada (al menos, que nosotros escucháramos) hasta que pagamos y nos fuimos a otro sitio. Sin quererlo, había tenido mi primer contacto fuera de Internet con el homo incel.

Los incels, termino muy popular en Estados Unidos que describe a los que practican el involuntarily celibate, aka celibato involuntario, son un colectivo de hombres heterosexuales que no mantienen relaciones con mujeres, aunque querrían.

En su cabeza, no tienen sexo por ser demasiado feos o por carecer de habilidades sociales, sin embargo, la cuestión, como siempre, es más bien política.

Realmente, los incels han sido marginados por las mujeres –por toda la sociedad medianamente decente, así en general– por mostrar un comportamiento profundamente machista y misógino en todas sus interacciones.

Estos sujetos, por ejemplo, son los que saltan a la mínima en redes cuando una chica sube una foto porque (sic.) son unas guarras que solo quieren provocar y manipular a los hombres. Para ellos, la libertad sexual femenina acaba donde empiezan sus gustos y preferencias.

Esta peña se ha sumergido en una espiral de mierda autodestructiva que los hace creer que las mujeres van en su contra y que, esto va totalmente en serio, hay una conspiración mundial perfectamente orquestada para eliminar a los hombres de la faz de la Tierra.

Para ellos, sus planteamientos machistas son "lo lógico" y la Humanidad se está dejando llevar por una deriva ¿hembrista? que quiere relegar al hombre a vivir en una especie de explotación ganadera en la que se le extraiga semen para procrear. Sé que esto parece una chifladura –lo es–, pero en su cabeza es totalmente real.

Durante estos días, a raíz de la polémica de la ley solo sí es sí (no voy a meterme en temas jurídicos pues en este periódico hay gente muy lista que ya ha explicado todo lo que se debía explicar), han sacado a relucir su misoginia. No por la cuestión sobre los posibles errores en la redacción de la norma, sino por el tema del consentimiento sexual.

Cuando la mayoría pensábamos que el tema del consentimiento estaba más que superado, que lo único que importaba a la hora de tener sexo era el deseo y el claro beneplácito mutuo, esta tribu urbana ha vuelto a poner en el punto de mira lo más básico de lo básico.

Estos sujetos han blanqueado los comportamientos asquerosos de ciertos youtubers que, también se ha visto estos días, se han dedicado a mandar fotos sexuales a menores por redes; también han aplaudido las palabras de cierto asesor del PSOE que puso en duda en un programa de prime time si había que despertar a tu pareja para mantener relaciones sexuales con ella.

Los incels se han convertido en un auténtico problema para la sociedad, pues han conseguido convertirse en un caladero de votos para la extrema derecha, corriente con la que se ven representados. Ponen en duda lo más lógico, lo más obvio, queriendo retroceder a un pasado no muy lejano en el que todo valía con tal de echar un polvo.

Mientras la mayoría de la sociedad rema en la misma dirección, teniendo más o menos claro lo que hay que tener claro, hay muchos chavales, todos ellos muy jóvenes, que cuestionan lo básico: cuestionan la libertad sexual, cuestionan el consentimiento, cuestionan los derechos individuales. Es doloroso ver a estos sujetos haciendo el imbécil en redes, insultando a mujeres y blanqueando comportamientos de violador, como la sumisión química, cuando han saltado ciertos escándalos.

El problema, más allá de que los incels son chavales mazo jóvenes, es que el fenómeno se va extendiendo. De hecho, cuando se habla de dar clases de educación sexual en los institutos, creo que la cuestión debería plantearse no solo hacia el propio acto en sí, sino hacia lo que lo rodea.

¿De qué sirve que un muchacho entienda cómo colocarse un condón si no sabe lo que es el consentimiento? ¿De qué vale entender que las enfermedades de transmisión sexual son un marrón si estos mismos chicos no comprenden que, más allá del polvo en sí, lo que realmente importa es el respeto mutuo? Hay que educar a lo más jóvenes en que, en este caso, el problema no es que la sociedad quiera sesgar sus interacciones sexuales, sino que el problema es que no quieren adaptarse al progreso, a lo lógico, a lo obvio.

No queda otra que educar, supongo. Para que los chicos no salgan traketeros, vale, pero también para que no salgan incels.

Más Noticias