Otras miradas

Ya no te acuerdas

Israel Merino

Periodista. Autor de 'Más allá de la noche: Crónica de lo salvaje y lo precario'

Ya no te acuerdas
Feliciano López de España durante el Abierto de Francia (Roland-Garros) 2022, torneo de tenis Grand Slam el 17 de mayo de 2022 en el estadio Roland-Garros en París, Francia - Foto Victor Joly / DPPI

Recuerdo que era bien chiquito y que estaba en sexto de primaria; recuerdo también que estaba en un colegio público de Fuensalida, pueblo en esa zona al norte de Toledo que llaman periurbana en la que las espigas resecas crecen entre cadáveres de fábricas abandonadas, y que el AMPA estaba preparando una modesta excursión de fin de curso.

Recuerdo que no había dinero, que el viaje tenía que ser barato y que las comprometidas madres (sí, solo las madres) habían encontrado la forma de llevar a treinta niños de once años a un camping en el Valle del Jerte, provincia de Cáceres.

Sin embargo, lo que más recuerdo fue la actitud de una madre en una de las reuniones del AMPA: tras encontrar un camping que se adecuara al presupuesto, el debate entre las familias era de cuántos días sería el viaje; si era de dos noches, había más niños que se podrían apuntar, pero si era de tres, vendrían muchos menos por no poder pagar tanto dinero. Aunque, según sigo recordando, a esta madre le daba bastante igual.

Durante las reuniones, esta señora insistía en que el viaje fuera de tres noches, por mucho que se le explicara que a muchas familias se les iría de presupuesto. Ella, preocupada nada más por que su hijo/a – por fin algo que no recuerdo – se lo pasara bien, no hacía más que decir que el resto de las madres eran unas pesadas y unas cansinas, que no se preocuparan más, que no era para tanto.

Finalmente, la mujer perdió la batalla y la excursión fue de dos noches. Aun así, solo nos la pudimos permitir ocho chavales.

Estos días, la guerra de sanitarios y pacientes por una Sanidad Pública ha tomado las calles, las tertulias de bar y los periódicos de toda España; sobre todo, en Madrid. La gran mayoría de la población se ha dado cuenta de la necesidad de que nos atiendan, de que nos cuiden, de que nos den lo que por derecho es nuestro, y se ha movilizado para mostrarlo: no pedimos tanto, solo no morirnos antes de tiempo.

El caso es que hay gente, ya sea por hache o por be, como decimos los de Fuensalida (y los de más sitios, supongo), a la que esto no le ha gustado nada.

Mientras cientos de miles de personas colapsábamos este domingo las calles de la capital exigiendo médicos en los centros de atención primaria – Dios mío, ni que pidiéramos nuestro peso en Cabernet Sauvignon –, había una tanda de ofendidos, de esos que suelen llorar porque todos los demás se ofenden (qué ironía), que aseguraba que éramos unos cansinos. Unos pesados, vaya.

En especial, recuerdo el comentario por Twitter de un tenista famoso y rico, no voy a gastar ni un ápice de mi tiempo en teclear su nombre, que llamaba cansina, así de literal como suena, a una política madrileña que estaba haciendo campaña por estas reclamaciones.

Como es habitual en redes, las respuestas no tardaron en llegar, ninguna de ellas precisamente buena, para llamarlo pijo, desclasado y demás adjetivos tan sutiles como las encías de una escolopendra.

Ante las cientos de respuestas, el profesional de golpear pelotitas con un escurridor de espaguetis salió diciendo que él no era ningún pijo, que él estaba donde estaba porque (sic.) había trabajado muy duro.

No voy a entrar en debates absurdos sobre la meritocracia porque tendría que mandarle a mi editor de Público más de 15 páginas de columna y estoy bastante en contra de la tortura, pero solo diré que la gente ya no se acuerda de las cosas.

Por un momento, os pido que hagáis un esfuerzo de espachurramiento mental y penséis que su historia es cierta; comprémosle esta vez el discursito meritocrático del esfuerzo, del trabajo duro, y aceptemos (snif) que es verdad eso de que vino de abajo: ¿acaso no se acuerda de cómo eran las cosas? ¿Tanto ha perdido la cabeza que es incapaz de hacer un ejercicio de memoria y empatía para entender que pedimos lo que pedimos por algo?

El rapero Hoke, en la canción Nadie vivo, suelta una rimilla que creo que resume a la perfección esto que intento explicar: "Te empedraste la muñeca, te compraste las gafas y te olvidaste de cuando cargabas cajas". Este tenista, al igual que otros muchos de su calaña, vive en una nube de perfume tan espeso que es incapaz de comprender a los que estamos abajo, a los que nos volvemos arrítmicos cuando suena el despertador, a los que miramos la cuenta bancaria cada día veinte apretándonos los nudillos.

Pero, antes de nada, pido perdón. Perdóneme esta peña, oh su señoría, por querer que un médico me trate a tiempo; perdónenme, oh seres supremos, por vivir acojonado por si un día me sale un bulto en la cabeza y no me puede ver un especialista hasta seis meses después. Perdónenme por, así en general, tenerle miedo a la muerte.

Lo que para nosotros es básico, para ellos es algo cansino porque ya lo tienen. La respuesta es así de clara, así de sencilla: no les preocupa porque no tienen de qué preocuparse. Para ellos, solo somos seres que nos deslomamos por banalidades sin importancia, por niñerías, por virutas.

Mientras que la mayoría soñamos con lo básico, con lo mínimo, hay quienes nos miran con ojos altivos, con mirada de supremacista. Solo somos tontitos que no entendemos que lo realmente importante está en, no sé, ¿una camiseta de 300 euros?

Qué más (me) dará un viaje de dos o tres noches, cansino. Qué más (me) dará que haya o no Sanidad Pública, pesado (si yo ya tengo de lo mío).

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