Otras miradas

Todo el mundo merece ser gaditano

Isabel Serrano Durán

Socióloga y politóloga

Todo el mundo merece ser gaditano
Final del Concurso Oficial de Agrupaciones Carnavalescas (COAC) 2019 en el Gran Teatro Falla. La chirigota de Selu, "Los Quemasangre". Fecha: 02/03/2019.- Foto de ARCHIVO Eduardo Ruiz / Europa Press

Ya solo queda una sucia alfombra de papelillos de colores. Restos de la celebración de la alegría. Los vestigios de coplas desgarradas que ponen sobre la mesa la belleza de quienes hacen de la poesía y de la música su campo de batalla. El carnaval se acaba, pero se mantiene diligente en nuestras consciencias y corazones. Porque hay quienes no sabemos vivir sin el compás.

En mi casa nunca se escuchó carnaval. No recuerdo específicamente cuándo pasó a ser esencia de mi persona. Tendría 13 años aproximadamente. Quizás quien me abrió las puertas a este mundo de crítica y pasión nunca será consciente que, desde ese momento, toda mi lucha política se ha vertebrado a través de pasodobles; que una congregación de coplas pasó a ser la banda sonora de mi vida. Porque dichoso fue el momento que, entre pasodoble y pasodoble de Tino, Bienvenido, los Carapapas o Juan Carlos apareció un tal Martínez Ares que llevaba años retirado. Bendito el día que en recomendaciones de Youtube apareció la comparsa de Los Piratas con su himno del 4 de diciembre y descubrir, a través de él la historia de mi pueblo. Y llegar, como quien no quiere la cosa, a la comparsa Raza Mora y su homenaje a Caparrós. Ir descubriendo poco a poco, entre comparsas y chirigotas, que esa rabia contenida que sentía dentro, ese quejío que salía de mis entrañas era el andalucismo.

Así, poco a poco, saltando libremente de copla en copla fui descubriendo autores y todo un archivo de crónicas de vida. Porque las agrupaciones no hacen otra cosa que ser voz de un momento histórico concreto. Son historiadores, antropólogos y sociólogos que dejan grabado toda una serie de acontecimientos. Pero, a su vez, son un termómetro de una sociedad cambiante y que canta a lo que le duele, que modifica su comportamiento para adaptarlo a un feminismo imparable o que, con responsabilidad, utilizan su espacio para alzar su voz contra las injusticias. Pero hay algo que siempre quedará intacto porque es su esencia: su espíritu contestatario. Porque el carnaval es la crítica afilada a los gobernantes, es herencia de la Pepa, de quienes lucharon contra el absolutismo, quienes durante el franquismo buscaban hábilmente las formas para burlar la censura. El carnaval es un canto antifascista porque nace contra los señoritos que intentaron amordazarnos. El carnaval es la risa de un pueblo cansado de estar sometido, castigado y herido. Es el arte de hacer del dolor, alegría.

Yo no nací en Cádiz. Pero no puedo explicar mi desarrollo personal sin lo que me ha dado esta ciudad. Quizás los gaditanos son como los bilbaínos, que nacen donde quieren; y somos muchos los que tenemos un trocito de Cádiz dentro de nosotros. Porque somos muchos que, a la mínima, sin darnos cuenta, estamos dando un tres por cuatro sobre una mesa o tarareando cualquier pasodoble que se nos venga a la cabeza. Muchos los que no sabemos expresar nuestros sentimientos si no es a través de una letra de carnaval. Muchos los que, sin conocernos, en cualquier bar, comenzamos a cantar coplas antiguas mientras discutimos quién es el mejor autor de Cádiz. Porque en esta religión cada vez hay más devotos y encontrarte de sorpresa con uno de ellos es motivo de celebración.

Muchas veces pienso que me gustaría que, quienes no tienen el placer de haberse enamorado del carnaval, pudiesen verlo a través de mis ojos. Que sintieran la fuerza, el pellizco, los pelos de gallina, la emoción, la risa, la compañía y la sensación de estar en casa cuando se levanta el telón o cruzas una esquina en cualquier calle de Cádiz. Que sintieran, al menos una vez en su vida, lo que yo viví cuando, desde mi casa en Aracena, a más de 200km del teatro Falla, vi aparecer en el concurso a la comparsa del Perro Andaluz y lloré de la conmoción que me produjo entender que todo estaba en orden; que todo lo que llevaba años leyendo, pensando, construyendo, articulando políticamente tenía un disfraz, una letra y una armonía. Ojalá todo el mundo pudiese sentir, al menos una vez en su vida, ese éxtasis que supone sentir que eres carnaval.

Y este año en mis mejillas no han aparecido dos coloretes rojos, ni he bebido moscatel mientras me pierdo buscando alguna callejera, ni me he reunido con el levante para que pusiera más desorden a esta locura. Pero, este año, a 648km, todas las noches me sentía cerca. Porque el carnaval acompaña en la soledad y hace que estés en medio de la Viña a pesar de estar en una ciudad sin árboles y sin mar. Y febrero se acaba y donde hay quien solo ve los restos de una alfombra de papelillos de colores, los carnavaleros vemos una cuenta atrás para un nuevo año. Porque los papelillos no permanecen en el suelo a la espera de que el viento los arrastre hacia la Caleta, sino que suben por nuestra garganta y los escupimos en forma de letras rebeldes, poner en el centro a nuestro pueblo y expulsar nuestros dolores. Porque febrero es nuestra forma de estar en el mundo. Porque esto, al fin y al cabo, es el embrujo de Cádiz.

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