Otras miradas

El 8M desde una Alcaldía

Aída Castillejo

Alcaldesa de Rivas Vaciamadrid

Imagen de Rivas Vaciamadrid.
Imagen de Rivas Vaciamadrid.

Cuando hace un año mi predecesor en la Alcaldía de Rivas anunció su renuncia y fui propuesta para situarme al frente del Ayuntamiento, muchos de mis compañeros no entendieron que quisiera disponer de un tiempo para poder tomar una decisión que, sin duda, cambiaría por completo mi día a día, como así ha sido. Lo normal para alguien que está en política, me decían, era aceptar sin pensar un puesto como este. Claro que sabía que sería un orgullo ser alcaldesa de la ciudad en la que nací y en la que me he criado, pero una parte de mí no podía evitar pensar en qué significaría introducirse de lleno en un mundo todavía enteramente masculinizado, donde la mayor parte de los espacios políticos de poder están, todavía hoy, ocupados por hombres y donde una mujer parece que ha de asumir que se vaya a opinar sobre cualquier aspecto de su vida solo por el hecho de ser mujer.

Tras las últimas elecciones, en mayo de 2019, el número de alcaldesas en España creció hasta superar las 1.500 mujeres al frente, solo 85 más que tras los comicios de 2015. Mientras, la cifra de alcaldes fue cuatro veces mayor, con más de 6.000 hombres al frente de sus Ayuntamientos. No sucede lo mismo, sin embargo, con las Concejalías, donde más de un 40% ya están dirigidas por mujeres. Quizá ese sea nuestro techo de cristal en la vida pública; podemos ostentar una Concejalía pero llegar a las Alcaldías, 40 años después de la reinstauración de la democracia, sigue siendo una anomalía, como ya señaló la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau.

En la mayoría de las reuniones a las que asisto como regidora, en espacios con otros municipios o en encuentros con Consejerías o Direcciones Generales, mis interlocutores son siempre hombres. He perdido la cuenta de las citas en las que yo soy la única mujer sentada en la mesa. En muchas de ellas, además, no es difícil notar en el ambiente lo ‘rara avis’ de mi posición, en la que además de mujer entra en juego también la edad. Como mujeres, vivimos en un eterno precipicio de cristal en el que la fijación sobre los éxitos o los fracasos es sin duda superior a la que sufren los hombres. Siendo cargos públicos, estamos continuamente cuestionadas, mucho más que ellos. Y en ese cuestionamiento también existen diferencias. No se cuestiona a un hombre con la misma virulencia o crítica que se dirige a la mujer, y eso lo hemos visto recientemente en varias instituciones pero también en redes sociales.

El feminismo llegaba a las instituciones además para cambiar la forma de hacer política, de ejercer la autoridad. Pero hasta en esto nos topamos con que la realidad sigue siendo profundamente machista y, que nadie se lleve a engaño, nos encontramos con cuestionamientos que nuestros compañeros no han sufrido en equipos ajenos, pero también en propios.

¿Hace falta una normativa para asegurar que haya cada vez más mujeres en puestos de poder? Por supuesto. La igualdad, que a nadie se le olvide, es una norma constituyente. Las Administraciones no solo debemos, sino que tenemos la obligación de garantizarla. Hace falta que las organizaciones políticas estén preparadas para estos nuevos liderazgos que desde el feminismo se están impulsando, que todas y todos, desde nuestro ámbito o sector, empujemos por ello. Tener cuadros políticos en el futuro pasa también por cómo las compañeras más jóvenes ven que son tratadas quienes hoy ostentamos estos puestos.

Pese a todo, seguimos teniendo muy claro por qué estamos en las instituciones. Hoy, 8M, y cada día del año, las mujeres feministas luchamos en las calles y cada vez más en las instituciones por cambiar las cosas. Debemos servirnos de ellas para que los derechos de nuestras compañeras, aquellas con la voz silenciada, se hagan valer y respetar. Nuestro objetivo debe ser que las políticas feministas sean la base transformadora de nuestras instituciones para lograr sociedades más justas e igualitarias.

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