Otras miradas

Gente que fue a la boda de su hija

Conxa Rodríguez Vives

Autora de "Los exilios de Ramón Cabrera", "Ramon Cabrera, a l'exili" y la novela histórica "Piano a cuatro manos"

Un bisnieto de Ramón Cabrera se pregunta qué hacían los Zulueta, negreros españoles, en la boda de sus abuelos en 1878 en Chelsea, Londres.

Simon Gandolfi Hornyold (Londres, 1933) es un escritor de viajes que ha recorrido en moto varios continentes de norte a sur, este a oeste y en diagonal, generando un interesante elenco de libros. Nonagenario de estreno, ahora conduce un utilitario, como hacía de hippy en Ibiza en 1960-70. Pero viene a cuento aquí porque es bisnieto del general Ramón Cabrera (Tortosa, 1806-Virgina Water, 1877), el Tigre del Maestrazgo.

La vida de Simon ha sido, y aún lo es, azarosa en familias y trabajos, a la sombra siempre de Cabrera; le busca desde que tiene uso de razón; cuanto más sabe de él, más se confunde: El sanguinario militar, culpable de la ejecución de su propia madre, traidor y héroe. Mezcla de frases opuestas que le causan ambivalencia e inquietud por la línea sanguínea e invisible que les une con dos generaciones por medio, la del padre y la de la abuela.

Como biógrafa del exilio de Cabrera (a mí me agarró el Tigre por su cambio ideológico) conocí a Simon hacia 1985. Fue de gran ayuda, si bien, no disponía de pruebas que pudieran refutar la mala imagen del bisabuelo, hilvanada por la prensa de su tiempo, que hoy serían fakes mediáticos. ¿Fue peor que el general Francisco Espoz y Mina, que ordenó la ejecución de María Griñó en 1836 para vengarse del hijo? Un hecho al que Simon le da vueltas: ¿Cómo pesa en la conciencia la culpa del asesinato de la propia madre?

Ramón Cabrera, carlista y católico, se exilió a Inglaterra al perder la guerra de 1833-1840, se casó con una mujer inglesa, rica y protestante, y empezó a cuestionar sus dogmas. La unidad religiosa para España que defendía el carlismo se convirtió, para él, en "tolerancia de credos" en el círculo íntimo de su propia casa; extendió la tolerancia religiosa a la política, mientras los suyos se aferraban a Dios, Patria y Rey, al estilo actual de Vox. Culminó el cisma en 1875 al reconocer a Alfonso XII. Un cambio de ideas natural (lento, 25 años, y exento de prebendas) que no entendería Toni Cantó.

Simon, en su búsqueda del personaje histórico para acercarse al bisabuelo, halló hace poco un recorte del The Worcestershire Chronicle que daba cuenta de la boda de sus abuelos, María Teresa Cabrera con Charles Gandolfi Hornyold, inglés de origen italiano con larga historia en el condado de Worcestershire, donde habita Simon perpetuando el linaje. La boda de los duques de Gandolfi se publicó en los Ecos de Sociedad que, en Inglaterra, continúan como lo siguiente: La aristocracia extranjera no existe.

En la crónica periodística se nombran algunos invitados a la boda y los regalos, "muchos y caros", que ofrecieron a los novios. Entre los citados están Pedro José Zulueta y Madariaga, segundo conde de Torre Díaz, condesa de Torre Díaz, señora P. de Zulueta, señora de Zulueta y señorito A. Zulueta. La boda se celebró el 19 de febrero de 1878 en una iglesia de Chelsea (Londres). Los Zulueta son una saga de origen vasco, notorios en el siglo XIX por traficar con humanos antes y después de la prohibición de la esclavitud desde sus sedes en España, París, Londres y Cuba, y por ejercer de senadores vitalicios, banqueros y socios de la reina María Cristina de Borbón y de su marido.

¿Qué hacían tantos Zulueta en la boda de la hija de Cabrera? Simon ha abierto el interrogante, ni él ni yo lo podemos cerrar. La rama Zulueta-Ceballos-Madariaga, trasladada de Cádiz a Londres al acabar el trienio liberal en 1823, quedó registrada en la city como Zulueta & Co, es independiente de la francesa, a pesar de que podrían emparentar originariamente. Tanto la de París, encabezada por el gran negrero Julián, como la de Londres estuvieron implicadas en el comercio de esclavos luego de la abolición mientras Gran Bretaña ejercía de policía de mares y océanos.

Simon, que sabe mucho de diferencias religiosas en Inglaterra, cree que el círculo católico pudo unir a sus abuelos; recuerda también que su abuelo era terrateniente, banquero, comerciante y secretario del liberal William Gladstone. Los Zulueta, bien establecidos en Londres, hubiesen podido asistir a las nupcias por parte del novio. En 1841 Pedro José Zulueta fue juzgado por infringir la ley de abolición del comercio de esclavos; en 1842 compareció ante una comisión del Parlamento para contestar las acusaciones; sus barcos y cargas transportaban humanos de África a Cuba. Pedro José no escatimó en publicar pruebas de su inocencia. Fue exonerado.

El Tigre dedicó su exilio a la conspiración para el triunfo de sus ideas en España. El bipartidismo parlamentario británico le convencía, como a Antonio Cánovas del Castillo (el Adolfo Suárez del XIX), quien se aseguró de que Cabrera se adhiriese a la Primera Restauración (1874). Cabrera intentó establecer negocios e incluso crear un periódico "moderno", con Julio Nombela de director, para difundir su credo político. En 1872 la empresa Cabrera, Homedes y Cía, con sede en Barcelona y Londres, solicitó "abrir una línea de vapores entre Filipinas y la península, de Manila a Barcelona y a Londres y/o Liverpool" y viceversa. La licencia les fue denegada.

La compañía participada mayoritariamente por Cabrera tenía su sede en la city, cerca de Zulueta & Co. Por esta conexión de negocios en el transporte marítimo y terrestre, y por pertenecer ambos a la comunidad española, los Zulueta pudieron ser invitados a la boda de la hija de Cabrera. O quizás por parte de novia y novio. Y si Pedro Zulueta fue juzgado y exonerado de quebrantar la ley de abolición de la esclavitud, ¿pudo Cabrera ser otro negrero? Simon sondea otra pregunta en las muchas que configuran la personalidad de ese bisabuelo al que lleva buscando su larga vida y cada día se le presenta más huidizo.

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