La visita de Estado del presidente chino Xi Jinping a Rusia ha tenido como conclusión más relevante la reafirmación de sus vínculos y del blindaje común frente a las presiones exteriores.
Las declaraciones de los líderes ruso y chino abundaron en el holgado balance de sus relaciones, sustentadas en un comercio bilateral al alza (este año podrían alcanzar los 200.000 millones de dólares) pero igualmente haciendo gala de la determinación recíproca de expandir la importancia de la cuestión energética, verdadera columna vertebral de sus intercambios comerciales, a otros ocho dominios clave con el horizonte de 2030. Igualmente, decisiones como la relativa al mayor uso de las respectivas monedas nacionales o el desarrollo de la Ruta Marítima del Norte apuntalan orientaciones estratégicas de alcance global.
A la vista del desarrollo de su agenda, podría decirse sin ambages que la asociación estratégica sino-rusa goza de buena salud, manteniendo su perfil singular, advirtiendo de la voluntad común de contestar el liderazgo de EEUU abogando por un orden multipolar, y reclamando un espacio propio en la gobernanza global manteniendo cada parte su propia autonomía. La coordinación de posiciones en los marcos multilaterales seguirá profundizándose, al menos en tanto dure este periodo de mutuas tensiones con Occidente. La alta prioridad en diplomacia y política exterior, al igual que el respectivo apoyo a los intereses fundamentales del otro, señalan una intersección de amplio recorrido.
Los anuncios prácticamente simultáneos a la cumbre de la incriminación de Putin ante la CPI de La Haya por el supuesto rapto de miles de niños en Ucrania o de la disponibilidad al envío de aviones MIG-29 a Ucrania por parte de Polonia y Eslovaquia, o de la propia UE, consignando miles de millones de euros para la compra de nuevas rondas de munición de artillería, dan cuenta de decisiones que apuntan en una clara dirección, la de llevar la guerra hasta las últimas consecuencias. No parecen haber hecho mella alguna en los enfoques de los reunidos en Moscú.
Putin ha recibido de Xi una importante inyección de capital político. Eso le permite relativizar su aislamiento ante el hostigamiento de EEUU y la comunidad occidental. El contacto bilateral se ha estrechado y es previsible que esa cercanía siga progresando.
Xi, por otra, ha podido medir el eco de los "12 puntos" para lograr una solución pacífica en Ucrania. Para Putin es una "base" de partida. No ha habido sorpresas. O quizá la única fuera la ausencia de cualquier gesto simbólico de Xi hacia Kiev, a pesar de que Zelenski reiteró previamente la exaltación del poder mediador chino evitando desautorizar la iniciativa, con posiciones, por tanto, matizadas respecto a los pronunciamientos abiertamente descalificadores de algunos de sus aliados más destacados. Para elevar su reclamada imparcialidad, China debe recorrer cierto trecho. No basta el nivel actual, claramente asimétrico en relación a Kiev, por más que desde Waijiaobu se mantenga abierta la línea con Dmitri Kuleba. ¿Habrá espacio para ese contacto directo entre Xi y el presidente Zelenski, aunque sea por videoconferencia? Una corrección en tal sentido también chirriaría en las cancillerías occidentales, probablemente mucho más cómodas en el conflicto con la descompensada cercanía actual hacia Moscú.
Si a la visita de Xi le siguen otros gestos de otros líderes, especialmente del Sur Global, desmarcándose de la beligerancia occidental y mostrándose más incisivos a favor de reducir las tensiones y de abrir un espacio constructivo para la paz, la reapertura de negociaciones podría estar más cerca. También en ello, puede China jugar un papel activo dada su influyente posición en el mundo en desarrollo.
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