Otras miradas

Desmudarse

Marta Nebot

Desmudarse
Un trabajador del sector de las mudanzas carga unas cajas en las calles de Madrid. —Eduardo Parra / Europa Press

Esta vez escribo desde el caos y no consigo pensar en otra cosa. Las cajas me rodean. El desorden y el orden pendiente me atacan desde todos los flancos, me tienen completamente asediada.

Si vivir es puro cambio, mudarse es cambio puro y un revulsivo espacial y no solo. Ponernos la casa sobre los hombros y llevarla a otra parte nos obliga a reconocernos como los caracoles que somos, arrastrándonos lentamente casi siempre con lo mismo hacia ninguna parte. Nos enfrenta a nuestros diógenes, a nuestros desbarajustes, a nuestros proyectos abandonados y a nuestros proyectos acometidos. Nos obliga a registrar nuestros rincones.

Los objetos, como nosotros, no tienen alma pero sí un espectro concreto que anida en nuestro inconsciente, en nuestras neurosis, en nuestros trasteros interiores y al moverlos vuelven a resonar, nos recuentan sus mil y una historias y con ellas nuestras mil y una cuentas pendientes.

¿Para qué y por qué tanta ropa, tantos zapatos que probablemente nunca nos pondremos? ¿Para soñar que llegará el momento en que lucirlos, en que su existencia y la nuestra tengan todo el sentido y sean hermosas como en un anuncio de Martini, como en los sueños más o menos ridículos que guardamos hasta sin saberlo? ¿Por los recuerdos que impregnan sus tejidos, por las mujeres que fuimos y ya no seremos, por los tiempos que vivimos y que siempre vivirán en esos vestidos?

¿Para qué y por qué tantos papeles viejos, tantas notas antiguas? Me he dado cuenta de que mi desconfianza y mi desconocimiento sobre la burocracia ha llenado carpetas y carpetas de contratos y de recibos. Ir por la vida con ellas a cuestas me hace sentir menos vulnerable, más ligera con toda la contradicción que eso supone. Esta vez medité seriamente sobre tirarlo todo pero el vértigo, el miedo al desnudo documental, a ser una sin papeles de acá, a que de repente necesite alguno de esos documentos que ordeno y arrastro desde hace tantos años, me quitó la idea y me puso a hacer otra caja.

Los cuadernos con notas también llenan varias. En su caso la fantasía es que encontraré el momento de revisarlos y extraer las grandes ideas y los contactos imprescindibles que entrañan. Seguro que contienen novelas, cuentos, artículos y vidas por llegar.

Y luego están los inexplicables en serio. Esas cosas que se odian o se quieren sin más pero que son parte de nuestro ecosistema, que nos acompañan porque fueron de otros a los que queremos, porque nos tocan el inconsciente sin saberlo, porque le damos un valor a tener sin reparar en cuál es el precio que pagamos por ello.

Tal vez, el camino se me haría más ligero y más bonito sin el peso de todo esto que llevo y llevo. Lo he pensado tantas veces paseando por el rastro entre maletas viejas llenas de restos de vidas pasadas, de objetos que pesaron a otros, de cosas que resonaron en otras no–almas.

Y toda esta melancolía y todo este flagelo mudándome para mejor. Supongo que las cajas me traen al recuerdo otras mudanzas más amargas... Irse de casa a la desesperada, cambiar de ciudad obligada, cambiar por una más barata, separarse y separarse y volverse a separar, desubicarse y sentir que tu vida entera está patas arriba porque pierdes tus objetos y tus rutinas y mucho más cuando lo que dejas es más que un espacio, es lo que llamaste familia.

Esto he pensado y sentido siendo una mudada privilegiada. Qué no habrá pensado y sentido Vanessa Neorrabioso, la poeta urbana de Carabanchel que trabaja de noche como guardia de seguridad para leer sin parar y que ha tenido que regalar los 12.000 libros que atesoraba en su cuarto piso sin ascensor porque le han duplicado el alquiler de la noche a la mañana.

Las mudanzas y desmudanzas a manos propias siempre son difíciles, pero hay mudanzas y desmudanzas. Todas ellas implican una pérdida y un logro, pero el logro es una hipótesis y la pérdida tan real. Vanessa dice que se irá a vivir cerca de una biblioteca;  yo, que a una casa más cómoda. Las dos, vayamos donde vayamos, llevaremos esas cajas que no conseguimos ni abrir ni cerrar y que seguirán con nosotr@s.

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