Otras miradas

Con la comida sí se juega

Marta Nebot

Con la comida sí se juega
Imagen de archivo de un supermercado.

No sé cuantas veces habré escuchado a mi madre decir que "con la comida no se juega". Esta semana me he vuelto a acordar de este mantra que muchos tenemos tatuado dentro de la cabeza. Nuestras madres nos lo decían entre explicaciones sobre lo importante que es, sobre tantos que no la tienen y sobre cómo, por tanto y tantos, desperdiciarla era y es de desagradecidos con la vida.

Sin embargo, el dato de esta semana demuestra que con ella es con la que aquí más se juega. En España la inflación ha bajado al 3,3%, mientras la cesta de la compra ha marcado un 16,5%. Es decir, que mientras todo está un 3,3% más caro que el año pasado, la cesta de la compra lo está un 16,5%. Así que se acabaron las excusas para el sector: el coste del transporte, de los carburantes, de la electricidad, de lo que ha subido por la crisis energética ya ha bajado para todos y, sin embargo, mientras los precios de todo lo demás se estabilizan, los del comer siguen volando.

Y esto no pasa solo en España. Un reciente informe de la FAO, la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, dice que el precio mayorista de los alimentos en el mundo ha bajado este año un 20% pero que esa bajada no se está trasladando a los supermercados.

Masticando todo esto me ha llegado una sorpresa repentina ante una idea que nace de algo obvio y viejo. En la Europa de los derechos, en el lugar de la Tierra donde la democracia llega más lejos, hemos decidido que con la salud no se especula y, sin embargo, no hemos hecho lo mismo con la comida.

Mantenemos nuestros sistemas públicos de salud –aunque sea por ahora y haciendo malabares– pero hace mucho tiempo que entregamos al mercado la alimentación; de hecho, salvo en periodos de guerra y posguerra y no del todo, nunca ha dejado de estar en sus manos.

Y, según las leyes más básicas del libre mercado, en él los precios los marca la libertad de oferta y de demanda. ¿Alguien puede ser libre de ayunar para siempre sin estar muerto? ¿Somos libres de comer o no comer? ¿De beber agua o morir de sed? ¿De disponer de vivienda o vivir en cuevas? ¿De consumir luz o velas? ¿De calentarnos con calefacción o quemando cartones y maderas?

Hay libertades más cuestionables que otras. La de comer o no comer se me antoja la más falaz de todas.

Claro que se juega con la comida, mamá;  lo que pasa es que no les gusta que llamemos especuladores a los que lo hacen.  Pero, ¿cómo podríamos llamar, por ejemplo, a una empresa de supermercados –de cuyo nombre no voy a acordarme y que solo menciono porque es el dato y las declaraciones más recientes que he encontrado–, que ganó el año pasado, en plena crisis inflacionista, 718 millones de euros, un 5% más que el año anterior, reconociendo que "los precios han subido una burrada" y alegando que era inevitable? ¿No pudieron evitar ganar tanto? ¿De dónde salió ese dinero? Solo puede venir de dos sitios: o de lo que no pagaron a los productores o de lo que nos cobraron por lo que comemos, merendamos, cenamos y desayunamos.

En un año peliagudo para todos, pero particularmente para los que tienen menos (más de uno de cada cuatro españoles, según el índice de pobreza europeo AROPE), este jugador decidió ganar un 5% más todavía.

¿Pagó muchos impuestos? Sí, claro: 390 millones de euros. Pero es que sin este país, sin su estabilidad, sus carreteras, sus consumidores, su educación, su salud y todo lo que entraña este lugar del mundo, no podría ganar absolutamente nada y todo eso cuesta dinero. Lo financiamos entre los trabajadores y  las empresas, en función de nuestros ingresos. Básicamente de eso depende el sistema.

Así que tal vez ha llegado el momento de reflexionar sobre el derecho a alimentarse. Sobre sacar de las manos del capitalismo lo que creemos que debería estar fuera de los  juegos del dinero. Si mantenemos la salud al margen de los intereses económicos, ¿cómo no hacemos lo mismo con la comida, que es condición previa? Podrían ser precios máximos para productos básicos o un porcentaje definido de beneficios sobre los alimentos o quién sabe. La cuestión es decidir buscarlo.

Y que conste que soy muy consciente de que este artículo puede ser solo una regresión infantil ridícula colgada de una frase. Como mi madre me diría: "Qué ingenua eres, hija mía";  y yo contestaría dando más vueltas al pollo en el plato. O tal vez me atrevería a decirle: sí, mamá, con la comida sí se juega. Dejamos que jugaran con la de otros, en el tercer mundo, y ahora nos damos cuenta de que también juegan con la nuestra.

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