Otras miradas

Los retos de la izquierda ante el nuevo ciclo político

Toni Valero

Coordinador de IU en Andalucía

Los retos de la izquierda ante el nuevo ciclo político
Decenas de personas durante una protesta por la Tercera República, desde Cibeles hasta Callao, a 14 de abril de 2023, en Madrid (España). Isabel Infantes / Europa Press

En la XXIII fiesta del PCA celebrada el 14, 15 y 16 de abril tuve la oportunidad de participar en una mesa de debate bajo el reclamo Los retos de la izquierda ante el nuevo ciclo político. Quiero aprovechar la posibilidad que me brinda Público para compartir por escrito aquella reflexión.

Comienzo poniendo el foco en una cuestión imprescindible para acometer las tareas que tenemos como es la caracterización de la fase política actual.

Hay claros síntomas de que no estamos bajo una aplastante hegemonía neoliberal. En el acto de Magariños Yolanda Díaz se hacía eco de una idea cada vez más repetida: el neoliberalismo, al menos a nivel intelectual, está en retroceso.

Además, en lo que respecta a nuestro país, pero con claras similitudes con el resto de Europa, el sistema de partidos también ha cambiado. No hay ni se advierte en el horizonte un retorno bipartidista del tipo que padecimos durante décadas. Esto entraña un enorme potencial para nuestro espacio político ya que tenemos más capacidad de determinar las políticas públicas, no en vano, participamos del gobierno central para eso. Pero también plantea su antítesis, nada halagüeña: una involución reaccionaria. Si estamos en un escenario de bloques, conservador-reaccionario y democrático-progresista, a la par que somos más determinantes también aumenta la amenaza neofascista por la debilidad relativa de los sectores conservadores del Partido Popular.

Comparto la caracterización de la fase que hace Paolo Gerbaudo cuando dice que estamos en una fase neoestatista. Las transformaciones económicas que se requieren por la crisis ecológica, las tensiones geopolíticas y su efecto desglobalizador, la respuesta a la pandemia, etc. están demandando y conformando estados más intervencionistas. De ahí que se configure un nuevo marco de disputa política entre la izquierda y la derecha en torno a tres conceptos fundamentales: soberanía, protección y control. La incertidumbre y la crisis social que asolan occidente se vehiculan a través de esos significantes que son preñados de significado en función de los intereses de clase de que se imponen. Me explico.

Cuando desde la izquierda reivindicamos la soberanía nos referimos a la soberanía popular, a la democracia real, a un Estado capaz que promueva la igualdad. Por el contrario, la soberanía es reivindicada desde la derecha pero no para hablar de soberanía popular, sino de soberanía nacional, de cierre de fronteras o de supremacismo blanco.

Cuando desde la izquierda hablamos de protección nos referimos a tener Estado del bienestar, derechos laborales, protección medioambiental, trabajo garantizado, políticas de cuidados, nacionalización de las eléctricas y otras industrias estratégicas, etc. Por el contrario, la derecha habla de protección para los grandes propietarios a los que les dan privilegios fiscales, les permiten hacen con sus bienes lo que quieran (sean viviendas o recursos naturales) aunque atenten contra derechos colectivos; se refieren a la protección para hablar de endurecimiento de penas, cadenas perpetuas, leyes mordaza y aumento de gastos militares.

Y, cuando hablamos de control, desde la izquierda nos referimos a regulaciones medioambientales, a impuestos a los ricos, al papel fiscalizador y de control que han de jugar los sindicatos, los movimientos sociales y la ciudadanía. Por el contrario, el control para la derecha es cierre de fronteras a los trabajadores migrantes, reforzamiento del poder de los gobiernos frente a los parlamentos, etc.

Por tanto, la fase actual está marcada por una encrucijada en la que el bloque conservador reaccionario y el bloque democrático progresista se disputan la salida, en la que el neoliberalismo está en retroceso ante un mayor papel del Estado y en la que la batalla de las ideas se libra con la ultraderecha en torno a la soberanía, el control y la protección.

Y en esto llegó Sumar. Caracterizada la fase corresponde entender el porqué de Sumar y cual debería ser su papel. Sumar es un movimiento político, no ha mostrado su voluntad de ser un partido, aunque sí la de incorporar a los partidos. Esto es importante resaltarlo. En las elecciones generales de 2015 se frustró superar en escaños al PSOE por la fragmentación electoral. Fue resultado de haber pedido a IU integrar a algunos de sus cuadros en las candidaturas de Podemos y a renunciar a ir coaligados, es decir, de facto se pedía a IU su disolución electoral. De aquel momento al presente todas y todos hemos aprendido porque ahora lo que se pide a los partidos es que colaboren en Sumar, que sean parte del movimiento, participen del proceso político sin perder su identidad ni disolverse en ningún otro partido, que participen en unas primarias y que se conforme una coalición. Relaciones multilaterales entre los distintos partidos basadas en el reconocimiento mutuo.

Sumar tiene que jugar su papel histórico en esta fase que hemos caracterizado. Obviamente, ese papel pasa por dar una alternativa antineoliberal que apueste por las transformaciones que necesita el país desde la interpretación que la izquierda hace de la soberanía, el control y la seguridad. El papel histórico, de esta forma, es también derrotar la hoja de ruta trumpista, es decir, poner a las fuerzas progresistas a la altura de la amenaza real de involución reaccionaria si gobernase una coalición de Partido Popular con Vox.

Para conseguir esto Sumar tiene que incorporar a los que faltan en la política. A mucha gente que está al margen del proceso político. No es casualidad, es fruto de una relativa derrota de la izquierda. El ruido, la crispación y la politiquería (las falsas promesas, las intrigas, etc.) alejan a la gente de la política. Es la primera dinámica que ha de revertirse porque la gente tiene que hacer política para mejorar su vida.  Y para eso se tienen que dar dos condiciones. La primera es  que cada uno y cada una tome posición política sobre sus intereses propios y que entre todas y  todos les brindemos un proceso político colectivo, porque esos intereses propios de cada cual son compartidos con una mayoría social que sufre las mismas crisis. Repito: hay que incorporar a los que faltan en política, muchos y muchas de ellas cansadas o desencantadas tras el largo ciclo que abrió el 15M

Evidentemente, la toxicidad en las filas de la izquierda no ayuda. Seamos responsables y no caigamos en esa flaqueza. Solo sería síntoma de debilidad, la toxicidad exhibe miedo. Entre las fuerzas progresistas debe haber acuerdos y discrepancias, coincidencias y divergencias, pero siempre honestidad. Huyamos de la agresividad, de la hostilidad y de la mentira. Eso va en contra de lo que es condición de posibilidad para el avance de Sumar, véase, incorporar a los que faltan en política.

En definitiva, poner en marcha un movimiento político, un frente amplio, que incorpore a partidos y a la gente sin carnet de ninguno, y que movilice las conciencias en este país necesita de un horizonte compartido. A ese horizonte compartido lo llamamos esperanza. Trabajar la esperanza no es vender humo sino un compromiso cotidiano de lucha por aspiraciones y deseos de libertad, igualdad y justicia social. Por eso nuestra esperanza es ecologista, feminista, republicana y socialista. Así, ese horizonte compartido es el que da sentido a la colaboración de todas y todos.

Y nosotras y nosotros desde Andalucía... ¿qué hacemos?

Entramos en este proceso con buen pie porque hemos acertado en el análisis, de ahí que estemos bien posicionados en el mapa de la izquierda. Trabajamos por un frente amplio, somos bisagra para la articulación de las izquierdas y contribuimos a Sumar.

IUCA y el PCA pueden aportar al proceso político que experimenta el país y pueden contribuir mucho a Sumar. Indudablemente, lo primero que a cualquiera se le viene a la cabeza es la fuerza institucional (más de sesenta alcaldías) y militante, el arraigo territorial (presentamos candidaturas en más de 500 municipios), la propuesta programática, la experiencia institucional o, incluso, el acerbo emocional. No obstante, yo no quiero poner ahora el foco en esas contribuciones que, no cabe duda, se hacen. Quiero señalar otras que considero muy oportunas.

1. El optimismo de la voluntad, que diría Gramsci. Hemos estado y estaremos siempre empujando hacia el socialismo y por los derechos humanos. Como me decía Manolo "el teniente", historia viva de las CCOO y del PCE, los comunistas hemos ido siempre hacia delante por inercia de lucha incluso cuando predicábamos en el desierto. Tenemos una inercia de lucha incombustible.

2. No renunciamos a la utopía, y menos ahora que han decidido que hemos de vivir en una distopía. Hay un sentido de trascendencia más allá de cada coyuntura política.

3. Aportamos una cultura militante, con todos su defectos y virtudes pero que, por encima de todo, es una cultura política que antepone lo colectivo y la responsabilidad. Asumimos responsabilidades con todas las consecuencias y lo hacemos por el interés general. Pensamos desde lo colectivo.

4. Sabemos la importancia que tiene la fraternidad. Es la última defensa de las y los iguales, de los más débiles que se hacen fuerte frente a los poderosos. Ha sido la fraternidad la que ha salvaguardado el hilo rojo en los periodos más duros de nuestro país. Seamos ejemplo de que no somos como nuestros adversarios construyendo un movimiento fraterno cueste lo que cueste.

5. Por último, estoy convencido de que un nuevo país y el movimiento que lo ha de cimentar requiere de Andalucía. Andalucía tiene que ser motor de este proceso político y no puede serlo sin contar con IUCA y el PCA para hacer que Andalucía juegue su papel histórico.

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