El neoliberalismo lleva un tiempo enfermo. Según Jake Sullivan, el Consejero para la Seguridad Nacional de Joe Biden, debemos esforzarnos para que la enfermedad sea terminal. Así lo comunicó al mundo el pasado 27 de abril en un discurso desde el think tank Brookings. Durante una media hora larga, leyendo y sin aparentemente improvisar demasiado, representó lo que probablemente sea la demolición más sistemática de la doctrina neoliberal que haya realizado un alto cargo del gobierno de Estados Unidos hasta la fecha. Merece la pena hacer un breve repaso a su análisis, en sus propias palabras, antes de aventurarnos a una evaluación preliminar de sus promesas y puntos ciegos.
Según Sullivan su país se enfrenta a cuatro grandes retos, en buena medida resultado de demasiadas décadas de políticas económicas equivocadas. El primer reto es el "vaciado" de la base industrial estadounidense. La deslocalización de cadenas de suministro en nombre de la "eficiencia de mercado" prometía aumentar la capacidad exportadora, pero sólo consiguió exportar trabajos y sobredimensionar el sector financiero en detrimento de otros sectores productivos. Se debilitó la capacidad estratégica de reacción ante catástrofes, naturales o no, y la crisis financiera y pandémica "puso al descubierto los límites de los principios [neoliberales]". La tesis de que los mercados siempre asignan el capital de la forma más eficiente y productiva, por lo tanto, es falsa.
El segundo reto es de tipo geopolítico y de seguridad. Durante mucho tiempo se pensó que la integración económica llevaría a la convergencia social y de valores, pero ese mismo tiempo ha mostrado de nuevo que esta tesis es fundamentalmente falsa. Las integración de las economías de "no-mercado" (un término de Sullivan) en el orden mundial no les hizo abandonar sus objetivos de influencia regional, o su determinación de subsidiar "masivamente" sectores industriales tradicionales y de nueva generación. La dependencia excesiva con estas economías, en momentos de crisis, se vuelve "verdaderamente peligrosa", porque en ausencia de esa "convergencia de valores" se depende de países competidores y potencialmente enemigos.
El tercer reto es el de la crisis climática y su amenaza a "las vidas y las formas de vida". En el momento de la toma de posesión de Biden, según Sullivan, no existía ningún camino evidente para una transición energética eficaz y justa. Para la administración la solución pasa por recuperar una política industrial agresiva y activista, que facilite la innovación, reduzca costes y cree empleos. Pretende así cortar el nudo gordiano del aparente conflicto entre crecimiento y transición ecológica.
Por último, está el reto de la desigualdad y el daño que ésta causa a la democracia. De nuevo, cae un mito neoliberal: la teoría era que las ganancias del crecimiento globalizador serían inclusivas, pero la realidad es que éstas "no llegaron a un gran número de trabajadores [...] La clase media estadounidense perdió terreno, mientras que a los ricos les fue mejor que nunca". Si a esto sumamos años de economía trickle-down, rebajas fiscales regresivas, austeridad, concentración empresarial desbocada y ataques constantes contra los sindicatos, tenemos un golpe que ha "erosionado los cimientos socioeconómicos de cualquier democracia fuerte".
El reto, en conjunto, es gigantesco. Un experimento que empezó como desregulación y rebajas fiscales a los ricos ha terminado horadando la capacidad industrial estadounidense, debilitando su posición internacional, poniendo en jaque su sistema democrático y mermando su capacidad de reacción ante una serie de shocks (climáticos, pandémicos, geopolíticos, ...) que no tienen visos de amainar. Durante años algunos nos preguntamos si en algún momento el diseño de Estado neoliberal (porque el neoliberalismo es un diseño específico de Estado, no la ausencia del mismo) entraría en contradicción con las exigencias de la seguridad nacional, si el desmantelamiento de cierto tipo de capacidad estatal se vería como un peligro existencial. Hemos necesitado una suerte de cuádruple amenaza climática, pandémica, geopolítica y neofascista, pero a día de hoy podemos decir que la respuesta es un rotundo sí.
En un primer nivel la respuesta estadounidense a esta coyuntura parece implicar una victoria casi absoluta de las críticas progresistas a la larga noche neoliberal. Según Sullivan el núcleo de su propuesta se basa en construir, y hay pocas cosas que se queden en el tintero: construir capacidad a través de una política industrial moderna, construir resiliencia, construir inclusión social en casa y en todo el mundo, construir bienes públicos, construir un sistema económico internacional que beneficie y dé oportunidades a las clases trabajadores y medias de todo el mundo ... Para este frenesí constructor se usarán algunas medidas que ya existen, y que previsiblemente se potenciarán, como las políticas industriales de las leyes IRA y CHIPS (más de un billón con b de financiación en conjunto), o el intento de establecer un tipo impositivo mínimo del 15% a las empresas multinacionales. También otras que por ahora solo son promesas, como el abandono de los acuerdos de libre comercio tradicionales por otros que tengan en cuenta "las emisiones de gases de efecto invernadero, la sobrecapacidad [...] y los valores sociales, incluyendo las condiciones laborales", o la transformación de los bancos multilaterales de desarrollo, incluyendo el Banco Mundial, en verdaderos gigantes del desarrollo internacional, con billones (de nuevo con b) de inversión para infraestructura y lucha contra el cambio climático.
Un segundo nivel de análisis de esta propuesta la problematiza, pero también explica en buena medida cómo es posible un giro aparentemente tan radical en el pensamiento estratégico de parte de las élites de Estados Unidos ¿Por qué ha sido un Consejero para la Seguridad Nacional el encargado de exponer una nueva doctrina económica? El propio Sullivan comienza su discurso disculpándose por hablar de un tema que supuestamente no es el suyo, una excusatio non petita significativa. La realidad es que en ningún lugar las fuerzas progresistas y populares, por sí mismas, han sido capaces de liderar en solitario esta superación del neoliberalismo. La tarea, por lo tanto, ha recaído en una coalición de intereses más diversa y problemática, que incluye a elementos conservadores y del establishment de la seguridad del Estado. La integración de cuestiones como la crisis climática, la fragilidad de las cadenas de suministro o el auge del neofascismo como cuestiones de seguridad nacional ha sido lo que ha permitido forjar una mayoría contra-neoliberal suficiente a nivel legislativo en Estados Unidos. por primera vez en muchas décadas. Dada la debilidad histórica del movimiento obrero y popular después de décadas de neoliberalismo, de hecho, puede que esta perspectiva sea ahora mismo el único núcleo vertebrador posible de la transición energética y económica realmente existente que ocurra en el corto plazo. La socialdemocracia post-neoliberal, si ocurre, será inicialmente una socialdemocracia de guerra y por la seguridad.
En esta confluencia compleja de intereses está el mayor peligro de nuestro presente. La mayor preocupación en parte de la izquierda es que una transición energética acelerada implique necesariamente el enriquecimiento relativo de los poderes financieros establecidos, de algunas grandes empresas, que lideren esa transición y se beneficien enormemente de una eliminación pública del riesgo asociado a la inversión privada (el derisking popularizado por Daniela Gabor). Ante una crisis existencial y la atrofia del músculo estatal este sea seguramente un sacrificio inevitable, el infame mal menor. Nuestra verdadera preocupación debería ser el subtexto detrás de este Nuevo Consenso de Washington: volvamos a la era de la política industrial y la redistribución económica, pero solo si Estados Unidos está en el centro de esta transición. Adam Tooze lo expone de forma cristalina en una pieza sobre un otro discurso reciente de Janet Yellen, secretaria del Tesoro y seguramente la mujer más poderosa del mundo a día de hoy: la oferta estadounidense de un nuevo sistema mundial de crecimiento inclusivo descansa sobre la premisa de que nada de lo que ocurra ponga en peligro su posición de primus inter pares. Animan a todo el mundo a seguir sus pasos, especialmente a sus aliados (sabe Dios que Alemania suele necesitar ese empujón), pero defenderán sus intereses sin miramientos ("unapologetically"). Quieren un nuevo orden mundial de inversión y desarrollo que comparta las tecnologías necesarias para sociedades resilientes a todos los niveles, pero dicen que ante el "pequeño número de países que buscan retarnos militarmente", y alrededor de ciertas tecnologías clave, "construiremos vallas altas para jardines pequeños". ¿Qué ocurrirá si esta tensión entre inclusión y dominación no es sostenible? ¿Si China decide no aceptar que otros dicten hasta dónde puede llegar? Estos discursos no son el lugar para decirlo abiertamente, ni siquiera para admitir que esto sea posible, pero no es difícil imaginarlo.
Llevamos muchos años luchando por transformaciones rápidas de nuestras sociedades, que lleguen a tiempo para superar la enorme crisis ecosocial en la que ya vivimos. Ante la imposibilidad de rupturas más radicales hemos empezado a transitar por el camino de una suerte de vuelta al keynesianismo militar que dominó el mundo después de la Segunda Guerra Mundial. En el discurso de Sullivan hay referencias explícitas a ese orden mundial, al Plan Marshall, a figuras como Kennedy (el artífice de la misión a la Luna). Ante la amenaza de la crisis climática y de la barbarie neofascista aquí hay elementos que debemos apoyar, en esta crisis tampoco existen espectadores inocentes. De la misma manera, y con la misma fuerza, debemos resistir y rechazar las derivas militaristas e imperialistas que siempre existen en las "cuestiones de Estado". La confrontación de bloques geopolíticos como única justificación posible para la inversión pública. Ha vuelto la política con mayúsculas cuando más la necesitábamos, y por ello deberíamos respirar aliviados. Pero la política, siempre, es lucha de potencias monstruosas.
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