Otras miradas

Abolir el trabajo o la necesidad de algo más

Israel Merino

Periodista

Abolir el trabajo o la necesidad de algo más
Imagen de www_slon_pics en Pixabay

Día 1 de mayo, Día Internacional de los Trabajadores y día de reivindicar – también de celebrar – derechos laborales; día de alzar el puñito prieto y día también, no nos engañemos, de abolir todo esto. De abolir el trabajo, me refiero.

Hace unas semanas, después de que me despidieran, hablé con un coleguilla que me preguntó qué quería hacer ahora que estaba en paro. Me salió del alma, lo juro, pero lo primero que le solté es que quería no volver a trabajar nunca. El tipo, como indignado por lo que estaba diciendo, me dijo que de qué narices hablaba, que menudo vago estaba hecho.

El colega, que no es el cuchillo más afilado del cajón de nuestro grupo de amigos (un besazo para él), tardó en darse cuenta de que por supuesto que soy un vago. Uno mazo orgulloso, además.

Esto que voy a decir aquí es bastante hipócrita, lo sé, pero estoy convencido de ello: el trabajo, me dan igual las tesis marxistas que dicen lo contrario, no dignifica. El trabajo no dignifica nada porque no hay forma de encontrar dignidad en algo que hacemos para poder mantenernos y, con un poquito de suerte si es que nuestra nómina es relativamente amable, para poder hacer cosas que nos gustan.

Nos vemos encerrados en un ciclo perpetuo hasta los sesenta y cinco (espérate, ¿no iban a subir la edad de jubilación?) en el que, mínimo, invertimos un tercio de todo nuestro tiempo (cifra que sube a la mitad, si es que desechamos todas las horas que invertimos en dormir) para que un señor con una S.L.  gane dinero gracias a que nosotros lo necesitamos para pagar un techo. Es que no hay por dónde cogerlo.

En BAR$, un estupendo disco de rap que se estrenó hace pocos meses y ha sido un chorro de aire fresco en la escena del país (les recomiendo su escucha), el rapero Saske canta que él siente que no está hecho para ni para morir en una fábrica ni para trabajar de camarero.

Aunque esta posición puede parecer un poco clasista, Saske no busca desprestigiar estos oficios, sino que busca desprestigiar, entiéndase, todos los oficios. En las sangrentes canciones, el rapero se desnuda hablando de que no quiere malgastar su vida trabajando, de que quiere vivir, sentirse libre y hacer lo que realmente quiera sin sentir la presión de que tiene 1’50 euros en la cuenta, de que el día 31 debe pagar la hipoteca del mes siguiente.

Creo que, en mayor o menor medida, todos nos sentimos a veces (o siempre) como Saske. Joder, no queremos que nuestra vida se reduzca a deslomarnos para poder llegar al fin de semana y disfrutar de, no sé, escalar o leer o salir de fiesta o lo que cada uno haga.

El rumor de nuestras cabezas es tan perpetuo como intenso, tan triste como simplón: debe haber algo más. Pero no algo más en el sentido cristiano de que la vida es un valle de lágrimas y, cuando acabe, podremos disfrutar del goce eterno, sino de que debe haber algo más ahora, mañana, pasado a más tardar; en esta vida, no en la otra. No queremos goce eterno, macho, con ochenta o cien años de disfrute nos conformamos.

Por otro lado, sé que hay una cosa llamada realidad que nos ata a la vida; sé que las estanterías del súper no se llenan solas y que este teclado que ahora mismo estoy aporreando no crece de los árboles, pero, yo qué sé, es uno de mayo, permítanme disfrutar de este día a mi modo.

Cada uno fantasea con lo que quiere, yo con no trabajar (aunque debo hacerlo).

 

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