Otras miradas

Enemigos fuera de la foto oficial

Anna I. López

Doctora en Ciencias Políticas en la Universidad Internacional de València

Enemigos fuera de la foto oficial
El presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, y la presidenta de la Comunidad y candidata del PP a la reelección, Isabel Díaz Ayuso, durante el acto cívico militar con motivo del Día de la Comunidad de Madrid en la Puerta del Sol, a 2 de mayo de 2023, en Madrid (España). Diego Radamés / Europa Press

Seguramente si les hablara de un país donde los candidatos amenazan con encarcelar a sus rivales o acusan al gobierno de ilegítimo ustedes pensarán en Trump en Estados Unidos o en Bolsonaro en Brasil.

Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su libro Cómo mueren las democracias realizan un diagnóstico inquietante: las democracias actuales no morirán de forma violenta, a manos de un golpe de Estado o de cualquier otro evento disruptivo que imponga un giro imprevisto en el statu quo vigente. Más bien, se pudrirán después de un largo período de convalecencia en el que habrán ido perdiendo progresivamente sus funciones vitales. Dicho de otro modo, piensen ustedes en Franco entubado en La Paz antes que en Allende asediado en La Moneda. El caso es que cada vez se extiende más la posibilidad de que líderes democráticamente elegidos boicotean el mecanismo que hace posible el ejercicio democrático del poder, ya sea amenazando la división de poderes (como en Polonia y Hungría), dificultando la alternancia política (como en Estados Unidos) o imponiendo una concepción exclusivista de la democracia, de raíz teocéntrica (como en Turquía) o etnocéntrica (como propone la extrema derecha europea).

Pero ¿cuáles son esos enemigos de la democracia y, sobre todo, ¿cómo reconocerlos? Levitzky y Ziblatt proponen cuatro indicadores que ayudarían a detectar un comportamiento autoritario en un entorno democrático. Y no deja de ser, al menos, curioso que uno de ellos sea la negación de la legitimidad de los adversarios políticos. Curioso porque Vox y sobre todo el Partido Popular, que se consideran irreprochablemente democráticos y acusan al gobierno del PSOE y Unidas Podemos de instaurar en España una "dictadura progre", no saldrían demasiado bien parados de la prueba.

Parece que nos hemos acostumbrado a que algunos representantes políticos de la derecha y extrema derecha no duden en describir a sus contrincantes como subversivos o enemigos y contrarios al orden constitucional establecido. La novedad de la derecha liderada por Isabel Díaz Ayuso es borrar a ese "enemigo" de la foto oficial como si no existiera. Esta última maniobra de deslealtad institucional ha dejado fuera de la tribuna de honor a Félix Bolaños, ministro de Presidencia, en los actos conmemorativos de la Comunidad de Madrid. Una estrategia que, además, refuerza la identidad propia ─de la que presume la Presidenta-,  de un supuesto modelo de vida (el madrileñismo)  basado en la chulería,  rebeldía y desobediencia a las normas. Ya lo esgrimió durante la pandemia cuando el Gobierno impuso el estado de alarma y restricciones a la movilidad. Meses después se opuso al plan de ahorro energético en un contexto de emergencia climática por la amenaza de un corte del gas ruso como consecuencia de la guerra de Ucrania. En este caso, Ayuso incumple el Real Decreto 2099/1983, en el que se aprueba el Ordenamiento General de Precedencias en el Estado, dejando a un ministro del Gobierno de España subir a la tribuna de la parada militar que conmemora la Fiesta del 2 de Mayo[3] .


¿Y cuál sería la mejor solución ante esa amenaza autoritarita que tanto debilita la salud democrática de un país? Una de las lecciones del libro de Levitsky y Ziblatt, especialmente extrapolable al caso español, es que no basta con acudir a los textos constitucionales convirtiéndolos en límites non plus ultra. Al contrario, la mejor barrera de seguridad (guard rail, llaman gráficamente) sería la connivencia y complicidad entre partidos. Y ponen como ejemplos estrictamente estadounidenses los casos de los poderes extraordinarios concedidos y después revocados a Roosevelt por el crack del 29 o los excesos de McCarthy o Nixon. Casos donde demócratas y republicanos colaboraron en la contención del peligro autocrático, aunque perjudicaron a los propios representantes. En España asistimos a un escenario de polarización partidista y política provocadora que imposibilita el diálogo e incluso el reconocimiento de la legitimidad democrática de los adversarios a los que la derecha convierte en enemigos a los que eliminar de las fotografías oficiales.

La estrategia del "nacionalayusismo" basada en la incorreción política y con la que piensa que da batalla a "la dictadura progresista" ha producido un peligroso cambio de paradigma en la derecha tradicional española que está en proceso de ebullición y desorden. Un mal presagio en la antesala de un año "mega electoral".

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