Otras miradas

¿Aceleración o decrecimiento? ¡Sí, por favor!

Manuel Romero Fernández

Director del Instituto de Estudios Culturales y Cambio Social

¿Aceleración o decrecimiento? ¡Sí, por favor!
Imagen de Kamiel Choi en Pixabay

El rockstar esloveno de la filosofía, Slavoj Zizek, últimamente menos sugerente y creativo que nunca y con una obsesión cuanto menos extraña contra la política y el pensamiento feminista, todo sea dicho, ha empleado en varias ocasiones la respuesta de Groucho Marx ante la negativa de tener que escoger entre una de las dos opciones que presenta una disyuntiva como un ejemplo del ingenio y las virtudes de la dialéctica: ¡sí, por favor!

A propósito de uno de los debates de mayor actualidad y urgencia global de las últimas décadas, la crisis ecológica, las respuestas ofrecidas en el campo político de la izquierda han ido situándose progresivamente en polos opuestos de un espectro cada vez más amplio y variado: reformismo o revolución, realismo o utopismo, un futuro de sostenibilidad o un (no)futuro de barbarie, el campo o la ciudad, formas económicas precapitalistas o postcapitalismo, tecnofilia o tecnofobia, y así en un largo etcétera. De manera sintética, y también algo imprecisa, podríamos afirmar que todo este conjunto dicotómico de posiciones se alberga en el interior de un debate más amplio entre dos corrientes políticas y filosóficas en boga: aceleracionismo vs decrecimiento. Una respuesta tibia, propia de la socialdemocracia, sería decir que hay que encontrar un término medio, apelar a la gama de grises entre el blanco y el negro. Sin embargo, huelga decir que posicionarse a medio camino entre la sostenibilidad y la barbarie en un campo de fuerzas como el actual es decantarse del lado de la barbarie. Es por eso por lo que, si queremos llegar a una suerte de síntesis, ante la pregunta "¿aceleración o decrecimiento?" no nos queda más remedio que responder: ¡sí, por favor!

Ahora bien, ¿qué definirían o qué posiciones se engloban en cada una de estas categorías? Me voy a arriesgar a describirlo de manera un tanto grosera por su simplismo y su reducción al absurdo, pero no es este el espacio ni tampoco el objetivo del artículo para hacer una descripción minuciosa de cada uno de sus posicionamientos programáticos.

Es un ejercicio realmente difícil el de explicar en unas pocas líneas en qué consiste el aceleracionismo, sobre todo teniendo en cuenta que los propios autores del Manifiesto aceleracionista han preferido desmarcarse del término debido a las ambivalencias y tensiones propias del concepto, a la existencia de un aceleracionismo nítidamente de derecha y anarcocapitalista y un aceleracionismo comunista. El propio fundador del aceleracionismo como movimiento o corriente teórica transdisciplinar y transhumanista, Nick Land, podría ubicarse en unas coordenadas difusas de cierto oscurantismo libertario de extrema derecha. Dicho esto, algunos de los representantes de un aceleracionismo progresista, Nick Srnicek, Alex Williams o Aaron Bastani, han introducido, desde mi punto de vista, algunos de los debates más estimulantes de la última década y han abierto la puerta a la construcción de una izquierda más allá de los apegos melancólicos de un comunismo enclaustrado en las glorias y en las miserias del pasado. El leitmotiv del aceleracionismo estaría recogido de forma magistral en una máxima de Bertolt Brecht que dice que "no hay que empezar por los buenos tiempos pasados, sino por los malos tiempos presentes"; es decir, entender el movimiento histórico como guiado por una inercia permanente que lo empujaría a ir hacia adelante y que, por lo tanto, no nos permitiría regresar más que en nuestras fantasías. Es así como la acción política tiene que estar necesariamente orientada a estimular las contradicciones inmanentes del capitalismo con el objetivo de acelerar sus tendencias autodestructivas. Como podemos observar, el aceleracionismo se hace cargo, como ya hicieron Marx y Engels en el Manifiesto comunista, de la ambición del capitalismo, de las ambivalencias que nos han conducido a que, por ejemplo, los mayores avances tecnológicos de la historia de la humanidad, mejoras que podrían liberarnos del reino de la necesidad, que tienen la potencia para abandonar la prehistoria de la humanidad, en términos de Adorno, se hayan orientado al propósito inútil de la acumulación de capital y, por lo tanto, a incrementar la brecha de la desigualdad social. Sin embargo, me atrevería a decir que el pilar fundamental de esta corriente teórica, y lo que la convierte en especialmente sugerente e innovadora, es que encuentra el secreto del capitalismo en la dimensión inconsciente del sujeto como un régimen político que reposa en la lívido o el deseo. No es casualidad que el aceleracionismo tenga su origen en un pasaje de El antiedipo, la obra canónica de Deleuze y Guattari, o que otro de sus resortes bibliográficos sea la olvidada y denostada obra de Lyotard: Economía libidinal. La única alternativa es hacerse cargo de este inconsciente capitalista orientado al consumo y a la acumulación y empujarlo hacia un comunismo de lujo totalmente automatizado, como nos indica el título de la famosa obra de Bastani.

A nadie se le escaparía que el aceleracionismo, a pesar de ser muy estimulante para el pensamiento y la acción política, es un planteamiento que tiene algunas fisuras importantes. La principal objeción que se le suele hacer es que coadyuvar a las contradicciones inmanentes del capitalismo nos conducirá, más que a un horizonte postcapitalista, a un escenario de auténtica barbarie y desolación; y esto es algo que nunca antes había sido tan evidente dada las dimensiones colosales de la actual crisis climática. Además, por otro lado, habría que agregar que nadie ha muerto aún de contradicciones, y menos aún un sistema que se alimenta de ellas y siempre retorna de entre los muertos logrando ser más expansivo e hipertrófico. Frente a esta postura se encontraría aquella otra que optaría, en palabras de Walter Benjamin, por accionar el freno de mano de la historia. Es aquí donde podríamos situar al decrecimiento. Por su parte, el decrecimiento implicaría una suerte de deconstrucción del régimen de acumulación y de la vida moderna en su conjunto: si el desarrollo de las fuerzas productivas desde los inicios del antropoceno -o capitaloceno- ha desembocado en una crisis ecológica sin precedentes, es el momento de dar marcha atrás, de desmontar pieza a pieza los ensamblajes del capitalismo histórico. Esto es lo que explicaría que haya que poner el acento en las nuevas comunidades rurales, en el retorno a ciertos modos de vida precapitalistas, y orientarnos a una acción mediada por la sostenibilidad, la producción y el consumo de proximidad. Es decir, tenemos que ir de lo global a lo local y deshacernos de algunos de los elementos que dieron luz a la modernidad, como los vectores de velocidad y aceleración o las concentraciones de población metropolitanas, despojándonos así de las ambiciones prometeicas del aceleracionismo.

Esta posición es, a priori, más razonable, comedida y, quizá, realista que ir más allá del capitalismo estimulando sus propias contradicciones, sobre todo porque su razón de ser es la constatación material de la finitud de los recursos naturales. Sin embargo, a mí me surgen algunas dudas al respecto. La primera de todas: ¿no es precisamente su carácter lógico o "realista" lo que debería ponernos en alerta de que no es suficiente? Por otro lado, en relación con esta, ¿quién llevará a cabo el desmontaje de este sistema de acumulación que nos ha empujado al desastre? Ya sabemos que eso de un "capitalismo sostenible" es una contradicción en términos, por lo que podemos olvidarnos de que la misma clase que nos ha traído hasta aquí sea la que, apelando a una supuesta responsabilidad y compromiso con el planeta, nos saque del atolladero ecosocial. Entonces... ¿quién? ¿La multitud, el proletariado, el pueblo? Pero... ¿qué multitud, qué proletariado, qué pueblo? ¿El mismo que ha sido investido, moldeado y subjetivado por el neoliberalismo? ¿Es que acaso esto no es incompatible con nuestro deseo? Hay que recordar que uno de los mayores logros del capitalismo, además de haber construido un armazón tecnológico y social destinado a la producción de mercancías y cadenas globales para su distribución, es el de producir a los sujetos que las consumen: producir formas de vida orientadas por el propósito de la acumulación y el consumo; en su declinación actual, la famosa subjetividad del neoliberalismo que nos convierte en emprendedores que ya no hacen su vida, sino que la gestionan, que ya no tienen amigos, sino contactos, y que tampoco tienen biografías, sino currículum vitae. Y es que, no atender a la creación más cuidada y perfeccionada del capitalismo: el sujeto, como fuerza de trabajo y como pulsión hacia el consumo, es olvidar lo más importante, apelar a una supuesta naturaleza humana individual o colectiva que ha sustituido el deseo por la responsabilidad que probablemente será un esfuerzo vacío.

La paradoja es que no hay punto de reconciliación posible entre el aceleracionismo y el decrecimiento, entre las urgencias socialmente necesarias y lo aspiracionalmente deseable. Por lo que la única alternativa es la superación o el desbordamiento dialéctico: ¡sí, por favor! ¿Es que acaso no debemos atender a "los malos tiempos presentes" para avanzar hacia una nueva sociedad regida por la planificación de los recursos naturales y sociales disponibles? ¿No es un reparto equitativo a través del racionamiento de los recursos algo política y ecológicamente necesario y socialmente deseable? ¿Y esto no nos lo brindaría precisamente algunos de los avances tecnológicos, logísticos y organizativos que nos han conducido al desastre? Por sintetizar, ¿no podemos pensar, como hizo Jameson, en Walmart como utopía? ¿No implicaría esto una nueva política del deseo que va mucho más allá de una supuesta "responsabilidad" abstracta? Hay que entender que no podemos dar marcha atrás, sino avanzar en otra dirección, ni tampoco hay un motivo real por el que renunciar a las aspiraciones prometeicas de la modernidad que nos permitían imaginar otro mundo, lo que nos lleva a otro problema de orden estético y/o cultural, el de la ficción o la creación utópica, pero no lo desarrollaré en este artículo. Probablemente, será hurgando en las tinieblas de este nuevo mundo, entre los escombros y las potencialidades destructivas, donde encontremos las claves para desatar el futuro, un futuro proyectado sobre los límites de los recursos naturales y aun así más anhelado que la barbarie climática que nos acecha.

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