Otras miradas

Las claves de la lucha por Barcelona: del primer puesto a los juegos de alianzas

Daniel V. Guisado

Politólogo. Asesor político

Las claves de la lucha por Barcelona: del primer puesto a los juegos de alianzas
La alcaldesa de Barcelona y candidata de BComú a la reelección, Ada Colau (d) este sábado en un acto electoral en Nou Barris de Barcelona. EFE/ Quique García

Junto a la Comunitat Valenciana, la ciudad de Barcelona es la otra válvula del motor mediterráneo que influirá en este año electoral. Y, también como en la comunidad autónoma, quien busque un pronóstico de resultados en las siguientes líneas no lo encontrará. En Barcelona existe una altísima incertidumbre que dibuja una triple competición donde la campaña y unos pocos votos pueden cambiar la foto final.

Existen, no obstante, dos elementos que serán fundamentales debido al sistema de elección en el nivel municipal. El primero son los pactos. La cultura de las alianzas lleva mucho más tiempo interiorizado en nuestros ayuntamientos y parlamentos autonómicos que en la política nacional. El segundo es la primera posición en votos que, ante la ausencia de pactos, se lleva la alcaldía municipal. Debido a la gran distancia de todas las formaciones en solitario de la mayoría absoluta, la superposición de alianzas y primera posición será determinante para poder entrever quién será alcalde o alcaldesa. Vayamos de las posiciones a los pactos.

La formación de la actual alcaldesa Ada Colau, Barcelona En Comú, ya ha conseguido un pequeño logro: llegar a su tercera legislatura pudiendo disputar la victoria. Ocho años de gobierno desgastan a toda formación, más si cabe en medio de turbulencias epocales como el procés, la pandemia, el nacimiento y muerte de la nueva política, el primer gobierno de coalición, la irrupción de la ultraderecha y una guerra en Europa. En un mar tan turbulento el 20% que vaticinan las encuestas es un hito a la espera del principal reto que vendrá independientemente de los resultados el 28-M: sobrevivir al liderazgo cohesionador y potente de Colau. Un desafío también presente en Madrid.


Porque este sigue siendo la principal ventaja y desventaja que tienen los Comunes en Barcelona, un liderazgo que despierta tanto entusiasmo de puertas adentro como rechazo fuera. Una figura que dos legislaturas después, con los ataques y el desgaste correspondientes, sigue pesando más que las propias siglas. Colau es, según la preelectoral del CIS, la segunda líder mejor valorada por sus propios votantes, la candidata que más opciones cree la gente tener para volver a ser alcaldesa y la segunda favorita (según Ipsos), y cuenta a su favor con un modelo de gestión, político y ciudad identificado, por más que este polarice a la ciudadanía de Barcelona. Es coherente, pero no sorprendente, que se haya querido redirigir la campaña en términos personalistas (Colau vs Trias) y estructurales (qué modelo se quiere) ante este panorama.

Una espada afilada que el PSC no ha encontrado en la personalidad de Jaume Collboni. El Partido Socialista en Barcelona vive un momento dulce al acariciar la alcaldía por primera vez en más de una década, pero lo hace ‘a pesar de’ y no tanto ‘gracias a’ su candidato. Algunos datos para sustentar la tesis. Tras ocho años a los mandos del PSC en Barcelona, Collboni sigue siendo desconocido para el 14% de barceloneses (10% entre su propio electorado), solo el 50% de los suyos le aprueba y en muchas preguntas sobre perspectiva y deseo para hacerse con la alcaldía se descuelga de las altas posiciones (según Ipsos, solo al 8% le gustaría que fuera alcalde).

La única marca en ascenso en Barcelona es el PSC, que consigue atraer a una gran miríada de votantes que van desde ERC (6,7%, según la preelectoral del CIS) hasta la plataforma de Valls (16%), pasando por Comuns (10%), nuevos votantes (16%) y abstencionistas (15%). Sin embargo, todos estos buenos datos no experimentan ningún impulso significativo gracias a su cabeza de cartel. Collboni se aleja de los candidatos que suman y restan para engrosar las filas de los indiferentes. Su mayor contribución es no moverse demasiado para conseguir salir en la foto alcaldable.


Algo que sí debe buscar Xavier Trias, que tras su derrota en 2015 vuelve aprovechando la baja marea del procesismo y la alta presión del gobierno de los Comunes. El candidato por Junts, aunque trate de esconder las siglas, ha querido personificar el voto anti-Colau en una sola papeleta. Una mejora sustancial de los resultados ya la tiene asegurada, pudiendo hasta duplicar los resultados que Junts obtuvo en 2019. Sin embargo, no está tan claro que esa polarización entre Trias y Colau sea lo suficientemente fuerte y longeva para llegar al 28-M con buena salud electoral. Ya lo anticipan las últimas encuestas, que ven una caída del exalcalde en los primeros días de campaña, cuando cuestiones programáticas y el juego del resto de candidatura empiezan a atraer los focos mediáticos.

A pesar de ello, la candidatura ya ha conseguido reunir el antiguo voto convergente gracias a las buenas valoraciones de Trias y a una atracción del votante de ERC para el cual el eje de competición territorial sigue siendo importante, viendo en Junts un caballo más competitivo que la candidatura de Ernest Maragall, descolgado en los últimos meses de la pugna por la primera posición (que consiguió hace cuatro años) y en una pinza entre las izquierdas (Comuns y PSC) y la pérdida de eficacia en aparecer como el capaz de frenar a la alcaldesa (Trias). Así se entiende con perspectiva la sangría de votos que puede sufrir ERC: un 6% al PSC, un 21% a Junts, un 7% a ERC y otro 6% a la CUP. Solo la mitad de sus votantes repetiría papeleta.

El resto de las candidaturas, mucho más abajo, presentan el mismo nivel de incertidumbre. Algunas encuestas observan una explosión de apoyos a Vox (9,1% Ipsos), mientras otras lo ven lejos del consistorio (3,4% CIS).  El Partido Popular, gracias a la disolución de Ciudadanos, mejorará resultados, aunque todavía poco claros (entre 8-5%). La CUP puede repetir resultados quedándose fuera. Y la división del voto entre Ciudadanos y Valents imposibilitan que ninguno pueda superar la barrera del 5%. Aunque todas estas fuerzas estén descolgadas de la competición por arriba, pueden condicionar futuros juegos de investidura.

 

Porque tras el 28-M, los juegos de alianzas serán fundamentales. Existen, a grandes rasgos, dos posibles mayorías que pueden protagonizar las opciones que no queden en primera posición: una de signo progresista y otra que ha venido llamándose socioconvergente. La primera, preferida por el 27% según Ipsos, tiene como protagonistas a los Comunes de Colau y al PSC de Collboni. Una repetición del gobierno actual que necesitaría la participación de una tercera fuerza con los ojos puestos en ERC si este queda finalmente descolgado o incluso en el Junts de Trias. El orden de llegada importará para ver concretada esta alianza. Si Colau queda por delante de Collboni, el apoyo de Trias desaparece de la ecuación y el de Maragall surge como posibilidad. Por el contrario, si es Collboni el que adelanta a los Comunes, Trias se hará de rogar, alejando los votos de Colau y poniendo entre la espada y la pared a los de ERC, que tendrían que analizar los costes y beneficios de este apoyo.

La apuesta socioconvergente, apoyada por el 20%, tiene como protagonistas del baile al PSC y al Junts de Trias. Una entente que ninguno ha desmentido y que ante el rechazo del resto de candidatos ha cobrado sentido en las últimas semanas. Es probable que existan más resistencias de hacerlo real si Trias queda por delante de Collboni, pero un resultado inverso tampoco sería fácil de concretar, ya que se necesitarían los votos de una tercera formación nada fácil de encontrar.

Independientemente de las quinielas que se hagan, es posible que ninguna de las dos alianzas, a tenor del promedio de encuestas, llegue a la mayoría requerida de 21 votos, lo que dota de mayor importancia si cabe la primera posición en las elecciones.

Si Madrid pondrá el acento a la lectura que se haga de los resultados post-28M y la Comunitat Valenciana tendrá la responsabilidad de cerrar o prolongar el ciclo nacional que abrió en 2015, Barcelona cobra autonomía propia. La ciudad condal, tercera autoridad de Catalunya, hay que leerla desde unas coordenadas políticas propias, por más que haya vocación de extrapolar el efecto de su mareaje en España. Independientemente de qué ocurra en un terreno con tanta incertidumbre (se calcula que, hasta 250.000 electores, el 25%, siguen dubitativos), se respira un aroma de fin de ciclo para todos los candidatos que en mayor o menor medida han protagonizado la vida política de la ciudad la última década. Lo que pase después es todavía una incógnita mayor.

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