Otras miradas

¿Ha fracasado el proyecto islamista?

Waleed Saleh

Miembro del Grupo de Pensamiento Laico

Los niños participan en una marcha en el campo de refugiados de Al Buraj en el centro de Gaza para 400 niños palestinos que han terminado de memorizar el Corán, el libro sagrado del Islam, a 8 de octubre de 2021.- Mahmoud Khattab / Europa Press
Los niños participan en una marcha en el campo de refugiados de Al Buraj en el centro de Gaza para 400 niños palestinos que han terminado de memorizar el Corán, el libro sagrado del Islam, a 8 de octubre de 2021.- Mahmoud Khattab / Europa Press

El investigador francés Oliver Roy publicó a comienzos de los noventa un libro con el título de El fracaso del islam político, dando por hecho que el proyecto del islamismo es utópico por sus ideales anacrónicos y por cometer los mismos errores que los regímenes dictatoriales cuando alcanza el poder.

El mundo árabe e islámico ha experimentado graves desafíos desde finales de los setenta que han condicionado la vida social, económica, política y religiosa de muchos países. La vida de los ciudadanos se ha visto afectada por acontecimientos como la Revolución Islámica de Irán en 1979, así como la llegada de los talibán al poder en Afganistán primero en 1996 y después en 2021, el auge de los grupos islamistas radicales en países como Argelia, Sudán y Egipto, los acontecimientos del 11S y la primavera árabe que permitió la llegada al poder de partidos del islam político.

Sabemos que el grupo de Los Hermanos Musulmanes, fundado por Hasan al-Banna en los años veinte del siglo XX, venía a suplantar el papel del Estado Egipcio, ofreciendo servicios sociales a las clases desfavorecidas donde el Estado se veía incapaz de cumplir sus obligaciones. Con este afán, el fundador del grupo supo aglutinar a decenas de miles de egipcios en torno a su proyecto y su experiencia se trasladó a otros países árabes y musulmanes. Al mismo tiempo, el sector social más ilustrado tenía en mente el modelo europeo para conseguir el avance social y cultural de la sociedad. Las reformas introducidas por este sector en la vida social, política y económica debilitaron el papel de las instituciones religiosas de estos países tanto árabes, como Egipto y Túnez, como musulmanes, como Irán antes de la llegada de Jomeini al poder en 1979.

Pero los movimientos del islamismo, aunque no son idénticos en su pensamiento y sus proyectos políticos, coinciden en gran medida en su visión relativa al poder y la aplicación de la sharía. El principio básico de estos grupos radica en que el islam es un sistema perfecto que sirve para todo lugar y momento histórico. Por lo tanto y conforme a esta visión, la sociedad debe ser islamista en sus bases y sus estructuras. Basándose en este principio, sus seguidores se sienten llamados a combatir las instituciones estatales, considerar a las autoridades apóstatas, al pueblo ignorante y tener la obligación de usar la fuerza para realizar el cambio deseado. El potencial de los islamistas emana del fracaso de los estados "modernos", que no han sido capaces de modernizar las sociedades y conseguir el desarrollo esperado por ser sistemas tiránicos y corruptos.

Curiosamente, la mayoría de los seguidores de los grupos islamistas no cuentan con una formación teológica. Son egresados de escuelas y universidades modernas y con escasos conocimientos religiosos, pero han sido influenciados por alguna corriente o algún líder carismático que marcó sus trayectorias. El elemento común de su pensamiento reside en un objetivo irrenunciable: la reislamización de las sociedades. Una solución mágica para poder aplicar la sharía de forma automática que significa a su vez la exclusión del otro, conseguir el poder y el uso de la fuerza para alcanzar dicho fin.

En los países árabes, en concreto antes de las revueltas del 2011 y durante décadas, los gobiernos totalitarios habían eliminado paulatinamente las fuerzas de la izquierda para evitar cualquier alternativa política. La caída de ciertas dictaduras como las de Egipto, Yemen y Túnez dio lugar a un vacío político evidente. Los islamistas que "sabían nadar y guardarse la ropa" se presentaron en su momento como la única fuerza capaz de tomar las riendas de estos países. Se hicieron con el poder en varios países y acapararon la mayoría de los escaños parlamentarios, prometiendo respetar los principios democráticos, aunque la experiencia posterior demostró todo lo contrario: despotismo y exclusión de los adversarios. Los islamistas, grupos o partidos pretendían haber tenido experiencias exitosas en el ámbito social, ayudando a los pobres y los necesitados y alegando que ellos son los únicos que no habían tenido nunca la oportunidad de gobernar. Con su llegada al poder, el temor de las sociedades árabes fue en aumento, especialmente entre las minorías religiosas que veían en la reislamización una amenaza para su identidad nacional. La desconfianza llegó a ser mayor cuando aparecieron junto a estos algunos grupos, como los salafistas, para los que la violencia representa una parte de sus métodos para alcanzar o mantener el poder.

Los movimientos, grupos y partidos islamistas, a pesar del ruido que provocan en las sociedades, van perdiendo cada vez más posiciones políticas. En Egipto, el grupo de los Hermanos Musulmanes ha sido expulsado del poder en 2013 por un golpe militar. Los líderes del partido Nahda en Túnez están siendo investigados y perseguidos por la justicia, acusados de promover la violencia y estar implicados en casos de corrupción económica. El partido Justicia y Desarrollo de Marruecos perdió las elecciones legislativas de 2021, obteniendo solo 13 de los 395 escaños que conforman el parlamento marroquí. En 2016, este partido había conseguido 125 escaños y gobernó el país por más de una década. Algo parecido pasó en Argelia, Libia y Sudán. Uno de los problemas más serios de estos grupos es su dificultad de admitir la modernidad y los cambios sociales por la influencia de otras sociedades, como la occidental, y por la enorme irrupción de las redes sociales en la vida de los ciudadanos de sus países. Pero no debemos olvidarnos de la falta de cultura democrática, que es un factor común entre la mayoría de estos grupos. No quieren entender la necesidad de separación entre los tres poderes del Estado, ni la pluralidad política o el derecho de las minorías religiosas a ocupar puestos "sensibles", y ya no hablemos del papel de la mujer en la sociedad, que es un escollo para todos ellos.

Son numerosos los proyectos del islamismo puestos en marcha desde comienzos del siglo XX, como el grupo ya citado de los Hermanos Musulmanes en Egipto, creado por al-Banna en 1928, el partido al-Tahrir (Liberación), fundado en 1953 por el palestino Taqi al-Din al-Nabahani, o el Partido Da'wa, surgido en Iraq en 1957 a manos de Baqir al-Sadr. Todos ellos tienen por objetivo fundamental la aplicación de la sharía de manera insensata sin tener en cuenta los avances científicos, sociales, económicos y culturales. El islam para ellos es la fuente de la legislación y la soberanía, y no una referencia cultural o identitaria. Otros proyectos civiles basados en filosofías humanas no divinas como el socialismo, el comunismo o el liberalismo han podido formar gobiernos y Estados con mayor o menor éxito; en cambio, los proyectos del islamismo solo han conseguido un deterioro de la imagen del musulmán y su identificación con la violencia, la barbarie y el terrorismo. Estos proyectos y otros anteriores a lo largo de la historia del islam no han sido capaces de construir verdaderas instituciones políticas, jurídicas o sociales porque su base y su herramienta ha sido siempre un acervo sagrado inamovible y estático heredado de tiempos muy lejanos.

Actualmente, países de mayoría musulmana como Irán, Afganistán e Iraq son gobernados por grupos o partidos islamistas. La experiencia para los pueblos de estos países es nefasta: autoritarismos religiosos, falta de libertades y de derechos, atraso en la educación, deterioro de los servicios básicos y pensamiento oficial inspirado en mitos y supersticiones.

El proyecto del islamismo es simple, ingenuo, incluso roza la ridiculez. Con el eslogan de "el islam es la solución" los islamistas quieren convencer a las sociedades que tener esta premisa como referencia absoluta solucionaría todos los problemas que sufren. Su labor se ha limitado a predicar la moral islámica, interpretar los libros clásicos del salafismo, de los jurisconsultos medievales, sin poder elaborar una filosofía acerca del concepto de un Estado islámico, su cometido y sus instituciones. No existe una visión clara ni planes concretos para el desarrollo económico, ni para el educativo o el social, y mucho menos para las relaciones internacionales. Es otro fraude que solamente estimula la ilusión de algunos crédulos y biempensantes. Si damos por hecho que el proyecto del islamismo no ha conseguido el éxito esperado o ha fracasado, esto no significa de ningún modo el fin de la religión islámica. El islam seguirá dominando la conciencia individual y la experiencia espiritual de millones de seres humanos, y esto no coincide necesariamente con el islamismo que representa un proyecto político.

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