Otras miradas

Almax socialista para la resaca popular

Israel Merino

Periodista

Almax socialista para la resaca popular
La presidenta de la Comunidad de Madrid y candidata a la reelección por el PP, Isabel Díaz Ayuso (i), y el presidente del partido Alberto Núñez Feijóo saludan a los simpatizantes desde el balcón de Génova tras conocer los resultados electorales en Madrid.- EFE/Juanjo Martín

Una señora mayor, pero no mucho, escucha en un transistor antiguo (de esos en los que no se enchufan auriculares, sino pinganillos) el escrutinio de votos. Lo hace aun existiendo la radio moderna; lo hace aun estando en Génova, con una pantalla gigantesca que sigue el recuento frente a ella.

Son las 11 de la noche y, tras un día de chiribiri (lluvia meona), el ambiente vuelve a ser seco. Frente a Génova 13, la histórica sede popular (que pensaron en vender, pero luego ya tal), el ambiente es festivo, cálido, cariñoso, disfrutón. Hay alcohol, incluso.

Falta un rato para que termine el escrutinio y se den los datos definitivísimos de muchas comunidades en juego, pero la cosa está clara: victoria del PP, hostión de las izquierdas, sonrisa juguetona de la extrema derecha.

En el cruce de las calles Génova, Argensola y Zurbano, llamaremos Plasseta a la susodicha ubicación de aquí en adelante, hay cincuentones con polos de El Ganso y chavales con sudaderas Nude Project. Los abueletes de pelo gris, cucos ellos, ocultan su escasez capilar repeinándose hacia atrás con mucha gomina, haciendo que sus pocos pelillos se arrejunten y parezcan tuberías de cobre que disimulan las calvas.

También hay un dj. No sé si el dj también sufre de alopecia, pues lleva una gorrita con los orejones verdes de Shrek, el dibujo animado. No me preguntéis por qué, pero ahí está, intercalando temas de Enrique Iglesias con otros de Nino Bravo (confluencias, snif).

La Plasseta, en la que, a un rato largo de medianoche todavía, habrá unas quinientas personas (quizá más o quizá menos, soy malísimo calculando aforos), se encuentra rodeada por el balcón al que se subirán los líderes populares, por un par de andamios para la prensa y por unas seis furgonas de la Policía. También hay un dron. Y focos. Hay muchos focos, todos abiertos de par en par con sus cuatro pestañas negras apuntando a la masa e iluminando las arrugas y haciendo que ni cerrando uno los ojos pueda quitarse de la retina la absoluta debacle de la izquierda a la izquierda del PSOE.

Muy cerca del escenario, una señora con un vestido azul ceñido baila. A su alrededor, media docena de cincuentones, ay como se enteren sus esposas, la ronean y le cuentan batallitas al oído y le cogen de los brazos para pegar sus cuerpos al celeste del vestido.

Un poco más atrás, un tipo muy borracho grita viva España todo el rato (hasta aquí el apunte, sigamos con la historia).

Cuanto más grande se va haciendo la victoria del PP, más personas se acercan a la Plasseta. Muchos llevan vasos de cerveza de cartón, de esa que sabe a suela, comprados en un Burger King que hay pegado a la parada de metro de Alonso Martínez. Aunque hay alcohol y música, la fiesta no se siente como una fiesta de verdad; es una fiesta rara en la que la gente se mueve poco y los pies no se te quedan pegados al suelo y hay pocas chicas con tops del Shein y no huele a sudor, sino a colonia Issey Miyake.

– Tengo una noticia que daaauuurooos, chicos – grita por la megafonía el dj con la orejas de Shrek, que intenta imitar algún tipo de acento de Puerto Rico –: ¡Podemos se queda fuera de la Asamblea de Madrid!

Euforia. Mucha. La gente empieza a agitar sus banderas del PP y se escucha algún "a tomar por culo". Un señor muy gordo inicia una conga a la que, como saltamontes en el intestino grueso de una rana, se va apuntando más y más gente. Tremenda fiesta, tú.

Mientras, el recuento sigue en la pantalla gigante: Podemos, también fuera del Ayuntamiento de Madrid. Más gritos, más congas, más cerveza del puto Burger King.

Mientras la fiesta prosigue, me pongo a observar a todos y cada uno de ellos. Es gente. O sea, existen. Son personas, no son hologramas. Personas que votan, personas que hablan con otras personas para que voten, personas que, a lo mejor, a veces dudan. Empiezo a pensar que quizá no fue muy buena idea insultarlos en campaña, pues no son todos cayetanos. Muchos sienten que lo son, sí, pero apenas cobran el SMI. A lo mejor hubiese sido mejor idea tratar de convencerlos, de explicarles que, gracias a ese partido cuyo fiasco celebran, su sueldo ha subido un pico estos últimos años. Pienso, pienso.

– ¡Y ganamos definitivamente en Valencia!

Otra vez habla el dj y otra vez vuelve a pegar brincos la gente. Un par de señoras salen del edificio del PP con gorritas azules y empieza a repartirlas: por un momento, aquello parece The Walking Dead Spanish Season y la gente se olvida de las composturas. Veo algún empujón con tal de conseguir la gorra, que los más malotes se ponen con la visera hacia atrás.

El dj, ya desatado, empieza a cantar cada vez más victorias del PP y un tipo con una pancarta de "Ayuso te ha votado hasta Txapote" (sic) empieza a rotarla como si fuera una hélice y desde los balcones de la zona, que son amplios y tienen figuritas de yeso a modo de acabado, más y más peña va sacando banderas de España: tremendo éxtasis, pibe.

Mientras, yo sigo pensando y pienso que, madre mía, de quién será la culpa de que así esté la izquierda; pienso que, bueno, a lo mejor los políticos se han equivocado, a lo mejor ha sido mala idea lo de la plantear la estrategia de campaña – hablamos de los morados – como una vendetta autorreferencial contra el mundo en lugar de, llámenme loco, como una reivindicación constante de que se ha conseguido subir el salario mínimo y una estupenda ley trans y unos avances sociales impresionantes. A lo mejor hay que hablar más de lo que se ha hecho – ¡y queda por hacer! – en lugar de darle a la burra con las cruzadas personales de los políticos. A lo mejor hay que comunicar la política – no dudo que los actos a realizar se proyectaban buenos – como una herramienta para solucionar la vida a la peña en vez de coger a la peña para conducirla a ningún sitio. A lo mejor hace falta un poquito más de unidad.

En fin, que por fin la victoria pepera es absoluta – ha caído hasta Extremadura; Castilla-La Mancha y Asturias se sustentan por la retina de un ciego – y Feijóo, Almeida y Ayuso salen al balcón. El segundo, os lo juro, habla raro, como los beodos de los cómics de Mortadelo y Filemón. La tercera, una diva victoriosa. El primero, uno que no sabe muy bien cómo controlar a la tercera.

El primero en hablar es Almeida, quien, como dije, da la impresión de que se ha hecho amigo del porrón. La segunda es Ayuso, que suelta un discurso trumpista, aquí no hay mucha miga que comentar. El último es Feijóo: cuando empieza a hablar, mucha gente se larga.

– A mí este no me interesa – capto que dice, mientras abandona la Plasseta, un tipo que lleva una bandera del Real Madrid (¿?) a su espalda. Quizá Feijóo debería revisar también qué o a quién lleva a su espalda, pues lo mismo recibe un cartuchazo de fuego amigo.

Pasada la medianoche, con el alcohol en su punto álgido, la peña se va. A casa o a la discoteca a celebrar, quién sabe. Pero la celebración, que pensaban que iba a extenderse varios días, ha durado poco: Sánchez ha movido ficha.

Con la resaca pepera reventándonos todavía la cabeza, Pedro Sánchez ha decidido sacar el Almax del armarito y adelantar elecciones: de noviembre/diciembre, al 23 de julio. Esto es un chute de Almax pues, más que paliar la resaca, que también, quiere preparar los estómagos para lo que está por venir.

El adelanto electoral puede interpretarse como un descalabro hasta que el Almax hace efecto y te das cuenta de que es una genialidad (una genialidad obligada, por cierto: dicen que las mejores obras de arte salen en los tiempos de más hambre).

Con el anuncio, Sánchez busca pillar al PP y Vox en plena formación de gobiernos autonómicos y municipales, lo que desataría una alerta antifascista, creo, bastante justificada (hemos metido a procuradores reaccionarios en multitud de ayuntamientos y cortes autonómicas, madre de Dios); además, buscaría, aunque parezca contradictorio, el cierre de filas definitivo en su espacio a la izquierda: en el momento en el que se escribe esta crónica de resaca, Sumar y el aparato de Podemos tienen diez días exactos para llegar a un acuerdo. Es que no hay tiempo físico para pelearse, tío.

¿La jugada le saldrá bien a Sánchez? Pues aquí somos periodistas, no adivinos de feria, y cualquier cosa podrá pasar, pero, con el CIS en la mano – ay –, Sumar superaría a Vox como tercera fuerza política. Habría gobierno progresista de nuevo, vaya.

La cosa es que a los de Génova apenas les ha dado tiempo para reponerse: el PSOE ha conseguido con este anuncio cortar su resaca y evitar que el pesimismo (y el desgaste hasta fin de año) reviente la mellada madera de la izquierda.

Ahora, a La Izquierda De La Izquierda no le queda otra que bajar la mirilla de sus propios compañeros, pues la obsesión por el fratricidio no ha servido para nada; trazar una nueva estrategia de campaña que, a poder ser, reivindique todos los logros conseguidos y por conseguir en vez de la autorreferencia constante; y firmar una paz que apueste por lo bueno, lo plausible y lo sensato.

Sé que todos andamos de resaca y con el pie cambiado, pero si no se hacen las cosas bien, la otra opción es que Jorge Buxadé entre en el gobierno, reviente la cartera de Igualdad y monte un Ministerio de la Familia Tradicionalista.

Cafecito y a funcionar, venga.

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