Otras miradas

Tetas, libertad y urnas

Nagua Alba

Psicóloga. Exdiputada en el Congreso

Tetas, libertad y urnas
Momento en el que interrumpen el concierto de Rocio Saiz tras quitarse la camiseta durante un concierto en Murcia

Hacía tiempo que no sentía una desazón semejante a la que me invadió al leer el comunicado de Rocío Saiz relatando cómo, tras quitarse la camiseta en un concierto del Orgullo de Murcia, un policía le había pedido que se identificara para amonestarla. Esto después de decirle que o se la volvía a poner o se iba "esposada". La conversación (más bien agresión) terminó con un desolador "esto es lo que habéis votado" por parte del agente. Era imposible no contagiarse del desánimo de la cantante, harta, exhausta de "poner el cuerpo" e incapaz de disfrutar de su arte en esas condiciones de acoso sistemático. Todas nos hemos sentido desfallecer alguna vez. Es muy cansado recibir golpes y nadie podría reprochar nunca que una acabe dejando caer los brazos y pidiendo que la batalla la sigan dando otras, que ya tiene suficiente. Y más aún si cabe en un momento político en el que somos testigo cotidiano de cómo el odio invade nuestras instituciones locales y, desde allí, impregna las calles. El "no puedo más" de Rocío encarnaba a la perfección la impotencia y la desesperanza al sentir que esta escena es la constatación del futuro al que nos están condenando, y se apoderó de mí al instante.

Hace unos meses, recordaba en la revista de este diario el castigo público que sufrió Janet Jackson (mujer negra) tras mostrar uno de sus pezones en la actuación de la Super Bowl de 2004, mientras su compañero de escenario, Justin Timberlake (varón blanco), veía dispararse su carrera tras el bautizado como nipplegate. Defendía entonces que algo (muy bueno) ha sucedido casi dos décadas después (gracias al feminismo) si ahora existe un movimiento como Free The Nipple [y] los pezones ya no son (solo) algo que puede empezar a mostrarse con orgullo, sino incluso un lugar desde el que reivindicarse. Al rememorarlo me compadecí de mi yo del pasado, ¿de verdad han cambiado tanto las cosas? ¿entonces, cómo puede ser que en pleno 2023 un policía agreda a una artista por quitarse la camiseta? Quizá había pecado de ingenua, quizá vamos perdiendo y yo no había sabido verlo (spoiler: no).

Y es que es muy fácil caer en la desesperanza cuando nos damos de bruces con la aún nada desdeñable presencia de un mundo viejo, rancio, lleno de bilis, que nos odia y que desgraciadamente aún ocupa numerosos espacios de poder. También porque sería muy inocente dar los derechos por conquistados de forma permanente, igual que se ganan se pueden perder. Dice el filósofo Jostein Gaarder en El hombre de las marionetas que «La vida es una aventura, un milagro, un misterio. Pero al mismo tiempo tiene un fondo sombrío: se necesitan miles de millones de años para crear un ser humano, y tan solo segundos para verlo desaparecer». Lo mismo podríamos decir de los derechos y avances sociales, si no permanecemos en eterna guardia, si no los peleamos cada día, en pocos meses podemos perder aquello que costó tanto tiempo, esfuerzo, sudor, lágrimas (e incluso vidas) conquistar. Pero a diferencia de la inexorabilidad de la muerte, los derechos no están condenados a perderse. Y sí, han cambiado muchas cosas en los últimos años. Que no nos hagan creer que ganan, porque perdieron hace tiempo. Y hay varias señales de que lo ocurrido estos días lo demuestra.

La primera la apuntó de manera certera Irantzu Varela: ese odio no es nuevo, siempre estuvo ahí, pero sus víctimas lo sufrían en silencio, en la intimidad de quien no tiene derecho a salir a la calle y ser libre de ser quien es. Ahora no nos escondemos, subimos a escenarios, cantamos y enseñamos las tetas. Y eso les enfada (y asusta, ya lo decía Rigoberta Bandini), claro, les hace reaccionar, patalear y agredir, pero también es señal de que vamos ganando. Lo dejan claro los datos: España ocupa el cuarto lugar de la Lista Rainbow, raking elaborado por la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersex de Europa, que clasifica a los países según seis categorías: igualdad y no discriminación, políticas familiares, crímenes y delitos de odio, reconocimiento legal del género e integridad física, espacio ocupado en la sociedad civil y políticas de asilo.

La segunda es la ola de solidaridad, indignación y apoyo que ha recibido Rocío Saiz estos días; la presión de una sociedad que se ha plantado y no está dispuesta a dar un paso atrás, y que, finalmente, ha conseguido que la policía de Murcia recule, reconozca que la cantante no cometió delito alguno y abra un expediente al agente que la agredió.

Sí, en este país todavía hoy puede ser un escándalo que una mujer enseñe las tetas; sí, sigue habiendo delitos de odio; sí, aún se discrimina a personas por su identidad, raza o género; sí, en algunas instituciones el panorama es desolador. Pero eso no significa que vayamos perdiendo, eso no significa que vayamos a perder. Hemos avanzado muchísimo en las últimas décadas y vamos a seguir haciéndolo, que nadie nos convenza de lo contrario. Gracias a Rocío Saiz y a tantas y tantas otras que han puesto el cuerpo, lo hemos conseguido muchas veces, y lo volveremos a conseguir muchas más. Por cierto, el 23J es un buen momento para demostrarles que podemos tener un país del que sentir mucho orgullo y que no pensamos renunciar a él, da igual cuánto pataleen.

 

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