Otras miradas

La I+D y la innovación: un debate que no existe en esta campaña electoral

Vicente Larraga

Científico y colaborador de la Fundación Alternativas

Un laboratorio del IFCO durante la visita de la vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos y Transformación Digital, Nadia Calviño en marzo de 2023. Foto de Archivo. -DAVID ZORRAKINO / Europa Press
Un laboratorio del IFCO durante la visita de la vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos y Transformación Digital, Nadia Calviño en marzo de 2023. Foto de Archivo. -DAVID ZORRAKINO / Europa Press

Muchos lectores pensarán, al leer este título, que se trata de una exageración del autor. El propio título ya tiene un problema porque se recurre a un binomio de índole estadística para sustituir el importante concepto de "política científica" que atravesó   la atmósfera de las dos guerras mundiales y, sobre todo, consagró la victoria aliada en la segunda. Disponiendo de algo sencillo en términos de mercadotecnia, en la mayoría de elecciones, o si se celebra un debate como el reciente organizado por la Confederación de sociedades científicas(COSCE), la mayoría de  los partidos incluyen el fomento de la I+D (lo de la innovación ya es más raro) que acompañan de promesas de crecimiento, unos sin cifras de inversión, pero otros prometiendo subir de ese escuálido 1,4 % del PIB que actualmente dedicamos a la investigación y el desarrollo en sus diferentes aspectos, al 2 %, tantas veces reclamado, e incluso más.

Los ciudadanos más interesados por estos temas recordarán que en ocasiones solemnes (casi) todos los partidos se han "comprometido" a firmar un pacto (de Estado le llaman) para fomentar la I+D en España. Independientemente de que los científicos que llevamos bastante tiempo en esta profesión ya hemos visto que esa ceremonia se salda varias veces sin resultados prácticos, no parece que los responsables de I+D de los partidos se hayan dado cuenta de que la situación internacional ha cambiado drásticamente, y no solo el progreso, sino la mera supervivencia como país con capacidad de decisión propia está basada hoy en día en su capacidad de innovación, y que esta tiene que ser dependiente de una ciencia y una tecnología desarrollada en la proximidad (nacional o europea, al menos). Esto es, lo que se llama autonomía estratégica.

El pasado junio se presentó el 'IV Informe sobre la ciencia, la tecnología y la innovación', auspiciado por la Fundación Alternativas, que plantea ya desde hace más de seis años una visión crítica sobre la situación del potencial sistema científico-tecnológico en nuestro país, y que sugiere qué pasos habría que dar para mejorarlo. En esta ocasión se ha hecho bajo una visión renovadora del análisis y de las propuestas. En primer lugar, se ha salido de la crisis del Covid-19 con la conciencia de que no se puede depender de terceros en productos estratégicos, por muy baratos que nos los quieran vender otros. La ciudadanía es ahora consciente de la necesidad de la investigación, el desarrollo y la innovación para proteger a la sociedad frente a diferentes retos. España ha sido uno de los siete países del mundo que han desarrollado una vacuna efectiva frente a la enfermedad. Lo cual habla bien de nuestro país y resulta tranquilizador. Por otra parte, la crisis de Ucrania y la guerra tecnológica abierta entre EE. UU. y China nos sitúa en la tesitura de integrarnos en esa batalla estratégica, en la que la Unión Europea quiere añadirse a este binomio confrontado por ser el proveedor tecnológico mundial.

¿Cuál es la situación de España? No podremos destacar en todo, pero hay áreas en las que sí podremos, con esfuerzo, alcanzar la primera fila europea. En algunas áreas científico-tecnológicas tenemos que hacer un esfuerzo para no quedarnos atrasados y que nos vienen dadas: la digitalización, la ciberseguridad, la inteligencia artificial. Afortunadamente, la Unión Europea nos está ayudando con los fondos del programa Next Generation UE. En la gestión del cambio climático, los recursos hídricos y la biotecnología, bien agraria o sanitaria, tenemos una situación, si no de primera fila, por lo menos sí cercana, y ahí hay que realizar un esfuerzo mayor ya que tenemos mayores posibilidades de éxito. Hay que reindustrializar España con otros parámetros, solo hay que acordarse de lo que pasó con el turismo durante la pandemia. Simplemente desapareció y nos quedamos sin industria en una semana. ¿Tenemos una industria realmente estable, preparada para asimilar los conocimientos científicos que se produzcan y transformarlos en innovación? Todavía no en cantidad suficiente y con un sistema administrativo con los esquemas del siglo pasado vigentes. Un obstáculo adicional para la transferencia de conocimientos.


¿Tenemos todos los componentes para afrontar esta transformación? No todos y hay que prever cómo conseguiremos los que necesitamos. No se pueden fabricar los microchips esenciales para nuestra fabricación estratégica sin tener los materiales necesarios y asegurarse su suministro. Los conocimientos biotecnológicos que se generen (nuevos fármacos y vacunas, nuevas cepas resistentes a la sequía y a los incrementos de salinidad del agua, etc.) deben tener empresas que puedan llevar a cabo la innovación. Lo mismo sucede con el sector aeroespacial y sus ciencias de base (microelectrónica, IA, p.ej.), en el que nos encontramos en un nivel mejor del que se cree.

Por ello, no se trata de incrementar los fondos dedicados a la ciencia y la innovación, sino que hay que situar la ciencia, la tecnología y la innovación en el centro de la actividad política para tener una nueva economía basada en los conocimientos propios que garanticen el bienestar razonable de los ciudadanos y una defensa de los mismos. Ya sabemos que vamos a tener un siglo de conflictos y, al menos, hay que saber y poder defenderse. ¿Alguien ha pensado en cómo se podría trabajar en España si se cortaran los cables submarinos de suministro de datos con los que trabajamos todos los días?  Vivimos como si fuera algo evidente el que los tendremos siempre accesibles.

Tenemos la suerte de vivir en un país democrático, pero ya vemos que hay fuerzas, tanto externas como internas, que no entienden nuestros parámetros de respeto a las ideas del oponente. Ni nuestra preocupación porque las personas menos favorecidas tengan cubiertos sus mínimos vitales. Nuestro modo de vida también hay que protegerlo y eso solo se consigue teniendo un cierto control de las tecnologías esenciales o profundas (aquellas que afectan a los modos de vida). Por eso hay que plantear un debate que va mucho más allá de subir el porcentaje del PIB dedicado a la I+D.  Es muy plausible que poner la ciencia y la innovación en un lugar preferente de la acción política costará más de ese tan anhelado 2% del PIB para ciencia y tecnología. Por favor, no banalicemos, hay que hacerlo, nos jugamos nuestro futuro como sociedad independiente, integrada en la UE que persigue disponer de autonomía estratégica.

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