Otras miradas

Barbenheimer y las elecciones generales

Guillermo Zapata

Guionista y escritor

Barbenheimer y las elecciones generales
Meme que circula por redes sociales

No he visto Barbie. Tampoco he visto Oppenheimer. Este texto no va sobre las películas sino sobre su comunicación pública. Sobre sus campañas. También va sobre las elecciones generales del pasado domingo.

Las campañas electorales son tan intensas que en esta, Pedro Sánchez empezó diciendo que tenía unos amigos cuarentones preocupados por el feminismo y terminó contando en La Pija y la Quinqui que le encantaba Kae Tempset, un artista no binario venide de Westmister y que canta cosas como "América está perdida, Europa perdida, a pesar de ello clamamos victoria (...) la gente está muerta a lo largo de su vida".

A lo que íbamos: Barbie y Oppeheimer. La campaña de Barbie y Oppenheimer se ha construido primero como enfrentamiento entre sus públicos. Las dos películas no podrían hablar más en direcciones contrarias. La aparente broma pop de la primera y la trascendencia en blanco y negro de la segunda. La ironía chispeante y feminista de la primera y la carga histórica consciente de estar haciendo una obra importante de la segunda. Lo femenino y lo masculino. Lo rosa y lo gris. Se multiplicaron los carteles que oponían las dos películas, se construyó un duelo con su estreno el mismo fin de semana. Un primer dato, la cultura polarizada, la idea de que el éxito es anular a un supuesto contrario. Mucha conjunción "o", poca conjunción "y".

¿Cuándo se creó Barbenheimer? Hay quién lo atribuye a una idea de Tom Cruise en su cruzada particular por salvar el cine en salas; hay quien lo relaciona con las entrevistas de los actores y actrices de una y otra película diciendo que por supuesto tenían muchas ganas de ver la de los demás. El caso es que se empezó a construir una idea poderosa. Si bien es cierto que podemos elegir una o la otra... ¿Por qué no podemos elegir las dos? Así nació Barbenheimer, la poderosa idea de que se podría hacer un programa doble entre ambas películas y que la existencia de una no era amenaza para la otra.

Vayamos ahora a la campaña electoral. Estas han sido unas elecciones Barbenheimer, de bloques. La persona que más olfato tiene para leer lo que desean las bases de la derecha, Isabel Díaz Ayuso, habló muy poco durante esta campaña electoral. La primera vez que lo hizo pidió que se pactara cuanto antes con Vox en Extremadura. Entendió que los mutuos reproches entre las dos fuerzas políticas estaban hundiendo un caudal de bloque que no podían permitirse. Esa lógica, esa unión del rosa y el gris (o del azul y el verde) ha sido, finalmente, una condena para un Partido Popular que, lejos de la mayoría absoluta, está atrapado en las zonas exteriores de una agujero negro, atraído magnéticamente por el campo cultural abierto por la derecha trumpista y condenado a tener siempre mayorías absolutas de dos, incapaces de hablar con nadie más en el conjunto del espectro político. Barbenheimer es, para el PP, una película en el que el mutuo aprovechamiento dispara toxicidad mutua. No es casual que los dos líderes que se han visibilizado post-electoralmente hayan sido los dos que dependen menos de la fuerza verde: La propia Ayuso en Madrid y Juanma Moreno, en Andalucía.

En el lado izquierda ha habido su propia versión del Barbenheimer. Sumar y el PSOE han realizado una curiosa carrera de relevos en la campaña. Una carrera de relevos que empezó con intensidad socialista mientras Sumar constituía la coalición y Pedro Sánchez diseñaba una campaña de corte bipartidista con los debates a dos y las visitas al El Hormiguero que pronto demostró no ser suficiente. Entonces, en la peor semana socialista, tras el debate, fue Sumar quién tomo la delantera del bloque e imprimió energía y entusiasmo llegando hasta el debate a cuatro (al que Feijóo decidió no acudir, uno de esos errores que le han costado las elecciones en una última semana calamitosa) donde Yolanda Díaz demostró por qué nadie tenía demasiadas ganas de meterse con ella en los 10 días anteriores. Quedan para la historia dos frases que definen el momento. Sánchez diciendo "¿Verdad, Yolanda?" en varios momentos del debate y Abascal murmurando: "Pero deje de hablar de una vez, por el amor de dios".

Igual que Barbenheimer, Barbie ha tenido una recaudación mucho mayor que Oppenheimer a pesar de que el fenómeno levanta la recaudación de ambas en taquillas récord por todo el planeta y de la misma forma el PSOE y el PP han tenido un resultado superior a Vox y a Sumar, pero mientras la alianza PP-Vox aparece como más problemática para sus propios miembros, que oscilan entre quererse, pelearse e ignorarse (también en los territorios dónde gobiernan juntos) La relación PSOE-Sumar parte de otras premisas. Hablemos de ello.

La coalición de Gobierno progresista ya normaliza de por sí la relación entre las dos organizaciones. Buena parte de la legitimidad del Gobierno de Sánchez viene de las políticas de Díaz, con lo que se puede decir que la parte más dinámica del Gobierno es, paradojas, la minoritaria. Sin embargo, el PSOE (Perdón, el PSOE no, Sánchez) ha logrado interpelar a capas de la población más jóvenes, movilizadas en un voto afirmativo, especialmente aquellas para las que el acontecimiento 15M ya no tiene ningún tipo de importancia cultural. Eso es lo que explica la presencia y la forma de la misma de Zapatero en la campaña.

El futuro del Barbenheimer progresista se juega en cuatro campos. La capacidad de producir diálogos productivos en clave plurinacional y darles un sentido concreto y ambicioso. La capacidad de intensificar la transformación económica del país y proteger con más derechos a quién más sufre la inflación a través de los precios de la vivienda, la cesta de la compra y la energía. La transformación de lo que ha sido un freno de emergencia ante el odio y la extrema derecha en un ciclo culturalmente a la ofensiva y, por último, en la mayor de la ambiciones climáticas.

No será fácil, pero será.

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