Otras miradas

Todas las madres de Miguelito

Andrea Momoitio

Periodista y escritora

Todas las madres de Miguelito
Un fotograma de ‘Te estoy amando locamente’ Filmax

Fui a ver Te estoy amando locamente, la ópera prima de Alejandro Marín, con mi chica a un cine del centro de Madrid. Un cine pequeñito, agradable, de esos que te hacen sentir un poco underground. Fuimos a ver la peli un par de días antes de las elecciones. Al salir, tras haber llorado lo más grande, ambas supimos que el significado de la película podría cambiar sustancialmente tras las elecciones. Ante una posible gran victoria del Partido Popular con Vox, Te estoy amando locamente podría convertirse en la película que anunciara el fin de una época. Si no se cumplían los peores pronósticos, Te estoy amando locamente podría significar que, por fin, la sociedad española estaba preparada para conocer las historias de resistencias del colectivo LGTBQIA+.

La película es emocionante, pero nuestras lágrimas anunciaban un miedo que, hoy, brota con menos fuerza. Pensaba en Reme (Ana Wagener), la madre de Miguelito (Omar Banana), mientras hablaba con mi familia por WhatsApp. A mi madre le preocupaba que estuviera sola mientras se daba el escrutinio: "Estad tranquilas", sentenció cuando supo que estaba acompañada. Ella, igual que Reme en Te estoy amando locamente, teme lo que pueda pasarme. La madre de Miguelito es, sin ninguna duda, la protagonista de una historia que nos traslada a la Sevilla de 1977, un año en el que el movimiento  LGTBQIA+ del Estado español empezaba a organizarse con más fuerza que nunca. Iban de la mano del movimiento feminista que, aunque tenía su propia agenda, de alguna manera supo entender que en la lucha a favor de la diversidad sexual y de género estaban en juego también los derechos de las mujeres. Algo que parece que algunas olvidan hoy.

Reme sufre cuando descubre que a su hijo le gusta cantar, cuando le señalan en el barrio, cuando se ríen de él y cuando le pegan; sufre cuando empieza a frecuentar los bares de ambiente de la ciudad, cuando decide jugarse el futuro para seguir soñando con todas las posibilidades. Ella, igual que hemos hecho tantas, es capaz de transformar el sufrimiento en resistencia y acaba entregando metros de tela rosa a las amistades de su hijo para que llenen la ciudad de pancartas.

Ella, que al principio parecía solo preocupada por el bienestar de su Miguelito, participa activamente en una acción –estoy tratando de evitar los spoilers– que no solo salva a su chaval de las garras del Juzgado de Peligrosidad y Rehabilitación Social sino que libera a muchas otras. Miguelito seguro que podría haber tenido muchas más madres y su madre podría haber sido la madre de muchas otras. De todas esas que no han tenido una madre que se preocupe de su bienestar, de todas esas que han tenido que enfrentarse no al dolor de sus madres sino a su violencia.

Hay algo que me ha encantado del guion de Te estoy amando locamente y es que no hacen alusión a la posible condena de Miguelito. Porque nos da igual qué podría opinar un juzgado franquista de las nuestras, porque, fuera cual fuera la sentencia, ni era justa ni era legítima. Es interesante también que, más allá de recrear algunos hechos históricos de una relevancia tan incontestable como olvidada, Alejandro Marín se permite imaginar cómo fueron aquellos días, qué pudo haber pasado con algún chaval concreto, en alguna familia en particular. Es que a veces parece que nosotras no podemos imaginarnos pasados posibles. Es que parece que nosotras tenemos que aferrarnos a una historia negada para reivindicar que también resistimos. Es que Reme pudo haberse llamado de mil maneras distintas porque han sido muchas las madres que pelearon por la dignidad de sus hijos e hijas.

 Mientras veía la película, antes de conocer los resultados electorales de las elecciones del 23 de julio, algunos elementos aparentemente insignificantes de la película se tornaban estremecedores. Miguelito frecuentaba un bar de Sevilla en el que se ofrecían espectáculos de varietés. Las artistas que participaban en estos eventos, mujeres trans o travestis principalmente, podían ser detenidas y encarceladas por diferentes supuestos recogidos en la maldita ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social. Por eso, ante la posible llegada de la Policía, tenían que estar preparadas. Por eso, en muchos bares de ambiente, durante aquellos años y hasta mucho después, se establecieron mecanismos de protección. ¿Por ejemplo? Luces que se encendían dentro de la sala cuando alguien desde fuera veía llegar a las autoridades. Así, a veces, tenían tiempo suficiente para desmaquillarse, para soltarse de la mano, para disimular.  Esos eran solo algunos de los códigos secretos que utilizamos para salvarnos y los que, todavía hoy, tenemos a mano por lo que pueda pasar. Podríamos llamarlo resistencia o violencia, claro.

La escena final de la película, el inicio de la nueva vida de Miguelito, suena a Rigoberta Bandini. La artista ha escrito una canción para la película. Una de las preguntas que lanza en el tema me rebota en la cabeza: "¿A dónde van las cosas que tuvimos que esconder?". Eso me gustaría saber a mí. A dónde van las cosas que tuvimos que esconder, quién y cuándo nos pedirá perdón, cuándo dejarán de sufrir nuestras madres, cuántas Reme han sido olvidadas, cuántas maricas han sido despojadas de la dignidad, cuántas travestis no han podido maquillarse libremente, cuántas mujeres trans no han podido amar locamente, cuántas bolleras han sido sepultadas por el silencio.

La la la la la

La la la lala

La la la la lala

Lala lala

Lala lala

Bonus track 1: Alba Flores una diosa.

Bonus track 2: Rigoberta Bandini ha vuelto a conquistarme.

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