Otras miradas

Carta a Virginia Woolf

Marta Nebot

El líder de Vox, Santiago Abascal, tras conocer los resultados electorales, el pasado domingo 23 de julio.
El líder de Vox, Santiago Abascal, tras conocer los resultados electorales, el pasado domingo 23 de julio. EFE

Querida Virginia:

En mi cabeza tenía esta carta medio escrita desde que hace unas semanas PPOX te censuró, como hicieron durante el franquismo, y era diametralmente distinta. Su opuesto. Su reverso. Su lado oscuro. Era la crónica de una derrota y se ha convertido en la de una victoria justita, pero victoria. Creí que te mandaría un alegato triste, un lamernos las heridas, un canto melancólico a esa época tuya en que todo parecía posible, en que un mundo mejor –en el que "el dinero ya no va a pensar por nosotros" porque "la riqueza ya no decidirá quién será educado y quién no"– era alcanzable y se antojaba cercano.

Volví a leerte como reacción a verte censurada. Una tarde, hace un mes, me bajé de mi vida para zambullirme en la conferencia que diste en 1940 ante la Asociación de trabajadores de la Educación de Brighton, que se transcribió bajo el título de "La Torre Inclinada", y me pareció pura vida –para cualquier progresista– que dirían los costarricenses y todos los que conocen esta expresión. Es esperanza con mayúsculas, negrita y muy subrayada, es esperanza en bruto, a presión y a chorros; no deja espacio para nada más que para creer en la capacidad de superación del ser humano y, por lo tanto, de los sistemas que crea, mantiene y alimenta.

Como respuesta a la amenaza comunista, en aquellos maravillosos años ’30 –mientras lo fueron–, el pueblo, de repente, empezó a acceder a El Pensamiento con la llegada de derechos laborales, de la sanidad y la educación públicas, las bibliotecas, las declaraciones de la renta, el reparto más equitativo de la cultura y de la riqueza. "La mente interior estaba paralizada porque la mente superficial estaba siempre deslomada", describías gráficamente para explicar por qué la literatura siempre había sido cosa de clases acomodadas y por qué ahora iban a cambiar tanto las cosas.

Con el desmoronamiento del statu quo de dos universos paralelos –el de los poderosos y el resto–, con la caída de la frontera que los dividía hasta el infinito, el mundo sería otro y la esperanza reinaba entre los que estaban hartos de tanta injusticia social, de tanto clasismo, de tanto sufrimiento decretado por unos contra otros. Las vanguardias jaleaban los cambios. El muro más antiguo y más alto empezaba a resquebrajarse y por fin terminaría derruido o abolido a base de abrirle ventanas, puertas y pasadizos. La desigualdad iría menguando y desapareciendo hasta llegar a la justicia social que los humanos merecemos.

Tu literatura me encandila, tus conferencias me guían y me acompañan. Tu "Torre Inclinada" estará ya para siempre en la biblioteca de mi cabeza junto a "La Habitación Propia", que siendo muy pequeña me regaló un mapa para perseguir ideas diferentes.

Ante la perspectiva de la derrota progresista inminente, al leerte me dolió ver tantas ilusiones frustradas, tanto desperdicio del estado del bienestar que tanto costó instaurar y cuya lógica habría sido rota en mil pedazos por un fracaso como el anunciado, incluyendo la vuelta al poder de los señoritos pro Franco, solo cincuenta años después, tras cuarenta de dictadura.

El Gobierno más progresista de nuestra democracia, el que más ha mejorado la vida de los que peor lo estaban pasando en el peor momento sin empeorar nuestra economía –cómo anunciaban los contrarios– iba a perder en manos de los que sostienen más privilegios, de los que chillan, engañan y destruyen la convivencia jaleando el enfrentamiento y presumiendo de que es lo mejor para España, como si ellos fueran la única y solo ellos supieran cómo mandarla.

Virginia, hemos ganado aunque sea por un tiempo. Todo esto te pilla lejísimos pero seguro que donde estés lo estás siguiendo. Seguro que a la idea de ti misma, esa que pervivirá para los restos, le ha dolido verse censurada a estas alturas en un país como el nuestro.

Ya sé que ya lo sabes, porque como todos los mitos estás omnipresente, pero –perdóname la osadía– quería decírtelo yo: hemos ganado y eso nos reconcilia con nosotros mismos. Tras la victoria, muchos mayores han dejado de estar enfermos de miedo; muchos jóvenes han dejado de sentir el vértigo de verlo. Fuimos a votar para protegernos. Sigue habiendo otra España y también es muy grande. Lo estamos celebrando, ya sea por fuera o por dentro. Yo quería además celebrarlo contigo.

Gracias por seguir dándonos aliento.

PD: Con el voto desde el extranjero ellos han conseguido un escaño más que ha correspondido a uno de los últimos tránsfugas que adquirieron. Es pura justicia poética. Lo celebran porque son cínicos puros. Será todavía más difícil resistir, pero ahora tenemos esperanza en que resistiremos.

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