Otras miradas

Feijóo es un adolescente emo

Israel Merino

Los adolescentes somos seres incomprendidos, caprichosos y extravagantes que nos tiramos todo el día pegando bandazos sentimentales y tomando decisiones absurdas; los adolescentes, vaya, somos como Feijóo, solo que con degradados en el pelo y las uñas esmaltadas en negro.

La política de pactos del PP es, tal y como la adolescencia, cambiante y difícil de entender. En pocos meses, el Partido Popular ha pasado de abanderar la retórica de guerra del más radical de los Tercios, aquella de defender España, querer derogar el sanchismo y evitar que los separatistas lleguen a palpar siquiera el poder, a coquetear con esos peligrosísimos radicales que, siempre según ellos, quieren convertir el país en poco menos que los Balcanes.

El miércoles 23 de agosto, Esteban González Pons, vicesecretario de Asuntos Institucionales del PP, comentaba en una sonadísima entrevista en Onda Cero que Junts es un partido "cuya tradición y legalidad no está en duda", frasecita reseñable pues su formación ha montado soniquetes más tochos que los de una verbena de Puerta del Ángel para advertir de la peligrosidad de los catalanes.

La cosa magra es que Feijóo, nada más que con los apoyos seguros de Coalición Canaria, UPN y la ultraderecha – se escuchan dedos cruzándose en Génova, que ya sabemos todos qué pasó en las votaciones para la mesa del Congreso –, ha conseguido convencer a Felipe VI para que le encargue formar gobierno.


A priori, esta noticia solo puede interpretarse de dos formas: o es un suicida político con ganas de estrellarse delante de toda España o quiere jugar la carta del tamayazo y el transfuguismo; sin embargo, yo creo que no es ninguna de las dos, sino un poco las dos y un poco ninguna: simplemente, creo que Feijóo tiene espíritu de emo.

Al igual que un adolescente emo, perdido, inseguro y con las cosas poco claras, el de Galicia anda pegando coletazos a las bravas, como una sardina todavía viva sobre una plancha repleta de sal, a ver si le sale algo.

Feijóo quiere tirarle los trastos a los del PNV cual adolescente despechado, sin embargo, estos le han dado más largas que un Peugeot en la N-II; Feijóo también, ya hemos escuchado estos días las declaraciones del PP, quiere apostar, al igual que un buen emo espiritual, por jugar con fuerzas oscuras y peligrosas como el transfuguismo a ver si hay suerte y algún diputado socialista se la lía a Sánchez, sin embargo, no tiene ningún plan establecido: todo son balonazos locos al área, todo son estertores de su posible fin de cortísimo ciclo en Madrid.


En su afán por reivindicar y reivindicar y reivindicar que ha ganado las elecciones, como yo intentando convencer a mi madre de que había sacado buenas notas aun habiendo suspendido seis, Alberto Núñez Feijóo anda pegando bandazos, sin una estrategia clara y abierto a cualquier cosa que suceda; como un adolescente emo, el gallego no sigue ninguna estrategia clara porque no la tiene, simplemente anda perdido, sin siquiera entenderse y buscando cualquier caminito entre los cardos que le salve de la decapitación genovesa.

De hecho, este mismo espíritu emo es el que le ciega y le hace negar que la realidad es que los números no le salen. Creo que no es consciente de lo que está haciendo, creo que no termina de entender que Junts no va a querer pactar con él y que no va a conseguir pegar el tamayazo robándole ningún diputado a Sánchez y que no solo va a hacer el ridículo ante toda España, sino que va a darle (le ha dado ya, mejor dicho) tres meses preciosos a los partidos de la posible coalición para que se sienten a negociar con toda la calma (Sánchez descorchó Cabernet Sauvignon cuando conoció la decisión del rey, os lo aseguro).

Feijóo es como un emo adolescente, aunque ahora dudo de si lleva She Don’t Give a FO de tono de llamada, porque no solo no se da cuenta de lo peligroso que es para la salud democrática de un país jugar a comprar traidores en el partido rival, sino porque ni siquiera sabe si le va a salir bien. Su única estrategia, si es que se le puede llamar así, es la de la desesperación, la misma a la que juega tu hijo adolescente enamorándose de todas sus compañeras de clase a ver si con alguna funciona.


Pero tampoco es preocupéis demasiado, que en la vida todo son etapas y parece que esta va a durar bastante poco.

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