Otras miradas

En Rubiales caben miles de nombres jamás pronunciados

Esther López Barceló

Provengo lejanamente de una rama familiar que se me olvida que existe, porque apenas me ha rozado en mis casi cuarenta años de vida. Es una genealogía que desde hace más de un siglo está plagada de víctimas y victimarios: hubo incluso mujeres violadas por miembros de la propia estirpe, y otras tantas maltratadas por maridos que eran admirados e incluso exculpados por otras mujeres del clan. No me sumergiré en los detalles de estas terribles historias pero sí quiero dejar testimonio de que cada uno de esos victimarios, al ser descubiertos en sus faltas, desenmascarados ante la familia, se defendieron revirtiendo las acusaciones contra ellas, menospreciándolas y convirtiéndolas en culpables del daño.

Y es que todas nos hemos topado con sanos hijos del patriarcado que sostienen su hombría sobre nuestros cuerpos, disponiendo de ellos como si fueran un púlpito, una escalera, una colina desde la que vomitar un relato épico jalonado de hazañas misóginas. Cuando a esa pérfida costumbre se le une la carcoma que corrompe el negocio del futbol masculino profesional se origina el espacio mítico desde el que se labran las gestas y los referentes patriarcales del macho español. Es lógico, por tanto, que de las profundidades de ese paisaje oscuro brotara un Rubiales. Y no como una rara avis. Todo lo contrario. Lo único que no ha sabido hacer él, a diferencia del resto de sus iguales, es contenerse. Ha sido incapaz de abandonar las formas con las que, seguramente, opera en privado y las ha expuesto en público porque no solo no se avergüenza de ellas sino que las emplea con firmeza militante. Por eso imagino que de la pulsión de esas formas cavernarias surgió en él, durante la noche de ayer, cuando lo creía todo perdido, un rumor sordo que a modo de letanía le susurraba: defiéndete como el "hombre" que eres. Y por eso en su discurso ante la Asamblea de la RFEF no solo se ha negado a renunciar -a pesar de exigirlo la mayoría de la opinión pública, partidos políticos y miembros del Gobierno- sino que ha utilizado el ardid misógino por excelencia para exculparse: responsabilizar de su posible delito a la víctima -cuyo nombre me niego a reproducir porque hacia ella solo cabe de nosotras, de mí, una sororidad ciclópea que la aleje del foco en el que un tal Rubiales la quiere colocar. Porque lo que no es capaz de imaginar este tipo es que en aquel choque de labios indeseado no estaba ella sola, en aquella instantánea que ha dado la vuelta al mundo estábamos todas.

Todas las mujeres vimos reflejado algún momento de nuestra vida en esa demostración de poder patriarcal y, por eso, hoy, en el aniversario de la Ley del Solo sí es sí es necesario que las instituciones democráticas, que el Gobierno de España sea consciente de la responsabilidad histórica que tiene entre manos. Porque no es solo Rubiales a quien se denuncia. Él tampoco estaba solo en la imagen. En Rubiales caben todos aquellos nombres que nunca han sido pronunciados por miedo a perder el trabajo, por vergüenza de no ser creídas, e incluso por dudar de la agresión y acabar culpándose a una misma del propio daño. Ojalá esta vez no volvamos a perder las mismas.

Las mismas de siempre


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