Otras miradas

Alberto Núñez Feijóo, Thanos y el presente perpetuo

Guillermo Zapata

Thanos. Marvel Studios.
Thanos en 'Vengadores'. Marvel Studios.

Avengers End Game finalizó lo que el Universo Cinematográfico Marvel (MCU) denominó la "Fase 3". La derrota de Thanos, el sacrificio de Tony Stark y la aparente disolución de los Vengadores abría un problema recurrente en el universo Marvel y del mundo de los cómics en general: ¿ahora qué?

La respuesta a esa pregunta, denominada "Fase 4", ha realizado dos movimientos a la vez. El primero es la construcción (fallida) de una serie de nuevos superhéroes, una suerte de nueva generación, pero sobre todo se ha encontrado con un límite que ya aparecía en la propia Endgame, la reescritura de un presente perpetuo y la obsesión por volver a un orden anterior. Ese es el argumento de Spiderman: No Way Home. Es también lo que late en la villano múltiple llamado Kang, es también lo que intenta el Doctor Extraño en el Multiverso de la Locura... Es como si las narraciones, a partir de un punto, fueran incapaces de avanzar más allá de las grandes gestas que las conformaron y, a la vez, se llenaran de la nostalgia de un mundo que ya no es.

Algo similar ha sucedido con La Guerra de las Galaxias y su incapacidad para ir más allá de los acontecimientos de El Retorno del Jedi. Nadie parece ser capaz de explicarnos qué es, cómo funciona y qué desafíos tiene "La Nueva República", lo que lleva una y otra vez al eterno retorno de sucedáneos del Imperio y la Estrella de la Muerte.

El Señor de los Anillos también tiene enormes dificultades para ir más allá de Frodo y su paseo por el Monte del Destino.


Así, el bloqueo de la imaginación y la sensación de presente perpetuo incapacitan mirar más allá y avanzar.

Ahora hablemos de Feijóo y su deseo de presentarse a una investidura que esta semana él mismo daba por condenada. La campaña electoral del Partido Popular cabalgaba sobre el éxito incontestable del bloque reaccionario en las elecciones municipales y autonómicas. Un éxito borrado por el resultado de las elecciones generales y sobre el que todo el mundo estamos pasando más o menos por encima, como si no hubiera pasado y no significara cosas. El caso es que esa ola quedó detenida el 23 de julio y ese día Feijóo empezó a ensayar algo, una hipótesis y, a la vez, un imposible.

Feijóo ha estado oscilando entre dos universos, que son dos lenguajes. En el primero es un hombre sensato, representa a un partido popular dialogante, pragmático, que puede entenderse con Junts y con el PNV, al que no le parece del todo mal la reforma laboral y que apela a consensos. En el otro, gobierna con Vox y en los marcos culturales de la extrema derecha, habla de gobiernos ilegítimos, participa de la cultural del fake y oculta su patrimonio. Feijóo no es capaz de conciliar esas dos imágenes. Las dos se excluyen mutuamente y ninguna de ellas puede gobernar España. La moderada no puede mantener a Vox y la otra no puede dialogar con nadie.


Pero el problema fundamental no está ahí, no está en cómo habitar un presente que se desdibuja, sino en el orden que se pretende fundar en ese presente. Feijóo quiere volver a un mundo que ya no existe, igual que las películas de Marvel o las de La Guerra de las Galaxias creen que su futuro pasa por volver a las narrativas que las hicieron lo que son.

Feijóo no es capaz de imaginar más allá del acontecimiento que le ha derrotado porque su proyecto político es restituir un orden perdido en los años noventa. Ese orden, el del bipartidismo, tenía a su vez unos partidos entonces nacionalistas que formaban parte de la gobernabilidad del Estado y un espacio por la izquierda que no tenía fuerza suficiente para disputarle los marcos culturales y políticos al PSOE. No había internet y por tanto el dominio de la opinión pública no era distribuido. Por no haber, a ojos de Feijóo, no habría ni feminismo ni cambio climático. Toda imagen de lo anterior borra lo turbulento y lo contingente. Por ejemplo, son unos años noventa sin terrorismo, una imagen idealizada, sin dolor y sin desgarro.

Es en la imposibilidad de esa vuelta donde se cifra la crisis del espacio de la derecha e incluso la posición subalterna de Vox, que ya ha renunciado a ser nada más que la versión ultra del PP. Un partido de bloqueo, alejado (por suerte para nuestro país) de la innovación política que suponen los Trumps americanos y los Mileis argentinos, un territorio que en este país sólo está encarnando Isabel Díaz Ayuso, quizás la única líder de la derecha que no está pensando (sólo) en el pasado.


En ese bloqueo va el destino político de Feijóo. Sus coordenadas políticas y las de su equipo no valen, sus ensayos de un doble lenguaje tienen fecha de caducidad. El 29 de septiembre habremos perdido un mes mientras el PP busca una hipótesis nueva. Sin ella, estará condenado a ser la oposición de un gobierno que avance, a ir por detrás.

En cualquier caso no conviene ser crueles, al fin y al cabo para el conjunto de la humanidad a 'postergar lo inevitable' lo llamamos simplemente vivir.

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