Otras miradas

PPox contra los altares laicos

Marta Nebot

PPox contra los altares laicos
Placa a Mariano Cuadrado. Cedida

El viernes pasado participé en mi pueblo en un homenaje desesperado en un altar laico. El nuevo gobierno municipal PP-Vox quiere quitarle a la plaza del Ayuntamiento el nombre del maestro y alcalde fusilado por los franquistas en 1939.

Éramos muchos. Mi papel era contar quiénes fueron los maestros republicanos. Investigando sobre ellos llegué a la conclusión de que, salvando las distancias, yo también tuve uno de esos.

Quien ha tenido un buen maestro no lo olvida. La mía se llamaba Charo y me cambió la vida. Ella me convenció de que, independientemente de mis circunstancias, de lo que estuviera ocurriendo a mi alrededor, si me esforzaba y ponía empeño podía ser dueña de mi destino. Eso era lo más importante que aquellos maestros enseñaban: convencían a niños humildes, con pocas esperanzas, de que si se esforzaban podían mejorar sus vidas, podían ser algo más que mujercitas y hombrecitos, es decir, esclavos pequeños, sin estudios, en casas y campos.

Para entender el papel de aquellos maestros hay que recordar cómo era la España de sus días. En 1931 en este país el 40% de la población era analfabeta. Éramos poco más de 25 millones de españoles, nueve de ellos trabajábamos, cinco en el sector primario. Es decir, vivíamos esencialmente del campo. A eso –que ya es difícil– hay que sumar que la desigualdad era brutal. El Estado tenía una presencia muy débil: no llegaba a muchos sitios y en los pueblos se pasaba mal, muy mal. Se pasaba necesidad. La palabra precariedad se queda corta. Aquello era miseria.

Ésta es la España que se encontró la Segunda República y lo primero que hizo fue subirle sustancialmente el sueldo a los maestros, que durante siglos habían pasado hambre. Azaña, con aquel primer decreto ley, además de acabar con una injusticia, quiso instituir el símbolo de su Gobierno. Se propuso, nada más empezar, escolarizar al millón de niños que estaban fuera del sistema educativo y duplicar el número de escuelas en cinco años.  En cuatro pasaron de 37.500 maestros a 50.500 y aplicaron una profunda reforma que trajo –atención– la escuela pública, obligatoria, laica, mixta, inspirada en el ideal de la solidaridad humana, donde la actividad era el eje de la metodología. Se acabaron las chapas, los alumnos tenían que participar del proceso educativo, adelantándose a la pedagogía del futuro.

Los maestros respondieron a aquella confianza, responsabilidad y reto que el Estado ponía sobre sus hombros con una lealtad llevada en muchas ocasiones a sus últimas consecuencias.

Aquí un testimonio sobre todo lo que estos maestros hacían: "No solo enseñaban a los niños; nos enseñaban a los padres a cultivar los campos, a repoblar los montes, a curar a los animales y –muchas veces– a las personas; aconsejaban en pleitos, reconciliaban a los vecinos, redactaban los papeles con los que las gentes sencillas intentaban defender sus derechos ante la temida, lejana y todopoderosa administración".

Muchas veces incluso fueron el soporte económico para las familias con dificultades para dar de comer a sus hijos. Es decir, que ponían un plato de comida donde hacía falta.

Por todo eso, se convirtieron en referentes sociales y políticos del pueblo. Eran el colectivo más protegido, respetado y reconocido. Los maestros de la República fueron clave en aquel intento de hacer de España un país mejor.

Seguro que la República se equivocó en muchas cosas. En ésta, la de erradicar el analfabetismo y la indefensión, no. No querer ponerles un monumento o querer quitárselo es como no querer ponérselo o quitárselo a Galileo. La tierra no es plana, igual que la educación no es prescindible.

"Nos enseñaban de todo: a escribir y a leer y a comportarnos como hombres de bien y a no mentir nunca. Cuando lo mataron, yo creo que si me hubieran matado a mi padre no lo hubiera sentido más".

"Si Don Arximiro viviese, mis hijos habrían estudiado", resumía una madre después de que lo fusilaran.

Algunos alumnos lloraban como niños hablando de sus maestros con María Antonia Iglesias, que escribió el libro titulado "Maestros Republicanos"; subtitulado "Los otros santos, los otros mártires".

Así de importantes eran aquellos hombres, aquellas mujeres, y por eso Franco y los suyos se cebaron con ellos.

La mayoría de las ejecuciones de maestros republicanos se produjeron entre julio y octubre del 36. Los datos no son del todo fiables –todavía hoy– pero se calcula que en torno a 250 maestros republicanos fueron ejecutados, como Don Mariano Cuadrado, el maestro alcalde de mi pueblo. En torno al 25% del total, más de 12.500, sufrió algún tipo de represalia. Uno de cada diez fue inhabilitado de por vida. En el País Vasco y en Cataluña todos los maestros fueron dados de baja y tuvieron que solicitar la readmisión a través de un proceso muy costoso.

Sus nombres fueron humillados, ensuciados y estigmatizados durante la posguerra infinita, que para ellos fue una prolongación de la guerra por otros medios. Les acusaban incluso de pervertir a los niños, de sacarlos de misa los domingos, de ofender al cura, de haber sacado de las aulas a los crucifijos. Solo lo último era cierto.

La mayoría, debo añadir, eran católicos, como el maestro que me ha hecho repasar la historia de todos ellos. Muchos murieron apretando un crucifijo, después de pedir confesión, y mantuvieron la dignidad hasta el final, como cuenta un poema que escribió uno de ellos que iba a morir, viendo cómo otro se enfrentaba a su muerte. Los dos eran maestros madrileños y compartieron celda antes de acabar delante de una tapia en el cementerio de La Almudena, frente a su tumba.

"Acudiste con el ánimo tranquilo,

mostrando en tu mirada que eras fuerte

y aceptando, sereno, tu destino".

Las represalias continuaron después de muertos. El régimen se ensañó con sus familiares, amigos y cercanos.

"Yo me encontraba a maestros por la calle, concretamente uno que siempre me decía:  Tú, la cabeza alta, que tu padre era muy bueno. Que mi padre era un hombre de bien ya lo sabía: mi madre me lo decía constantemente. Sin embargo, ella no me decía que levantase la cabeza, el corazón, ni la dignidad. Mi madre estaba inmovilizada por el miedo y me suplicaba exactamente lo contrario. Me pedía que no hablase, que viviese en silencio y encogida, que me escondiese en la prudencia hasta ser invisible". Esto contó Pilar Azabal, la hija del maestro fusilado Teófilo Azabal.

Por todo esto, quitarle la plaza al maestro Mariano Cuadrado es escupir a la poca memoria que en este país se ha hecho, es pegar a un padre, robar a un anciano. Y eso es exactamente lo que se propone Vox en el ayuntamiento de Torrelodones –y el PP se lo está permitiendo–. Los populares gobiernan en esta localidad del norte de Madrid, como en otros 140 municipios de toda España, gracias a los votos de los ultras, y no les va a salir gratis.

En la web del ayuntamiento ya no están las palabras del portavoz popular que en 2016 apoyó con sus votos la construcción de esta plaza en homenaje a este maestro y alcalde que defendió a los civiles de uno y otro bando, incluyendo al obispo. ¿En serio se plantean arrancar el olivo y el mosaico con decenas de dibujos y poemas en su honor creados por los niños de este pueblo? ¿En serio? ¿Saben lo que podrían provocar con eso?

La memoria de personas, como Cuadrado, es obligatoria, porque su ejemplo no debería ser solo semilla de dignidad y coraje para sus cercanos, sino un bien público se vote a quien se vote. Si la guerra es el invento de los hombres para poder entender lo que es el infierno, personas como Mariano Cuadrado son inventos de la vida para que entendamos que el cielo también puede estar en la tierra, cuando lo construimos los seres humanos.

Por eso la plaza se llenó este viernes. El 15 de septiembre, en el 84 aniversario del fusilamiento de nuestro alcalde maestro, muchos fuimos a reivindicar su altar, su recuerdo. Los PPox que quieren quitarlo están consiguiendo que mucha gente se entere de lo que no sabía. Una muestra más de su enorme habilidad política.

Tras el encuentro, tras la emoción compartida, tengo la sensación de que esta plaza es intocable, de que muchos nos encadenaremos al olivo si hace falta. No saben dónde se están metiendo.  Ahora puede haber "no pasarán" que sean imbatibles. Afortunadamente, éstos son otros tiempos.

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