Otras miradas

Felipe González y Alfonso Guerra en: 'Lo que hacemos en las sombras'

Guillermo Zapata

Guionista y escritor

Una escena de la serie 'Lo que hacemos en las sombras'
Una escena de la serie 'Lo que hacemos en las sombras'

El pasado miércoles, Felipe González y Alfonso Guerra volviendo a la palestra mediática ofreciendo suculentas declaraciones contra el gobierno de coalición progresista, el secretario general de su propio partido y presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta del Gobierno, ministra de Trabajo y líder de Sumar, Yolanda Díaz. Además, cargaron contra la amnistía para los acontecimientos del procés catalán y estuvieron poderosamente cerca de pedir el voto para Alberto Nuñez Feijóo en la investidura de la semana que entra.

Al día siguiente, en una entrevista con Susana Grisso, Alfonso Guerra habló del desempeño de la ministra de Trabajo sugiriendo, sin mucha sutileza, que se pasaba la vida en la peluquería, un comentario machista que ya había utilizado Feijóo en la campaña electoral del 23 de julio.

Lo que hacemos en las sombras es una serie que adapta la película del mismo título que Taika Waititi y Jemaine Clement escribieron y dirigieron en 2014. Tanto la película como la, en mi opinión muy superior, serie, cuentan la vida de varios vampiros que comparten piso a modo de falso documental.

Por centrarnos en la serie, Nandor, Laszlo, Nadja y Collin son cuatro vampiros, tres de los de toda la vida y Collin como "vampiro energéico", que comparten casa en Staten Island. Llegaron a Estados Unidos escapando de la inquisición y con el mandato de conquistar América y ponerla al servicio del dominio vampírico, cosa que no han hecho en absoluto.


Nandor y Laszlo, antaño temibles vampiros, son hoy vampiros en crisis. Nandor responde al modelo Vladt el Empalador, fiero y cruel guerrero curtido en mil batallas, mientras que Laszlo lo hace al modelo vampiro seductor que desarrolla su atractivo a través del cruce entre lo erótico y lo mortal, el eros y el thanatos de toda la vida, las dos caras de la misma moneda desde que el mito vampírico se fue popularizando. Los dos son una buena representación de dos masculinidades derribadas por el presente. Es en ese juego entre la ferocidad animal del vampiro y la domesticación del mito, donde la serie despliega buena parte de su atractivo.

Nandor y Lazslo son ajenos a su propia crisis, lo cual es otra de las fuentes cómicas de la misma. Los dos siguen viviendo su no-muerta existencia ajenos a su fecha de caducidad. Nandor puede pasar de explicarnos cómo se le teme en el mundo a fascinarse por los distintos tipos de papel para envolver regalos que encuentra en un centro comercial. Lazslo por su parte pasa de la excitación al hastío mientras busca formas de reconectar con un tiempo que ya no es el suyo.

En estos días se hablaba de Guerra y González como dos representantes de un pasado que se resisten a dejar atrás y se disculpaban sus palabras por cuestiones de edad, pero lo que caracteriza a los vampiros de Lo Que Hacemos en las Sombras no es que tengan muchos años (tienen cientos), sino su incapacidad para cambiar, su condición fósil. La diferencia con Guerra y González es que Nandor y Lazslo no conforman ningún peligro. Son animales amaestrados por la posmodernidad.


González y Guerra son dos personas perfectamente lúcidas, defendiendo sus posiciones políticas en un momento clave de la historia de nuestro país. Se construyen en el interior de los surcos de nuestra historia común y ponen en juego su legitimidad para muchos votantes socialistas. Están haciendo, con mayor o menor éxito, política.

Pero sí se parecen a Lazso y Nandor en que no saben leer las transformaciones concretas del mundo concreto que habitan y actúan como si tales transformaciones no existieran.

Tampoco es una condición de la edad, hay cientos de miles de personas de su edad que han ido acompañando a la sociedad en sus mutaciones, probablemente porque no sienten que los cambios desafíen el perímetro de ningún legado. Precisamente entienden que las cosas perviven a través de la mutación.

La España de las autonomías, el consenso del 78 y las negociaciones con el nacionalismo vasco o catalán son aceptables en la medida en que ellos leen que les pertenecen y, por tanto, al reducir todo proceso social complejo a la posesión de quienes los lideraron, se creen con la capacidad de detener su mutación.

Es imposible que semejante posición en el mundo no los acerque a la amargura porque la amargura no es más que la forma que adopta la nostalgia cuando se pudre como una fruta pocha.

Ese es el drama del inmovilismo que representan, porque mientras creen que siguen siendo los próceres de los valores más progresistas, se van acercando progresivamente al campo de quienes fueron sus adversarios políticos. Eso nos dice algo también sobre los próximos años. El eje izquierda-derecha, siendo un eje importante, no es el más importante. Lo va a ser mucho más el eje del avance sobre el retroceso. Las fuerzas sociales y políticas del avance tendrán diálogos que excederán los corsés de las posiciones izquierda-derecha, y a las de retroceso les pasará lo mismo.

Mientras tanto, si tienen que elegir entre el humor machista de Guerra y Lo que hacemos en las Sombras, yo lo tengo claro, Lazslo, Nandor, Nadja y Collin Robinson son el horizonte para seguir.

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