Otras miradas

¿A cuánto está el pis?

Marta Nebot

Una teleoperadora atiende por teléfono en la sede del servicio de información (Foto de Archivo). -ISABEL INFANTES / Europa Press
Una teleoperadora atiende por teléfono en la sede del servicio de información (Foto de Archivo). -ISABEL INFANTES / Europa Press

El Tribunal Supremo acaba de sentenciar que en este país no se puede cobrar a los empleados por ir al baño. Y la gran noticia no es esa; la verdadera noticia es que eso está pasando. En este caso, una empresa de telemarketing telefónico obliga a sus operadores, que pasan toda la jornada sentados al teléfono, a fichar cuando van al excusado y les descuenta ese tiempo del que disponen para la comida. Cuanto más meas, menos comes, debe ser el lema que tienen enmarcado sobre cada inodoro para motivar a la plantilla.

En su sentencia el Supremo argumenta cristalino lo que estos empresarios, que ya han perdido en varias instancias, no ven claro y han recurrido y recurrido y no sabemos si seguirán recurriendo ante el Tribunal Constitucional o hasta el infinito. "Todo ser humano tiene unas necesidades fisiológicas básicas", afirma el tribunal –supongo que con perplejidad por tener que señalar algo tan obvio–. Quizá su texto habría sido más fructífero si directamente hubiera invitado a estos jefes a aceptar que los empleados también son personas y que, como ellos –los patronos–, orinan, defecan, tosen e incluso, en ocasiones, eructan con olores.

Fiel a su estilo más aséptico, el alto tribunal también señala que ese régimen es discriminatorio con las personas de más edad y yo añado: y con las mujeres cuando están menstruando y con los que deciden ir a trabajar en lugar de quedarse en casa de baja cuando tienen diarrea o muchos pedos. Obligar a registrar esas pausas de esa manera "vulnera
la dignidad del trabajador" y su derecho a "ser tratado como una persona en todo momento", alegan estos jueces finamente, sin explicar algo más prosaico: un teleoperador con ganas de orinar o de lo otro es menos operativo que uno satisfecho y, lo mismo pasa, entre uno con hambre y otro que ha comido.

Imaginemos las escenas a la hora del almuerzo: "Antonio, hoy solo te quedan cuatro minutos para comer. Yo si fuera tú, haría como los de Amazon: me traería pañales. Y, ánimo; a ver si esta tarde mejoras tus objetivos. Sin comer seguro que te sientes más ligero".

El derecho de un trabajador a ir al baño durante su jornada laboral está recogido en todas las normas internacionales, europeas y nacionales. Esas necesidades "deben estar cubiertas" recuerda el Supremo, supongo que flipando por tener que aclararlo en la España del siglo XXI.

La misma empresa descuenta a sus empleados el tiempo que internet o la luz falle mientras teletrabajan y no sabemos cómo miden en sus casas el tiempo que pasan en el excusado. El Supremo también ha dictaminado que de eso nada; que es responsabilidad de la empresa que los medios para trabajar funcionen en tiempo y forma.

Así que se confirma para quienes todavía tengan dudas: no es legal ni sondar al personal ni hacerles pagar el pato si el universo falla. Por ahora, esos no son derechos del empresario. Aunque es posible que estos u otros administradores acaben en el Tribunal de Estrasburgo reivindicándolos como nuevos derechos sobre humanos.

Y no es que el Supremo esté en plan socialista. En otras sentencias recientes ha avalado que se fiche para ir a desayunar o a fumar, que ese tiempo cuente como tiempo de descanso.

Esta sentencia histórica no va a favor del absentismo laboral, que sigue siendo motivo de sanciones y de despidos procedentes, cuando se utiliza el retrete para el escaqueo. Esta sentencia va en contra de neoesclavistas que serán muy felices cuando el trabajo lo hagan máquinas que ni van al baño ni comen ni tienen derechos.

La demanda la llevó a los tribunales Comisiones Obreras y luego se sumaron otros sindicatos. Esta victoria demuestra una vez más que las agrupaciones de trabajadores siguen teniendo todo el sentido y son imprescindibles para la reivindicación de derechos, incluso de los presuntamente ya conquistados.

Por más que se nos olvide, por más que nos hagan olvidarlo, la lucha de clases sigue muy viva, la desigualdad sigue creciendo y las peleas sindicales trascendentales están reviviendo de manera significativa: los guionistas en Hollywood por sus derechos y contra los de la supuesta inteligencia artificial, el Presidente Biden con un megáfono con los huelguistas del motor en Detroit... En Estados Unidos, donde "la cruda ética individualista del capitalismo más extremo prevalece sobre los valores menospreciados de la solidaridad y donde el poder de estas compañías es muy superior al de cualquier otra en Europa, como escribe Antonio Muñoz Molina, se están atreviendo; vuelven a ser pioneros.

Así que o espabilamos y ponemos la política por encima del mercado o ¿qué será de nosotros? Podemos empezar por no poder ir a mear y terminar por no tener derecho ni al trabajo.

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