Otras miradas

Desterremos el peor de nuestros hábitos

Oti Corona

Maestra y escritora

Mujer agotada bajo el peso del trabajo. - Imagen de Freepik
Mujer agotada bajo el peso del trabajo. - Imagen de Freepik

Ahora que vuelve la moda de prohibir vicios y aficiones en función del daño que puedan provocarnos a nosotros o a nuestro entorno –ya sea los móviles a niños o el humo en las terrazas– quizás haya llegado el momento de poner sobre la mesa la restricción de una práctica que separa a las familias, que provoca infinidad de accidentes y enfermedades, que nos cuesta cientos de muertes al año, que arrastra nuestra salud mental hasta el límite de lo soportable, que nos anula como individuos y que nos envejece prematuramente. Estoy hablando, habrán deducido, de trabajar. Como sucede con otros malos hábitos –lo sabe quien rehúsa beber alcohol en las celebraciones– está mal visto mostrar hacia el trabajo rechazo o indiferencia. Hay que entregarse al mercado laboral con entusiasmo, con alegría, con fervor casi religioso. 

El trabajo asalariado consume lo mejor de nuestras vidas. Nos perdonan durante la infancia porque debemos formarnos para un empresariado antojadizo que lo mismo nos quiere para juntar chapas que para planificar presupuestos; y nos liberan al alcanzar la vejez, cuando nos descartan como quien se deshace de un coche escacharrado. El empleo nos roba casi toda la jornada entre idas y venidas, con horarios insufribles y con largas e irracionales pausas al mediodía durante once meses al año.  

No me parecería mal que millones de personas malgastásemos así nuestras vidas si realmente esta entrega al mercado laboral sirviese para vivir mejor. Sin embargo, la rueda del trabajo encaja con la rueda dentada del consumo, esa que gira y gira mientras tritura ecosistemas y eterniza desigualdades. Cada año se desechan en nuestro país miles de toneladas de ropa y alimentos; los electrodomésticos se fabrican para que duren seis días, y los aparatos tecnológicos, tres y medio. Vivimos amarrados al círculo infinito del trabajar, comprar, tirar, y ojalá ese fuera el único problema. Más preocupante es aún esa industria basada en generar necesidades o en crear ideales inalcanzables. El negocio de la eterna juventud y la extrema delgadez. Menuda estafa. 

En definitiva, derrochamos millones de horas deslomándonos para conseguir exactamente nada. Oh, pero el sector servicios sí es necesario, dirán algunos. Desde luego, pero permítanme añadir la muy palpable posibilidad de que nuestros hospitales se vaciasen si el trabajo no existiese tal y como hoy lo conocemos. La mayoría de nosotros estaríamos rebosantes de salud y el personal sanitario no se vería obligado a tratar con fármacos dolencias que solo se curan con reposo físico y paz mental 


Imagine cómo sería su rutina diaria si no tuviese que volver al tajo nunca más. Figúrese si pudiese disfrutar los días felizmente con los amigos o con la familia, o perdido en un cerro si no es usted tan sociable. Imagínese que las empresas generasen únicamente los bienes necesarios. Suponga que el empleo fuese una pequeña porción de su existencia, y ni de lejos una prioridad. ¿No sería más feliz? ¿No hallaría actividades productivas y placenteras con las que pasar el tiempo? ¿No se sentiría rejuvenecer? ¿Qué tal andaría de salud? Rara es la persona que no tiene dolores vertebrales o articulares crónicos, fatiga visual, estrés o depresión provocados por el trabajo.  

Qué quieres ser de mayor es, seguramente, la pregunta a la que más responden los niños desde que aprenden a hablar. De mayor hay que "ser" algo, y ese ser no se refiere a la personalidad o el carácter; se refiere a la forma en que vamos a competir contra nuestros semejantes para obtener techo y comida.  

Se supone que en esta parte del mundo deberíamos mostrarnos agradecidos porque el proletariado disfruta de algunos derechos en vez de subsistir en régimen de semiesclavitud. Como contrapartida, ha tomado fuerza el discurso del emprendedor de pacotilla, ese que asegura que hay que poner mucho empeño en progresar, y que entiende como progreso compaginar dos o tres empleos así caigamos muertos de agotamiento. Economistas "sin complejos" –ya me entienden– son partidarios de esa educación que consiste en hacer mucho y pensar poco, y predican que el sistema educativo debería ser poco más que una cantera de futuros currelas preparados para obedecer y servir allá donde haga falta.  


Está claro que hay que trabajar: la comida no llega sola a la mesa y todo eso; ya conocemos el sermón. Aún así, ¿tenemos que trabajar desde la adolescencia hasta la decrepitud, cada día, todas las horas? ¿Sabe que existen sujetos que viven mejor que usted y que yo y que no han dado un palo al agua en su vida? ¿Y si echásemos cuentas y descubriésemos que cuatro o cinco años de trabajo son suficientes para vivir bien el resto de nuestra existencia? Si esta idea suena disparatada pero dedicar nuestras vidas, jugarnos la salud y sacrificar nuestra tranquilidad familiar para llenar los bolsillos ajenos nos parece lo correcto, es sencillamente porque llevamos siglos remando a favor del enemigo. 

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