Otras miradas

Cumpleaños feliz

Marta Nebot

Cumpleaños feliz
Pastel de cumpleaños, imagen de archivo. Pixabay

Hoy es mi cumpleaños. No cumplo 50 pero no podré decir lo mismo el próximo año. Ya no puedo negar que soy una mujer madura. Ya no puedo evitar que me llamen señora en el supermercado. Hace tiempo que decidí vivir los años sin camuflarlos, aceptarlos como vengan, encontrar la belleza o la fealdad en el proceso natural que me llevará al destino de todos.  

Podría empapelar España y parte del extranjero con todos los tópicos que me vienen a la cabeza desde que me acerco a esta frontera y que he ido borrando de esta columna hasta verme de nuevo con el folio en blanco. 

Estoy mejor que nunca; es lo único que quiero rescatar de todo lo pensado. Y sí, es otro tópico pero: cómo me hubiera gustado que una mujer intentara explicármelo cuando era una niña de 20 años y solo se podía querer ser joven, porque los referentes que no lo eran o no estaban o no se los veía. Haberlas siempre las hubo, pero durante siglos estuvieron sepultadas bajo montañas de otros referentes más feos.  La mayoría de mujeres de 50 que conocíamos en la España de entonces no eran mujeres a las que quisiéramos parecernos. Ahora conozco muchas de 60, 70 y 80 a las que sí. 

¿Cómo explicar que me siento en plenitud? ¿Cómo hacérselo entender a una joven que lo ve tan lejos como peregrino?  


Tengo amor, tengo profesión, tengo propósito, tengo proyectos, tengo sueños, tengo amigos y empiezo a tenerme a mí misma. 

Me encanta la sospecha de haber terminado de buscar desesperadamente –como la mujer perdida que a ratos fui y seguiré siendo– gurús, guías y manuales para empezar a ser maestra de mí misma.  

Ahora sé que la vitalidad es sagrada, que lo que nos hace sentir vivos es crucial y mágico y personal e intransferible y vive fuera del mercado y de la lógica y que hay que perseguirlo.  


Estoy recogiendo las cosechas de placeres conocidos, de maneras propias, de saberes personales adquiridos, sin dejar de esperar cosas nuevas pero sin la ansiedad del principio.  

Sigo viviendo en un cuerpo. Hace bastante que sé que el cuerpo y la mente no habitan mundos distintos. Lo cuido porque es mi casa pero ha dejado de ser mi tarjeta de presentación, una de mis bazas más preciadas. Dejé atrás la esclavitud de vivir para ser físicamente lo que creíamos que había que ser para poder acceder a la felicidad y resulta que así no lo castigo. 

¿Envidio las pieles tersas, los cuerpos marmóreos, la inconsciencia de su fuerza y su belleza? Por supuesto. Pero prefiero esta flacidez porque ya vi fracasar a la belleza, ya me di cuenta de que puede ser muy sacrificada y aburrida, ya me percaté de lo imperfecta que puede ser la perfección, ya viví que lo deseado se convierta en decepción y ya me di cuenta de que lo importante casi nunca es el qué sino el cómo. 


Además, estoy contenta de salir de la rueda en la que viven las mujeres que cada mes dan o quitan vida, que se tienen que preocupar por lograrlo o por evitarlo y por el carrusel de emociones que eso implica. Me gusta el papel de espectadora serena al margen de esas mareas que arrastran a otras y que a mí ahora ya me dejan tranquila. He encontrado mi manera de lidiar con el cambio y, de momento, llevo muy bien la nueva pantalla de la partida.  

En el diario que escribía cuando tenía 14 años solo pedía "acabar siendo una vieja satisfecha, alimentada por sus recuerdos de haber vivido, acunándose, arropada por ellos, en una mecedora". Es decir, que era muy cursi y solo pedía a la vida gustarme. Sigo pidiendo algo parecido. Trabajé, peleé y amé por mi felicidad y pienso seguir haciéndolo porque creo que ser feliz es pura conquista. El secreto creo que está en ser consecuente con lo que se cree y se quiere y también aceptar que la vida te haga cambiar de idea.  

Será cursi pero empiezo a sentirme como soñaba: la vieja de la mecedora acunando la vida que atesora. 

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