Otras miradas

Empoderadillas

Helena Sotoca

Divulgadora de arte en Femme Sapiens

Empoderadillas

No sé muy bien en qué momento se ha torcido la cosa, cuándo ha sido que las mujeres, que íbamos a por todas, a por la conquista de nuestros derechos, a por una igualdad real, hemos decidido convertir nuestro empoderamiento en un empoderamientillo tirando a cutre. Supongo que hemos elegido lo menos malo, o quizás la facilidad de usos y costumbres que nos propone el neoliberalismo. En cualquier caso, aquí estamos, a medio gas, llamando "feminista" a estrategias de medio pelo.

Al final, parece que cualquier producto cultural que ponga como protagonista a una mujer, ya se le puede tildar de feminista, cosa que hubiera sido por otro lado absurda en cualquier otro momento de la historia. ¿Es La Traviata feminista? ¿Es La maja desnuda feminista? Digo yo que estaremos de acuerdo en que no lo son. Entonces, ¿por qué hemos decidido que sí lo es la película Pobres criaturas? ¿O la canción Zorra?

En cuanto a la película, hay un momento en que la prostitución se propone como un modo de empoderamiento femenino. No es mi intención ahora mismo explicar por qué el hecho de que nuestro cuerpo se pueda vender igual que se vende una fregona está lejos del empoderamiento (¿quizás lo acabo de hacer?), pero sí que me gustaría proponer una referencia artística que me recuerda bastante a la película, y es el cuadro Nana de Manet.

Nana (1877) de Édouard Manet.
Nana (1877) de Édouard Manet.

Curiosamente (no tiene nada de curioso), tanto en la película como en la pintura, la imagen está producida por un hombre; y misteriosamente (no tiene ningún misterio), en ambas narrativas la mujer se nos muestra no sólo como una feliz jefa de su vida, con sus joyas y su mobiliario elegante; sino también desenfadada incluso ante la atenta mirada del cliente, en su salsa. Empoderadilla. No sería la primera vez que en el arte se utiliza la encerrona que la activista Amelia Tiganus hace referencia como la falacia de "la puta feliz".

Vamos ahora con la canción de Zorra (llamadme pesada, pero como veo que personas que tienen un programa en la televisión están comodísimas diciendo lo empoderante que resulta esta canción, voy a aprovechar este altavoz para poner por aquí la mía). Entiendo la estrategia de querer resignificar los insultos, de reapropiárselos para que ya no sirvan como armas arrojadizas. Si yo me llamo Zorra a mí misma ya no hay posibilidad de que este insulto pueda hacerme daño, ¿no? Empoderadilla.

Por desgracia, el mecanismo no es tan sencillo. Hace un par de semanas Madrid amaneció con un busto en homenaje a Clara Campoamor —el que está frente al centro Conde Duque— vandalizado. Concretamente se escribió encima PUTA. A mí, personalmente, me resulta ofensivo. Que a una de las más importantes sufragistas de España, activista y referente feminista se le escriba encima la palabra "puta" me pone los pelos de punta. He intentado resignificarlo, darle una vuelta de tuerca al insulto, reapropiarme de la palabra, pero nada, que no hay manera.

Cuando miro la foto con la pintada sólo puedo ver el reflejo de una realidad que me pone los pelos de punta: aún quedan hombres que nos miran y ven a la otredad, que les parece que "la igualdad ha ido demasiado lejos y los discrimina" (un 44% concretamente). Así que no, la palabra zorra no me empodera, porque que me insulten no me puede empoderar, por mucho que a estas alturas tenga en poca consideración las dos neuronas del que ha proferido el insulto. Preferiría, si puede ser, que me llamaran "señora".

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