Otras miradas

¿Son las putas pobres criaturas?

Marta Nebot

Captura de la película 'Pobres criaturas' - Disney
Captura de la película 'Pobres criaturas' - Disney

Por fin salí de mi mundo, me di un respiro y me sumergí en la oscuridad luminosa de un cine. Allí descubrí a la protagonista de Pobres Criaturas, Emma Stone, que encarna a un personaje inolvidable, Bella Baxter; una heroína del siglo XXI en esta nueva versión de Frankenstein ambientada en el XIX, dirigida por el griego Giórgos Lánthimos. Hasta ese momento no había visto nada de él. Ahora pienso verlo todo.

Las casi dos horas y media que dura este cuento vuelan, su estética propia recuerda a la de Tim Burton pero en colorido. Sin destriparla del todo –y eso que en la peli se destripa y se destripa–, es la historia de una mujer libre, con un cerebro privilegiado nuevo limpio de convenciones, que persigue entender y aprehender el mundo, buscando aventuras y placeres, siendo su única dueña y maestra, surcando las horas como si el tiempo fuera una tarta caliente deliciosa que pierde si se come fría.

Su manera de vivir la hace –claro– irresistible. Los que la quieren respetan su libertad aunque les duela. Los que no la quieren bien no la respetan y se convierten en sus víctimas.

Dicho esto, sobre este personaje inspirador -del que me he acordado ya en más de una discusión, cuyo recuerdo voy a utilizar como trampolín para intentar saltar con gracia por encima de tanto paternalismo idiota-, la peli además idealiza la prostitución. Como en todos los cuentos, todo es bonito y en éste, hasta eso.

Así que, cuando se encendió la luz, cuando volví a mi realidad de actualidad política me encontré con que el viejo debate feminista irresoluto afeaba mi nueva película favorita y me devolvía a mi presente de sopetón.

El martes pasado el PSOE volvió a registrar su proposición de ley para abolir la prostitución. En la legislatura anterior su propuesta decayó porque en Unidas Podemos, como hoy en Sumar, el asunto genera división. Mientras Los Comunes, Compromís y Més per Mallorca están por la regulación, IU por la abolición.

Andrea Fernández, la diputada del PSOE que esta vez ha registrado la iniciativa, declaró a la prensa, a la salida del registro, que en España hay más de 40.000 mujeres ejerciendo la prostitución víctimas de "esta forma de violencia machista". "España no puede seguir liderando el consumo de prostitución", anunciaban ya los socialistas a principios de año.

En Sumar se mostraron molestos porque el PSOE vuelva con este tema controvertido que divide al movimiento feminista, pero se han puesto manos a la obra. Han creado un grupo de trabajo para intentar adoptar una postura unitaria sobre la propuesta socialista.

Íñigo Errejón, portavoz de Sumar, ha afirmado que existe "un suelo mínimo", ya que "todos están a favor de aumentar los derechos para las mujeres", poniéndose utópico más que optimista.

La proposición socialista propone cambiar el código penal para aumentar las penas de los proxenetas y de todos los involucrados en el negocio de la carne femenina, incluidos los dueños y/o arrendadores de los prostíbulos.

Además, por primera vez en nuestro país, propone multas para los clientes. Multas mensuales, de momento sin especificar la cuantía, durante entre 12 y 24 meses, más penas de prisión de uno a tres años cuando lo sean de prostitutas menores de edad o en "situación de vulnerabilidad".

Éste es el único suelo mínimo de acuerdo que vislumbro: la prisión para quien compra sexo con una menor o con una mujer que no lo hace voluntariamente. De hecho, sorprende que en España en 2023 no esté tipificado como delito.

El resto será más que discutible. Patxi López, el portavoz socialista, distingue entre "prohibir" y "abolir". Prohibir victimiza más a las víctimas, decía. ¿No las victimizará más acabar ejerciendo en la calle porque se impida que tengan locales donde hacerlo?

Sé que las socialistas que le han sacado a Pedro Sánchez la promesa de una ley para abolir la prostitución no lo hacen por puritanismo. Creo que la mayoría lo hace por convicción, porque cree que lo que no se vende no se roba o se roba menos, porque cree que la inmensa mayoría de la prostitución es trata, porque cree que la autodestrucción no puede ser permitida como no se permite la venta de órganos o de vida humana.

Pero ¿quién se atreve a medir qué autodestruye más? ¿quién es quién para decirle a una mujer que practica el sexo con desconocidos con asiduidad que no puede cobrar por lo que hace por gusto? ¿quién tiene garantías de que acabar con la prostitución terminaría con las agresiones sexuales y no lo contrario?

Yo, estando de acuerdo en mucho de lo que plantean las socialistas, sin embargo, no fui capaz de explicarle a una prostituta por qué tenía que volver a limpiar váteres por 600 euros, por qué íbamos a obligarla por ley, por qué íbamos a decidir por ella lo que puede y lo que no puede hacer con su sexo. Ya está bien de paternalismo. Ya está bien de decirle a las mujeres lo que pueden hacer y lo que no. Ya está bien de legislar como si el mundo fuera perfecto.

Ojalá nadie quisiera comprar sexo, ojalá, como dice la académica Rosa Cobo, pudiéramos extirpar "el placer del poder" sobre otro cuerpo, ojalá no existieran los matrimonios de conveniencia donde el sexo se vende a otro precio, ojalá no nos empeñáramos en poner puertas al campo en vez de sembrar otras semillas. Ojalá esa ley, si viene, venga como algo más que como bomba lapa en el corazón de la izquierda sumada y en el del feminismo fracturado.

¡Ojalá!

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