Otras miradas

Tocar césped para tocar teta

Israel Merino

 

Tocar césped para tocar teta
Imagen de Freepik

Buf, bro, tú, ¿lo pillas? O sea, es loco, pero tú entras así a la discoteca mazo descarao, en plan levantado la manita y saludando y pidiendo una botella cara, y jurado que te las llevas. Las hembras son así, ¿sabes? La pasta, nene, la pasta; ellas quieren la pasta y la pasta la tiene el hermanito exitoso, el hombre alfa, el que se viste por los pies. ¿Hombres beta? Nada, loco, aquí los betas a la mierda; aquí somos reales, hombres de verdad. ¿Ves este reloj? Ja, 5.000 euros. Pam, pam. Así se liga, hazte caso.

Un fantasma recorre el mundo: el de los cursillos y podcasts para follar. En algún momento de esta década, el mercado o los imbéciles decidieron que ligar debía pasar de actividad divertida y seductora a juego de estrategia, rollo Risk o Age of Empires, para que un grupo de hombres con evidentes carencias – añada aquí su complemento capacitista favorito – pudieran sacar tajada económica de los incels y demás tribus urbanas que, en lenguaje de Internet, no tocan ni medio pixel de teta. Hombres sin contacto femenino, vaya.

Es curioso cómo cambian las cosas. Si uno se fija en la cultura popular, el discurso sobre el deseo siempre ha girado alrededor de que mantenerse como uno mismo es para despertar algo especial en la otra persona. En cientos de películas y libros, el nudo de la historia amorosa se deshace cuando el protagonista deja de aparentar ser quien jamás será, quizá un malote o un falso guapito de gimnasio, para mostrar por fin la sensibilidad genuina e intrínseca con la que consigue seducir a la chica de la que está enamorado. Ahora, la narrativa es otra.

Al calor de las redes sociales, han surgido centenares de podcast y cursillos online que te enseñan a ligar desde la estrategia y el pseudocientificismo, como si esto fuera de montar una guerrilla de muyahidines para frenar a la Unión Soviética. Por ejemplo, el otro día se viralizó en Twitter el clip de un becerro de gimnasio que aseguraba que dado que las mujeres son objetos pasivos y los hombres objetos activos – es literal, os pido por el amor de Dios que no pongáis esta movida en mi boca –, es responsabilidad de los últimos diseñar estrategias de conquista contra las primeras.

Obviando que siempre, pero siempre y sin excepción alguna son los hombres heterosexuales los que se hacen estas pajas – de las mentales y de las que no –, es revelador escuchar el lenguaje que usan para explicar al género contrario: la mujer es reducida a un trozo de tierra que conquistar, un terreno por el que pelear o un exoplaneta que descubrir; la mujer no es un ser que siente y tiene – o no – un deseo exactamente igual que el nuestro, sino una mera caja fuerte inanimada a la que convencer para que se abra. Y rápido, que si no viene otro más fuerte o más alfa o más lo que sea y se la lleva.

Estos nuevos cursos para cenutrios gastasalivas, muy propios de estos tiempos en los que hay que mercantilizar y perturbar todo, buscan arrebatar no solo el deseo de la mujer, sino también el goce que supone para cualquier persona conocer a otra: ligar ya no debe ser una actividad divertida donde se crucen ojitos y se hagan gestos con las uñas y se proponga salir a fumar a la calle aunque ninguno de los dos fume, que aquí dentro hace mucho ruido y mucho calor, sino una gestión rápida e inhumana, como la de una oficina de empleo externalizada por una consultora, donde lo importante es hacer el trámite burocrático lo más rápido y descarnado posible. Como si fuéramos administrativos deprimidos y solo nos emocionara fantasear con ahorcarnos con la corbata nada más llegar a casa.

La cosa, claro, es que los mismos consumidores objetivos de esta morralla mental son los misóginos que luego claman en internet desde cuentas con decenas de miles de seguidores que con las mujeres no se puede ligar por culpa del wokismo o el feminismo o lo que diablos sea: quizá conseguirían tocar teta si antes salieran a la calle a tocar algo de césped.

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